Al empresario Rex Tillerson, devenido en Secretario de Estado (equivalente al Canciller), del gobierno del desquiciado e inestable presidente Trump, le ha dado en su reciente gira latinoamericana por amenazar frontalmente a Venezuela. Esto no es un juego, Estados Unidos es un imperio poderoso, inescrupuloso, aniquilador y parasitario. Donde suelta sus tropas no vuelve más nunca la paz.
Sus patrones de conducta están perfectamente documentados, todas sus acciones persiguen el exterminio total de sus “enemigos”. Ningún país ha declarado la guerra a Estados Unidos en las últimas décadas, pero esto no ha sido impedimento para que el Imperio Norteamericano desate sus perros de guerra, su maquinaria de matar, sobre docenas de pueblos inocentes. Las excusas y justificaciones son bien variadas, ya sea para acabar con adversarios políticos, para controlar espacios territoriales o para acceder a recursos naturales (principalmente petróleo).
Bien lo señala el filósofo norteamericano Noam Chomsky (“El terror como política exterior de Estados Unidos”, Alfadil Ediciones, 2003), este país se maneja por el principio de “creer que tenemos el derecho de actuar unilateralmente. Por eso no queremos autorización internacional. No nos importan ni las evidencias, ni las negociaciones, ni los tratados. Somos el tipo más fuerte, el matón de barrio. Hacemos lo que nos da la gana”.
Tillerson viene montado sobre esta lógica. Defensor a ultranza del neoliberalismo y el libre comercio, viene de ser el Director Ejecutivo de la poderosísima Exxon Mobil. Donde, por cierto, aprovecharon la guerra de Irak para hacerse y lucrar infinitamente con los yacimientos petroleros de la zona del Kurdistán (avispados pues). Está acostumbrado solo a mandar y disponer, que los demás obedezcan. Por eso en su gira por Latinoamérica solo va a pasar por los países falderos, los arrodillados de la Alianza del Pacífico (México, Colombia y Perú) y por Argentina.
Por eso, para nada extrañan sus declaraciones ofensivas y agresivas, tratando de hostigar y acosar al Gobierno Bolivariano y a todo el pueblo de Venezuela. Tillerson soltó públicamente su agenda: “Continuaremos poniendo presión al régimen para que regrese a los procesos democráticos que hicieron de Venezuela un gran país en el pasado”. Eso sí, entre sus anhelos y acciones están que las “presiones” (bloqueo financiero, sanciones económicas, guerra económica y amenaza de bloqueo petrolero), permitan la “dimisión de Maduro” o “una intervención Militar”. Casi nada. Todo un compendio de injerencia y agresión. La agenda del Imperio está clara, por eso Tillerson afirma: “En la historia de Venezuela y otros países sudamericanos, muchas veces el ejército es el agente de cambio cuando las cosas están tan mal y el liderazgo ya no puede servir a la gente”. Añora el regreso de un Duvalier (con sus Tonton Macoute), de Pinochet, de Videla, de Stroessner, de Somoza. Propone una agenda de violencia, muerte y destrucción, donde el pueblo venezolano pondrá de seguro todos los muertos.
Como si estuviéramos frente a un Déjà vu, Tillerson ha resucitado de entre los muertos a la vetusta Doctrina Monroe (“América para los americanos”), reflejando el toque de soberbia e irrespeto que caracteriza a la administración Trump. Pretenden tratar a los países de este continente, como subordinados y dóciles proveedores de materias primas. Sin embargo, en la memoria de los pueblos latinoamericanos están las cicatrices de sus cruentas invasiones, golpes de Estado y los saqueos de las riquezas nacionales.
Con absoluta candidez, al mejor estilo Monroe, Tillerson ha sentenciado sin rubor alguno, que estos son dominios del Imperio Norteamericano. Criticando con amargura, cual reminiscencia postcolonial, nuestras alianzas estratégicas con países del orbe: “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales”, porque ya tiene al Imperio Norteamericano, a su Doctrina Monroe y a Trump. Con descaro expresó que “China está ganando terreno en la región” y “La creciente presencia de Rusia en la región también es alarmante”. Inmorales.
Aquí radican las alertas y alarmas en la lógica empresarial y comercial de Trump, Tillerson y compañía: la fuerte presencia de China y Rusia le “quita” mercados “exclusivos y preferentes” a Estados Unidos. Esta es una afrenta que no pueden permitirse en su patio trasero. Vienen por los millones de dólares y materias primas que están en juego. Bien lo advertía Chomsky, sobre el metabolismo del gran capital, “Están en juego los derechos de los inversores, no el comercio. Y el comercio, por supuesto, no tiene valor en sí. Únicamente lo tiene si acrecienta el bienestar humano”. Para nada habla Tillerson de la búsqueda de bienestar, soberanía e independencia de los pueblos de la región. Solo tienen la mirada puesta en sus arcas nacionales.
El empresario Tillerson solo ve desde la óptica de los negocios. Quiere esquilmarnos nuestras riquezas (petróleo y más petróleo). Sus acciones injerencistas en nada ayudarán a los pueblos humildes de este continente.
@richardcanan