Duque contra los bloqueos
El subpresidente colombiano, Iván Duque (más sub que nunca, dicho de paso) y su ventrílocuo Álvaro Uribe se dedicaron durante años a aupar y aplaudir las llamadas guarimbas y otros actos violentos de la oposición venezolana.
Ahora, puestos contra las cuerdas por un pueblo que protesta; denuncian a los vándalos que destruyen propiedades públicas y privadas (a ellos les preocupan, sobre todo, las privadas) y reivindican el derecho que les asiste a reprimir las manifestaciones y los cierres de vías.
Veamos, ¿qué eran las guarimbas sino focos de vandalismo y bloqueo ilegal de calles, avenidas y autopistas?
La desmedida reacción de la fuerza pública, ordenada por Uribe y secundada obedientemente por Duque, se produce sin que los manifestantes hayan hecho ni siquiera una pequeña porción de lo que hicieron los guarimberos venezolanos en 2004, 2014 y 2017. No se les ha visto usar morteros artesanales ni quemar vivos a sospechosos de ser uribistas ni lanzar tarros de excremento a los policías y militares. Pero la represión ha sido brutal. Calcule usted.
Paraíso neoliberal vira hacia la izquierda dura
Colombia no es el único de los pretendidos paraísos neoliberales latinoamericanos al que se le ha caído la fachada publicitaria y mediática. Chile ya lleva varios años en ese proceso, pero acaba de experimentar un salto importante: la derecha pinochetista ha sido zarandeada en las elecciones de integrantes de la Convención Constituyente, gobernadores, alcaldes y concejales.
La golpiza es extensiva a la falsa izquierda que durante 30 años ha cogobernado Chile con los derivados de la oprobiosa dictadura, haciendo posible la prolongación del mito de un supuesto milagro económico que solo lo es para los cenáculos del neoliberalismo más ortodoxo.
Luego de las protestas populares de 2019, a las que el empresario pinochetista Sebastián Piñera intentó a acallar con una sangrienta escalada represiva, el país austral debió dar un compás de espera, causado en gran medida por la pandemia, pero el deseo de darle un viraje radical a la conducción política no fue ahogado.
La doble jornada electoral del fin de semana demostró que la indignación sigue viva. Las fuerzas diferentes de la ultraderecha, la derecha y la socialdemocracia que posa de izquierda fueron arrasadas por los independientes y por los movimientos auténticos de izquierda.
Batalla final en Los Cortijos
Algunos emblemas de la guerra mediática se han distinguido siempre por su arrogancia y supremacismo.
En el caso del exdiario (hace tiempo que ya no es un diario) El Nacional, sus gestos de triunfalismo pueden remontarse casi dos décadas. En abril de 2002 quedó para la historia el título de la primera plana de su edición extraordinaria del 11 de abril: «La batalla final será en Miraflores».
Al día siguiente, ya derrocado el comandante Hugo Chávez, se ufanaron de la victoria de aquel golpe de Estado mediático.
Luego de ese episodio fueron muchas las veces que volvieron a mostrar su menosprecio por el chavismo y su militancia. Inolvidable es el editorial en el que aseguraron que la gente humilde iba a las marchas del gobierno a cambio de un bollo de pan y una carterita de ron.
Cuando el diputado Diosdado Cabello los demandó por una flagrante difamación (de la que, arrogantemente, no quisieron retractarse), se burlaron y dijeron que el afectado iba a tener que querellarse contra todos los grandes periódicos de América, mostrando así el carácter gangsteril de la Sociedad Interamericana de Prensa y sus socios europeos.
Ahora que perdieron el pleito y se ha ejecutado el embargo, se muestran como víctimas y apelan a un pasado glorioso (que ellos mismos, sus herederos, enterraron) para dar lástima y garantizar que seguirán recibiendo susbsidios imperiales.
La verdad es que perdieron la guerra comunicacional, y en su caso específico, la batalla final fue en Los Cortijos, en la abandonada sede de un diario que dejó de circular hace años.
España y su crisis migratoria
Los diplomáticos españoles, con Josep Borrell en la punta, han sido de las primeras voces del coro contra Venezuela. Una de sus supuestas preocupaciones es la ola de migrantes venezolanos hacia otros países de América Latina.
Nuevamente, la realidad cachetea a la obscena derecha. España enfrenta ahora una crisis migratoria (que es apenas un momento sobresaliente dentro de una situación recurrente, cotidiana) y queda en evidencia que sus supuestas «preocupaciones» son absolutamente hipócritas.
Para los migrantes africanos que intentan llegar a sus costas, la élite gobernante española solo tiene la misma respuesta represiva y contraria al más elemental derecho humanitario que caracteriza a casi todos los países del norte del mundo. Bueno, no les queda otra que asumir su barranco.