En otros países están ocurriendo hechos graves, ante los que no pasa nada. ¿Se imaginan si fuese en Venezuela?
Elecciones en suspenso en la sede del benemérito Grupo de Lima
Perú, la sede del Grupo de Lima, fue a elecciones presidenciales el 6 de junio. La Oficina Nacional de Procesos Electorales tardó alrededor de diez días en contar los votos para determinar que el ganador fue Pedro Castillo, pero hasta el martes 21 no había sido proclamado y seguían pidiéndole al pueblo aguardar con paciencia.
¿Qué hicieron los reputados miembros de la Asociación de Países Preocupados por la Transparencia Electoral ante esta lentitud en el escrutinio y la poca diligencia en la proclamación? Nada. Han esperado con mucho respeto por la autodeterminación del Perú. ¡Qué decentes!
De haber sido en Venezuela, la misma noche del domingo 6, a eso de las diez y media, habría comenzado la campaña mundial para exigir que el Consejo Nacional Electoral diera el resultado definitivo, sin sospechosas demoras.
No olvidemos que fue precisamente en la sede del CNE, en las torres del Silencio, donde se inventó la fórmula genial para llevar a un país al borde de la crisis de nervios mediante la transmisión de la toma fija, en tiempo real, durante tres horas o más, de la baranda de una rampa peatonal.
De haber durado no digamos diez días, sino diez horas totalizando, se habrían pronunciado Estados Unidos, la Unión Europea, el Grupo de Lima, la OEA (of course), la ONU y quién sabe si hasta la FIFA. Centenares de ONG nacionales y extranjeras habrían suscrito comunicados exigiendo respeto a la voluntad del electorado y toda la prensa mundial habría dedicado enormes espacios y tiempos a denunciar un fraude en ciernes. Toda la nómina de la derecha global, desde intelectuales probados como Mario Vargas Llosa hasta figurones insulsos como Andrés Pastrana hubiesen salido, antes del amanecer del lunes a pedir una intervención de Cascos Azules o un bombardeo humanitario.
Falsos positivos y falsos arrepentidos
El expresidente y exministro de Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, confesó que durante los años en los que ejerció esos cargos, el Ejército asesinó a sangre fría al menos a 6 mil 402 inocentes y los presentó ante el país como guerrilleros muertos en combate.
Acto, seguido, haciendo pucheros, pidió perdón y volvió tranquilo a sus actividades habituales, como Premio Nobel de la Paz. Ni la autonombrada “comunidad internacional” ni las reputadas ONG de derechos humanos ni la prensa global salieron a exigir que Santos sea procesado judicialmente (¡por Dios, no era un sargento en un pueblo perdido de Magdalena, era el ministro de la Defensa y luego fue presidente!). Todo el mundo pareció quedar conforme con sus golpes de pecho.
Ningún exministro chavista podría hacer una confesión semejante porque en la Venezuela de los últimos años no ha ocurrido nada ni lejanamente parecido, pero si algún funcionario admitiera, por ejemplo, que en un momento de ofuscación, le dio dos cachetadas a un «preso político», ¡ay, hermano querido!, prepárese para que lo juzguen en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad y para que Washington le ponga en un cartel de “Se busca vivo o muerto”.
Otra de Colombia: muertos, desaparecidos, descuartizados, torturados… y todo normal
La represión al paro nacional en Colombia había dejado hasta mediados de semana, según cuentas de diversas ONG, más de 60 muertos y unas 700 desaparecidos. Los que han vuelto, lo han hecho con relatos horribles de torturas y los menos afortunados han aparecido descuartizados, tras haber pasado por las casas de pique, lugares especialmente acondicionados para desmembrar personas.
Todo eso se cuenta y no se cree. Parece el guion de una película de terror. Pero es la realidad del país vecino, el mismo cuyos líderes cacarean pidiendo sanciones contra Venezuela porque acá supuestamente hay una dictadura que irrespeta los derechos humanos.
¿Alguien alcanza a imaginar las reacciones de las naciones imperiales, sus satélites y lacayos de haber ocurrido algo siquiera someramente parecido en Venezuela?
De seguro hace ya tiempo que estaríamos bajo bombardeos por motivos humanitarios.
Brasil: 500 mil muertos y Bolsonaro está de Copa
Brasil pasó del medio millón de fallecidos por covid-19, y una de las principales razones para ese tétrico balance es la tozudez del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro, a quien es claro que la importa muy poco esta tragedia colectiva.
Recordemos las veces que el propio troglodita Bolsonaro y otros presidentes del concierto de la derecha latinoamericana lanzaron advertencias –sin base estadística alguna- sobre Venezuela, calificándola de amenaza sanitaria para los vecinos. Los medios escandalizaron con hipótesis de las graves crisis que iban a ocurrir, sin que hasta ahora –por fortuna- se hayan cumplido las profecías.
En cambio, guardan silencio sobre lo que está pasando en Brasil y si dicen algo acerca de ese país, es sobre la Copa América.