Estamos en Caracas, en medio de la guerra económica que dificulta la vida de la población venezolana, con el objetivo evidente de eliminar el consenso del gobierno bolivariano. La periodista recibe una llamada de la documentalista Liliane Blaser, con quien debía reunirse en pocas horas. Solo se entiende la palabra «gallina», repetida varias veces con una voz frenética y que se ha pospuesto la cita, luego se interrumpe la conversación. La reportera reflexiona. Dado que «gallina» no puede ser un insulto para ella, ni un deseo culinario expresado por la documentalista vegetariana tan temprano en la mañana, ¿Gallina, podría ser un apellido? Ella no conoce a nadie que se llame así.
“Pero bueno, tú como que eres paranoico, siempre crees que te están siguiendo”; le dijo Alex Lanz a su padre, Carlos, en varias oportunidades; se refería a las mañas características de un viejo guerrillero, acostumbrado a desconfiar hasta de la sombra.
Con este párrafo comenzó el perfil de Carlos Lanz que se publicó en el periódico Ciudad CCS en 2021, el año siguiente a su desaparición.
Visto ahora, desde el pasmo generalizado que dejaron las revelaciones del fiscal general, Tarek William Saab, este 6 de julio de 2022; hay que decir que tenía razón el veterano rebelde en su desconfianza, solo que le faltó un poco más de sospecha para aplicarla no hacia el mundo exterior, sino puertas adentro de su propia casa.
Desde un principio, uno de los aspectos más extraños de la desaparición de Carlos Lanz, ocurrida el 8 de agosto de 2020; era precisamente que algo así hubiera ocurrido con una persona tan cautelosa en sus movimientos. Contrario a sus inveteradas prácticas preventivas, todo indicaba que el luchador social salió de su casa en Maracay sin avisar lo que se proponía hacer y sin señales de que hubiese sido sometido mediante violencia.
Por eso, Alex estaba convencido de que había salido de la casa a instancias de alguien de su confianza. ¿De qué otro modo podía explicarse que precisamente ese día hubiese aflojado en sus medidas de seguridad? Ahora, a la luz del espeluznante relato de uno de los cómplices del asesinato, se entiende lo que pasó. Quien fue a buscarlo a su casa era un supuesto amigo, alguien de quien ni siquiera un paranoico impenitente llegó a recelar.
Tal vez la crisis del cuadro familiar que ahora ha quedado al descubierto, en toda su abominable dimensión, era una de las razones por las cuales Lanz, en un lenguaje de alto perfil sociológico, había lanzado alertas acerca de lo que llamó la hiperanomia que estaba sufriendo la sociedad venezolana; luego de varios años de guerra económica, medidas coercitivas unilaterales y bloqueo. En sus disertaciones solía referirse con angustia a los terribles daños en la conciencia colectiva que estaba causando la incesante agresión externa e interna contra la población.
«Aquí se está aplicando una gran operación psicológica para vulnerar nuestra identidad, nuestras convicciones. Necesitamos dar una guerra de valores, donde le pongamos un freno a la dominación cultural, a la degradación, al envilecimiento de la persona. Porque la gente está sometida a una serie de presiones de degradación de sus condiciones de vida, pero también a la degradación de su propio imaginario colectivo, de su identidad como pueblo. La sociedad venezolana está sufriendo de hiperanomia, con el resultado del desconocimiento de las normas, de la ruptura del contrato social. Es un proceso imperceptible pero está en desarrollo», expresó Lanz y estas palabras, tan bien hilvanadas como discurso de un estudioso de las ciencias sociales, adquieren ahora un nuevo cariz: la degradación y el envilecimiento estaba incluso allí, en su más cercana intimidad y marcaría el trágico final de su vida.
Si nos remitimos a la definición de hiperanomia que hace la socióloga Maryclen Stelling, tendremos más claro a qué se refería Lanz. “La hiperanomia, de alguna manera, ha originado que en este país cualquier acción sea considerada ‘legítima’ para la subsistencia y se hayan desdibujado las fronteras entre la legalidad y la ilegalidad en todos los niveles. La hiperanomia es observable; no solo la podemos ver en el comportamiento del tránsito, en las conductas que suceden en las calles sino también en las relaciones afectivas, en las relaciones amorosas, en las relaciones laborales, familiares; y por supuesto también en las relaciones comerciales”.
En la narración del secuestro, ejecución y macabra desaparición del cadáver de Lanz se observa un ejemplo atroz del fenómeno descrito, contra el cual ahora hay más razones para actuar como sociedad.
Hipótesis muy naturales
Al conocerse los detalles del asesinato quedaron sin sustento las versiones sobre otros posibles móviles, entre ellos el que le atribuía la desaparición a una acción de agentes extranjeros.
Sin embargo, es necesario subrayar que tales hipótesis no eran en absoluto descabelladas. Es más, tal vez el mismo Carlos Lanz las habría asumido y defendido, de ser otra persona la víctima.
En la nota periodística citada arriba, se decía que en la dialéctica de un proceso tan acosado externa e internamente como lo es el bolivariano, había amenazas muy reales para los cuadros clave del Estado, de sus fuerzas políticas y de sus activistas sociales.
