El 13 de abril de 2002, el pueblo venezolano despertó temprano; triste por la pesadilla del 11 y 12 de abril. Pero en la medida que el sol lo calentaba, la conciencia se iba despertando poco a poco como aquel tropel de caballos. Hubo movilizaciones, héroes y heroínas de la cotidianidad agitaban en cada calle, en cada esquina, en cada plaza: ¡Tienen secuestrado a Chávez! ¡Todo fue un montaje mediático! De repente el Libertador del Mediodía de América cabalgó por Miraflores. Se emocionó al ver a un general dándole órdenes a un coronel, jefe del Regimiento de la Guardia de Honor, “tomar el control del Palacio, mantener bajo custodia a todos los conspiradores y otros ciudadanos presentes en Miraflores y que se les garantice la integridad física”. A los pocos minutos varios soldados ondean la bandera tricolor de Miranda en la azotea que da a la esquina de Bolero. Al detallarlos notó que eran descendientes del Ejército Libertador que derrotó a los virreinatos españoles en Suramérica. Cuando llegó a Fuerte Tiuna empuñando la espada libertaria que le obsequiara Pétion, vio al mismo general sobre una tanqueta arengando al pueblo: “¡Soy un soldado y estoy con Chávez!”. Bolívar se entera que el hombre en cuestión es el comandante de la Tercera División de Infantería. “La Fuerza Armada no está de acuerdo con el golpe de Estado, no estamos de acuerdo con que Carmona haya violentado la constitución y haya hecho desaparecer de un plumazo los poderes del Estado, no estamos de acuerdo con la persecución a gobernadores, alcaldes y funcionarios públicos. ¡Exijamos la restitución de la constitución y la renuncia de Carmona!”. Bolívar se mete en la multitud. Allí oyó a una mujer que se estrujaba los ojos de tanto llorar y de tanto reír: ¡Ese sí es un general bolivariano, es de los nuestros! Bolívar lo detalló y le recordó por un momento a José Francisco Bermúdez, a Pedro Camejo, y también a José María España. Tenía la lealtad de Urdaneta y el coraje de Juana Ramírez «La Avanzadora». Al oírlo, el Libertador se emocionó porque ese general no era de aquellos deformados en la Escuela de las Américas bajo la doctrina Monroe, ni era de los traidores al mando de Santander. Quiso saber Bolívar quién era aquel agitador de pueblo hasta que otra mujer salida de las catacumbas, preñada, con una niña en los brazos y dos niños sujetos a su ropa, gritó desde la profundidad de la esperanza: ¡Viva el general García Carneiro, carajo!