Muchos síntomas de un sistema moralmente colapsado
Eutanasia para pobres (ahora formalmente)
En Canadá han lanzado una iniciativa jurídica que provoca escalofrío: una ley que permitirá “ayudar a morir” a las personas “demasiado pobres para seguir viviendo con dignidad”.
No, no es broma ni exageración. Bajo el gobierno del liberal Justin Trudeau (el mismo que se esfuerza en darle clases de democracia y derechos humanos a Venezuela), se abre la puerta a la posibilidad legal de eliminar a los ciudadanos indeseables por el grave defecto de la pobreza.
En realidad, no es nuevo que la sociedad capitalista pretenda prescindir de quienes “no son productivos”, a los que considera una carga para la sociedad. Siempre han existido mecanismos para conducir a estas personas a la muerte, tales como la falta de atención médica, la criminalidad desbocada, la represión, la falta de asistencia a los individuos en situación de calle y muchas otras. Pero ahora se pretende hacer jurídicamente viable esta especie de suicidio asistido para pobres.
Es otro escalón en la ruta ascendente de los sectores más retardatarios, del neoliberalismo más salvaje, de la peor de las distopías: un mundo en el que se eliminará a los miserables para que las élites puedan vivir felices, asistidas por una clase media siempre en la cuerda floja y una masa de trabajadores cada vez más depauperados, obligados a elegir entre la esclavitud y la eutanasia.
Elecciones libres y justas (con escudos blindados)
Las elecciones de Colombia nos dieron la muestra perfecta de la decadencia de las “democracias” que el orden hegemónico postula como ejemplos a seguir.
Son los procesos electorales que resultan del agrado de Estados Unidos, la Unión Europea y su maquinaria mediática y de las ONG obsecuentes y bien pagadas.
Mientras para Venezuela reclaman elecciones libres, justas y creíbles, en Colombia vimos cómo el candidato favorito para triunfar, Gustavo Petro, y su compañera de fórmula, Francia Márquez, tuvieron que suspender actividades de campaña o realizar otras cubiertos con escudos blindados y chalecos antibalas para evitar que se cumplan las amenazas de muerte que han recibido de parte de organizaciones narcoparamilitares.
En plena campaña, poderosas fuerzas del mismo tenor obligaron a la población a permanecer en toque de queda por varios días, en protestas por la extradición de un capo de la droga. Y si son capaces de obligar una parte del país a encerrarse en sus casas, ¿cómo se garantiza que no impongan su voluntad el día de las elecciones?
Planeamos el magnicidio… ¿y qué? (licencia para matar y echar el cuento)
Otro síntoma de la total degeneración del sistema político-económico reinante en el mundo, con la élite estadounidense aún a la cabeza, es la forma “normal” como se dice y se escucha en todo el planeta que en la Casa Blanca se hacen reuniones para planear el asesinato del presidente de otro país.
Claro que esto ha ocurrido desde hace muchos años, pero asombra la manera como los conjurados cuentan estas historias con aire anecdótico, como si en los cónclaves se hubiese conversado sobre alguna actividad jurídica y moralmente válida.
La narración hecha por el exsecretario de Defensa de EEUU, Mark Esper, sobre las reuniones en las que se consideró la mejor manera de matar al presidente venezolano Nicolás Maduro (con asistencia de líderes políticos connacionales) es espeluznante; no solo porque se haya discutido sobre ese tema, sino también por el hecho de que se haga esta revelación pública y no haya un repudio mundial a este acto criminal.
La obra de Esper se llama El juramento sagrado; pero en lo que respecta al tema de Venezuela bien podría adoptar el título de “Planeamos el magnicidio… ¿y qué?”; parafraseando al icónico libro-reportaje de la periodista venezolana Alicia Herrera, Pusimos la bomba… ