Por Carola Chávez
Estábamos en la última curva de la Campaña Perfecta, yo solo llevaba corriendo cuatro semanas de los meses que estuvieron corriendo mis compañeros y Chávez. Una tarde en cada sitio, dos o tres actos en un solo día. Hubiera sido agotador, pero veía a Chávez, incansable, y sabía que uno no se podía cansar. “Tú también eres Chávez mujer venezolana…”
Una tarde, después de dos horas de caravana a pleno sol, en aquel camión que avanzaba poquito a poco, saludando, “cuidado no los vayan a pisar”, cuando finalmente llegamos a la tarima , vi a Chávez bajar del camión y subir las escaleras que lo llevaban a la tarima, despacito, casi encorvado, y entonces supe que él tenía dolor. “Un dolor que puede llegar a ser insoportable” –nos dijo tiempo después.
Terminó de subir la escalera mientras todos cantábamos “vive tu vida, dale alegría…” y apenas puso un pie en la tarima, se enderezó y con sus pasos largos se acercó a los músicos, agarró una guitarra eléctrica y empezó a bailar. Bailó, cantó y nos regaló un hermoso discurso de dos horas más: “Tú también eres Chávez…” Entonces supe que en esta pelea no había cansancio, ni dolor, ni tristeza, ni nada que nos excusara de seguir peleando.
Días antes, en esa corredera, habíamos estado en Apure, donde Chávez se encontró con sus añoranzas,“Si me tocará o mejor dicho, ya se que no me toca, si me hubiera tocado a mi, la suerte de Lorenzo Barquero, que se lo tragó la sabana, yo hubiese estado de acuerdo. Si alguien me hubiera preguntado a mi: ¿Quieres tú el destino de Lorenzo Barquero? ¿Quedarte allá lejos, en el Cajón de Arauca Apureño, hasta que te seque el tiempo y te vuelvas terrón y te vuelvas tierra y te vuelvas agua de esta sabana? Yo diría, sí, sí y mil veces sí. Porque amo a esta tierra”… Su otro destino, si no hubiera escogido el destino heroico que asumió con valentía, con una convicción sin fisuras, sin excusas auto complacientes que le permitieran bajarse del autobús si la cosa se ponía difícil o fea, como tantas veces se puso, como tantas veces se pondría. Un destino que asumió con alegría.
Recuerdo el día que nos anunció que regresaba a La Habana porque su cáncer había reaparecido. ¡No había una noticia más dolorosa! Una vez dicho esto, recuerdo que se dedicó a mitigar el dolor, suyo y nuestro echando cuentos comiquísimos de los enredos del 4 de febrero. Recuerdo que pasamos de llorar de tristeza a llorar de la risa y luego a despedirlo con alegría y esperanza. Recuerdo toda la autopista a La Guaira llena de gente lanzándole bendiciones y flores. Recuerdo su cara amorosa y su sonrisa.
Otra noche, la más triste de todas, vino a darnos la peor noticia: “Buenas noches a todos, buenas noches a todas. Bueno yo me veo obligado por las circunstancias, ustedes saben mis queridas amigas, mis queridos amigos venezolanas y venezolanos todos, que no es mi estilo un sábado por la noche y menos a esta hora, nueve y media de la noche… ¿Te acuerdas de aquella película Diosdado?… – aunque sus ojos decían despedida, él combatió su tristeza y la nuestra a ritmo de lambada– … Fiebre de sábado por la noche, John Travolta, yo bailaba La Lambada, compadre. Yadira también la bailaba. Bailábamos La Lambada, yo recuerdo esa película, tuvo mucho impacto… ¿te acuerdas? ¡Ah! Era el impacto de aquellos años ¿qué? los años 80, los años 70, los años 80, Teresa Maniglia bailaba La Lambada pero divino, yo la vi una vez”. Risas y el corazón apretado… “Ya Chávez no soy yo, porque Chávez es un pueblo”.
Chávez nunca se abrazó a la lástima, jamás intentó capitalizar de ella. Chávez nunca nos vio como “pobrecito mi pueblo” y nunca fue un “pobrecito yo”. Chávez nunca se rindió. Esa tarde de campaña, supe que no podíamos rendirnos y menos justificándonos con la babosada de que lo hacemos en nombre de Chávez, el hombre que nunca se rindió. El hombre que, por no dejar de pelear, sigue victorioso más allá de la vida.
“Yo soy Chávez” –dijimos. Y como él nos enseñó, toca apretar los dientes y sonreír más duro cuando más ardan las lágrimas en los ojos y la angustia más te apriete el corazón, así, como él nos enseñó. Yo soy Chávez.