Si bien Lanz no era el más conocido de los intelectuales chavistas, debido precisamente a su deliberado bajo perfil, sí era uno de los más agudos y preclaros analistas en materia geoestratégica con los que ha contado la Revolución. Muchos de quienes se preocuparon por su insólito mutis, coincidían en que era en la profundidad de sus planteamientos sobre la guerra popular prolongada donde debían buscarse las causas de lo ocurrido.
Álex Lanz lo expuso así en una entrevista exclusiva para laiguana.tv. Dijo que “él ha trabajado en el estudio de las operaciones psicológicas, las acciones militares irregulares, el culto al odio por las redes sociales, el asesinato de reputaciones que desarrollan los enemigos de Venezuela, y desaparece justo dos días después de la sentencia a 20 años de prisión de los mercenarios estadounidenses y paramilitares de la Operación Gedeón… Da mucho qué pensar”.
Carlos Lanz había sido un profeta de las acciones tipo Gedeón. En varias oportunidades, antes del desastroso desembarco, había explicado que EEUU estaba planificando una invasión, pero no del tipo clásico, pues su élite intenta evadir el síndrome de Vietnam. Su modelo ahora es tercerizar la guerra, ya sea poniendo al frente a terceros países aliados o mediante el uso de «contratistas», que es un eufemismo para perfumar el rol de las empresas de mercenarios, como la que intentó la invasión de La Guaira. «La razón es de índole pragmática y mediática. Evitar que se genere empatía hacia Venezuela, cuando fuese atacada por un país muchas veces más fuerte en términos militares», dijo Lanz, en un diálogo con el portal Sputnik.
En la Operación Gedeón se observan los dos trazos de esa fórmula de tercerización: se usa a un tercer país (Colombia) como base de operaciones, y a una «contratista»(Silvercorp) como ejecutora directa.
Casi un año antes de los sucesos, en una entrevista con Walter Martínez, en Dossier, Lanz dijo que, basándose en sus propios estudios y en investigaciones que se han hecho, algunas cotejadas con oficiales de la Fuerza Armada, existía la posibilidad de que ocurriera una operación armada con paramilitares y desertores.
También pronosticó algo que luego fue ratificado por denuncias del ministro de la Defensa, Vladímir Padrino López: el esfuerzo sostenido de infiltrar a la Fuerza Armada y romper su unidad mediante sobornos y promesas de cargos. «Nosotros parecemos, en algunos aspectos, estar preparándonos para una guerra convencional con barcos y aviones. Creo que eso no está en la agenda. El costo político de una decisión como esa no lo van a asumir en Washington. Ellos seguirán buscando desarticular la unidad de nuestra Fuerza Armada, romper la institucionalidad; por tanto, los aspectos logísticos y operacionales deben virar cuanto antes hacia la guerra popular prolongada. Eso es un disuasivo», puntualizaba Lanz.
Habiendo sido el autor de estas contundentes denuncias, no era en absoluto un disparate suponer que las fuerzas de la extrema derecha o los autores intelectuales de Gedeón y otras fallidas tentativas estuviesen detrás de la desaparición de Lanz. Cualquier buen discípulo del reputado profesor habría tenido que considerar obligatoria esta sospecha.
Postales de Leningrado
La hipótesis que sí desechó desde un principio Alex Lanz fue la de que su padre podía haberse extraviado en medio de un ataque de demencia senil. «Dicen que, como es un viejito de 76 años, de un día para otro le dio Alzheimer, se fue para la calle y no volvió. Ojalá yo tuviese la capacidad intelectual de producir conocimientos como los produce él a su edad. No creo que un comelibros que hasta el día anterior estaba escribiendo ensayos y folletos, de pronto va a tener Alzheimer y se va a perder de la casa», expresó en la entrevista con laiguana.tv.
Volvamos con la semblanza publicada por Ciudad CCS en 2021. Allí se citaron las palabras del director del semanario cultural Todasadentro, Iván Padilla Bravo, quien compartió con Carlos Lanz ocho años de prisión política en el cuartel San Carlos.
De todos los recuerdos, Padilla eligió uno cultural: «Carlos siempre ha llevado la alegría de su ser revolucionario en el canto. Siempre ha tenido un instrumento a su lado y con todos logra siempre cantar libertad. Hasta en la prisión, la música afinaba siempre con su conciencia. Hoy que los desafinados de la vida han querido callarlo, la humanidad toda entona con él y por él, un canto de Libertad».
Padilla contó que Lanz era multinstrumentista: «Toca de todo… cuatro, guitarra, teclados, percusión. Él perdió la audición en un oído, por un disparo demasiado cerca de la cara y, no obstante, con un solo oído, jamás ha abandonado la música».
Entre rejas, Lanz también fue un prolífico escritor. Para sacar los originales de la cárcel tenían que forrar con ellos a sus hijos pequeños. Uno de los que más visitas les tomó fue una obra sobre Hegel, que tiene alrededor de mil páginas. Medio en serio y medio en broma, Alex Lanz dice: “No sé quién habrá leído eso, y si alguien lo hizo, mis respetos”.
Alex rememoró esas escenas al ver Postales de Leningrado, en la que se relatan las andanzas de los pequeños hijos de los izquierdistas en esos días de clandestinidad y persecución. «Lloré de principio a fin de esa película», confiesa.