La deplorable conducta de la derecha ante el progreso deportivo
Primera fase: la profecía oscura
Antes del inicio de los Juegos Olímpicos, los voceros de la oposición, sus medios de comunicación y sus influencers en las redes sociales se dedicaron a difundir los vaticinios más pesimistas.
El estribillo de los «expertos» fue que íbamos a fracasar de la manera más vergonzosa y ridícula, demostrando así que el socialismo no sirve para nada, que el país está en las últimas y que a punta de lentejas de bolsa de CLAP no se pueden obtener campeones.
Por supuesto que al pintar estos escenarios patéticos, el culpable es el Gobierno, mientras desestiman por completo cualquier otro factor, en especial el bloqueo estadounidense y sus medidas coercitivas unilaterales. «Maduro va a salir con esas excusas, pero todo será culpa suya, de su ineptitud y de la corrupción del rrrrégimen», añadieron a las profecías siniestras.
Segunda fase: odio a los ganadores
Al comenzar los juegos, los autores de los terribles pronósticos se sentaron, con su olla se cotufas, a ver el fracaso de nuestros atletas… Pero, algo diferente empezó a ocurrir: los muchachos y las muchachas estaban haciéndolo bien.
(Incluso, con una complicidad de organismos internacionales que debe ser investigada, intentaron montar el show mediático de una delegación paralela, supuestamente formada por atletas refugiados venezolanos. Fue el primer aspecto de la estratagema que les salió mal).
Cuando Julio Mayora conquistó medalla de plata en pesas, los antipatriotas comenzaron a sentirse mal. Y se pusieron peor cuando el joven guaireño le dedicó su triunfo al cumpleañero comandante Chávez, pues la prueba final se llevó a cabo el 28 de julio.
Rabia, desprecio y otra serie de sentimientos negativos salieron en caravana. Apelaron a lo de siempre: que si lo coaccionaron, que si lo compraron, que si lo amenazaron. En fin, que en lugar de aplausos y gritos de alegría, en la derecha se oían los berridos de miles de odiadores en sus pataletas de niños malcriados.
Tercera fase: apropiación del triunfo
Cuando se les pasó la calentera, algunos de los fallidos profetas de la desgracia reevaluaron la situación y consideraron que una estrategia más inteligente era demostrar alegría por los muchachos y tomar para sí sus triunfos.
Izaron entonces unas sonrisas de directores de relaciones públicas para felicitar a los ganadores y desplegaron sus argumentos para quitarle cualquier mérito al Gobierno y al socialismo.
Arguyeron que el éxito de los pesistas Julio Mayora y Keydomar Vallenilla era exclusivamente de ellos como individuos; el del astro del BMX Daniel Dhers era también de él y de Estados Unidos, donde vive hace años; y el de Yulimar Rojas, de ella, del Barcelona FC y de España, porque allá es donde entrena.
Algunos voceros políticos y figuras mediáticas oposicionistas pretendieron dividir a los medallistas, al plantear que Dhers “no se dejaría manipular por el tirano”. Apostaron, incluso a que no hablaría por teléfono con el presidente Maduro. Pero el muy sonriente y carismático bicicrosista conversó con respeto y hasta lo llamó “hermano”.
Cuarta fase: pura amargura
Como suele ocurrir en otros asuntos (políticos, económicos, culturales, etcétera), la oposición siempre termina en un estado lamentable de amargura.
Les amarga que una Venezuela bloqueada, perseguida, satanizada, haya tenido la mejor actuación de su historia en los Juegos Olímpicos.
Les amarga que las cifras consolidadas de medallas obtenidas desde Atenas 2004 (la primera cita olímpica que puede considerarse responsabilidad de la Revolución) ya sean superiores a las cosechadas en los 40 años del Puntofijismo.
Les amarga que casi todos nuestros grandes atletas sean gente de los sectores populares, fruto de una política de masificación del deporte que tomó impulso en Revolución y ha tenido a Cuba como ejemplo y aliado.
Les amarga que los auténticos protagonistas de las hazañas deportivas les reconozcan al comandante Chávez y al presidente Maduro sus esfuerzos por el desarrollo de las políticas sociales que han hecho posible el avance en este campo, y ello a pesar de las incesantes e injuriosas campañas en su contra.
Les amarga que ninguno de los atletas haya aprovechado el escenario mundial para insultar al Presidente o asumir el discurso estridente de denuncia a la supuesta «dictadura».
Les amarga que la mayoría de las venezolanas y los venezolanos estén rebosantes de alegría con las victorias de sus atletas. Y es que, como bien se sabe, la amargura es un sentimiento que se potencia con la felicidad ajena.