Su voz era prodigiosa, penetrante, subyugante. Era también un galán. Cuentan que tenía un espíritu volcánico y una sonrisa arrebatadora. Así que donde se presentaba, un ejército de féminas se agolpaba, y entre canto y canto, suspiraban por la posibilidad de conocer al ídolo. Se llamaba Alfredo Sánchez Luna y su pasión era cantar. Su nombre artístico, Alfredo Sadel, surgió de la combinación de su apellido con el del gran Gardel, a quien por supuesto veneró hasta sus últimos días.
Nació en una casa sin número, entre Cruz de La Vega y Palo Grande, en la parroquia San Juan en Caracas, y su voz aterciopelada lo llevó a grandes escenarios del mundo como el Carnegie Hall de Nueva York, el Teatro Colón de Buenos Aires, el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México y la Scala de Milán. En todos fue ovacionado. Alfredo fue cantante popular y lírico, compositor y un excelente dibujante. Creó una disquera de producción nacional y se hizo incluso empresario de temporadas operáticas. Fue el primer artista en grabar un disco de fabricación nacional, el cual se vendió como pan caliente, y que incluso rompió récord de ventas.
Más de 2000 canciones, entre las que cuentan boleros, zarzuelas, ópera y baladas, recogidas en 200 discos conforman su legado. El escritor, compositor y crítico austríaco, Kurt Pahlen lo incluyó en su libro “Grandes cantantes de nuestro tiempo”.
Siempre el canto
Desde chiquito le gustó cantar. A los siete años, imitaba a Carlos Gardel y a Imperio Argentina muy de boga para el momento. Junto a su tía escuchaba por la radio a Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu, al Trío Matamoros y al Cuarteto Flores, entre otros. En el Colegio Salesiano de Sarria, estuvo en el coro, recibió formación en música y canto, hizo teatro y desarrolló su talento para la pintura y el dibujo. Por dificultades económicas dejó los estudios y trabajó paralelamente como caricaturista en el diario La Esfera y en la agencia de publicidad McCann Erickson como dibujante y en la elaboración de avisos de prensa. Allí fue asistente de Carlos Cruz Diez. El canto era lo suyo así que se inscribió en la Escuela Superior de Música de Santa Capilla, a cargo del maestro Sojo, donde se formó en solfeo, piano, armonía y composición.
Fue en los programas radiales para aficionados, a los que asistía regularmente donde conoció a Mario Suárez, el cancionero nacional más destacado, quien al oírlo cantar lo recomendó con la dirección de Radio Caracas (Radio). Allí debutó en 1946, y grabó su primera canción “Desesperación”, la cual nunca salió al aire. Un año después estuvo con Magdalena Sánchez y Alci Sánchez en el programa Caravana Camel, transmitido por la Radiodifusora Venezuela. Luego se presentó en Radio Tropical, en el programa Cada Minuto una Estrella, en el Teatro Nacional, en el Teatro del Pueblo y participó en la inauguración del Edificio Ondas del Lago en Maracaibo y de Radio Valera en Trujillo.
En 1948, grabó Diamante Negro, un pasodoble en honor a su gran amigo el torero Luis Sánchez Olivares, conocido como “Diamante Negro”, el cual fue un éxito pues vendió veinte mil copias de un tirón.
Continuó cantando, grabando y conquistando espacios y corazones. De hecho, “Desesperanza” fue un éxito a nivel internacional, resultó elegida la canción del año y además vendió cerca de 80.000 copias
Cuba
En los años cuarenta y cincuenta, el artista que quisiera ganar fama debía ir a La Habana. Y eso hizo Sadel, fue y triunfó. El público enloqueció con su voz. Grabó temas de célebres autores cubanos como Osvaldo Farrez, Orlando de la Rosa, Ernesto Lecuona, Miguel Matamoros e Ignacio Villa (Bola de Nieve). Incluso grabó con Benny Moré «Alma libre» del compositor y pianista Juan Bruno Tarraza. Cuentan que en la Isla tuvo también su propio show de televisión, el cual gozó de gran audiencia.
En el cine
Debutó en el cine con “Flor del Campo”, dirigida por José Giaccardi. Actuó en “Tres balas perdidas” con Javier Solís y junto a Miguel Aceves Mejías en “Tú y la mentira”, “El buena suerte” y “Martín Santos el Llanero”, ésta última coproducción entre México y Venezuela, con música de Juan Vicente Torrealba y José E. Sarabia.
Canto lírico
La ópera lo sedujo y se fue a estudiar en Italia y Austria. En 1962 se presentó en la zarzuela “Los Gavilanes”, en el Teatro Municipal. Estuvo a su vez, en los teatros más prestigiosos de Hungría, Suiza, Francia, España, Italia, Alemania y casi todos los países que integraban la Unión Soviética. Fue contratado por la compañía de Plácido Domingo (padre), para una gira por Latinoamérica, donde se presentó con Pepita Embil, famosa cantante de zarzuela. En la temporada de ópera de 1965 alternó con Plácido Domingo en el Palacio de Bellas Artes de México.
En 1969, participó en el Primer Festival de la Voz de Oro, donde interpretó “Toledo”, pero obtuvo el segundo lugar. Al año siguiente se sacó la espinita y logró el primer lugar, con “Aquel Cantor”, de su autoría y dedicada al grande Lorenzo Herrera.
El 28 de junio de 1989 murió el tenor favorito, como lo llamaron. El pueblo caraqueño salió a las calles a despedir a su ídolo.