No saben cuán brava es la gente nuestra
¡Mentira la inferioridad de nuestros pueblos; mentira la inferioridad de nuestros países; mentira la debilidad de nuestras razas mestizas!
En 1918, el psiquiatra y político colombiano Miguel Jiménez López presenta ante el Tercer Congreso de Medicina los resultados de su investigación acerca de la “degeneración de la raza”. Allí expresa: “los países donde el elemento de color va siendo preponderante han marchado lenta pero seguramente hacia el estado de tutela y de protectorado por otras razas mejor dotadas”. Estados Unidos acababa de arrebatarle Panamá a Colombia en 1903. Para este ideólogo no hay por qué preocuparse pues Panamá, donde el “elemento de color es preponderante”, está bajo la tutela de una “raza mejor dotada”. No lo decía cualquiera. Miguel Jiménez López llegó a ser ministro de Gobierno (1922), representante a la Cámara, senador de la República, presidente del Directorio Nacional Conservador y representante por el país ante la Asamblea de las Naciones Unidas (1951).
Así, mientras EEUU amputaba una parte del territorio de Colombia para construir libremente un canal interoceánico, este científico social colombiano al tanto de los últimos avances de la ciencia, justificaba el despojo y la imposición. Preparaba además el terreno para que en marzo de 1922, Colombia aceptara una limosna a cambio de su dignidad: una indemnización por 25 millones de dólares, enviada por el gobierno de EEUU con el propósito de «eliminar todas las desavenencias producidas por los acontecimientos políticos ocurridos en Panamá en 1903”.
Miguel Jiménez López dictaba cátedra. Para este médico las naciones latinoamericanas, por ser mestizas están condenadas a ser colonias y semicolonias de las naciones blancas: por las venas de sus habitantes corre sangre negra e indígena. En realidad repetía los postulados de las grandes luminarias europeas de la ciencia social, entre ellos el británico Edward Tylor (1832-1917), padre de la Antropología, quien expresa: “La historia nos enseña que más razas han adelantado en la civilización, mientras otras se han estancado al llegar a cierto límite o han retrocedido. Una explicación parcial de este fenómeno la hallamos al observar las distintas capacidades intelectual y moral de los naturales de África y de Suramérica, en comparación con las naciones del viejo mundo y de EEUU, que las vencieron y dominaron”.
Estos pensadores pregonan que existen razas humanas, las cuales se pueden distinguir a simple vista por sus rasgos fenotípicos y el color de la piel. Cada raza tendría una serie de propiedades y rasgos morales e intelectuales- no todos necesariamente visibles- inherentes e inmodificables, que las caracterizan. A partir de este constructo ideológico se organizó un modelo de dominación y vasallaje donde las razas superiores dirigen, dominan y civilizan a las razas inferiores, cuyo rol se limita a ser mano de obra en el proceso de reproducción del sistema capitalista-colonial, y a obedecer a unos amos “mejor dotados”. En Europa y EEUU vive la raza blanca superior, destinada naturalmente a expandirse, civilizar y dominar al resto de las razas, distintas e inferiores, que habitan en el resto del planeta. De este modo, los pensadores y políticos eurocéntricos auspician la supremacía de las naciones y pueblos de raza blanca, en relación con las naciones y pueblos de otras razas, originarios de otros continentes, a los que considera inferiores y atrasados.
No fue casual, entonces, que cuando el gobierno venezolano demandara a fines del siglo XIX la solución pacífica de la controversia en el conflicto entre Venezuela y Gran Bretaña a propósito de la ocupación inglesa de nuestro territorio en la zona de Guayana, se designara un tribunal de arbitraje internacional, adonde no fuimos invitados. El Tribunal estuvo compuesto por cinco miembros: dos estadounidenses en representación de Venezuela, dos ingleses en representación de Reino Unido y el quinto miembro, un ruso, sería el juez o árbitro. Los árbitros “acordaron desde el comienzo de la negociación que ningún jurista venezolano habría de formar parte del Tribunal de Arbitraje, porque no estaban dispuestos a sentarse junto a un mestizo con olor a trópico”. La sentencia de este tribunal internacional en 1899 significó un despojo ilegal de parte importante del territorio de Venezuela, ejecutado por las potencias involucradas en contra de los intereses y derechos venezolanos.
Tampoco es casual que cuando los Estados Unidos conocen a un gobernante latinoamericano en lo primero en que se fijan es en el color de su piel. Así lo hizo el Ministro Plenipotenciario de EEUU en Venezuela, míster Herbert Wolcott Bowen, que en notificación que envía al Secretario de Estado de EEUU John Hay, luego de su primera visita al presidente de Venezuela Cipriano Castro, acota: “Su piel denota que tiene una o dos gotas de sangre india en las venas”, suficiente argumento para desautorizar cualquier punto de vista del mandatario venezolano en defensa de la soberanía nacional, y para invadir el país si lo consideraba necesario.
Afortunadamente, ante la genuflexión y el bandolerismo intelectual de un sector de las oligarquías neocolonizadas representadas por gente como Jiménez López, han surgido siempre los pensadores con mentalidad soberana e independiente, seguidores de la doctrina bolivariana. Uno de ellos fue el colombiano Jorge Eliecer Gaitán. En el Discurso que pronuncia en Caracas el 18 de octubre de 1946 manifiesta: “Nosotros hemos aprendido a reírnos de esas generaciones decadentes que ven a las muchedumbres de nuestro trópico como a seres de raza inferior. Inferiores son ellos que carecen de personalidad propia y se dejan llevar por algunas mentes esclavas de la cultura europea. ¡Mentira la inferioridad de nuestros pueblos; mentira la inferioridad de nuestros países; mentira la debilidad de nuestras razas mestizas! Que vengan los europeos a presenciar el drama de esta masa enorme de América devorada por el paludismo, con gobiernos que le han vuelto la espalda a su gente para enriquecerse en provecho propio; que vengan a contemplar las inclemencias perpetuas que vivimos los habitantes del trópico, y entonces tendrán que comprender cuán brava es la gente nuestra, y reconocer la falsedad de su concepto sobre la inferioridad de las masas americanas”.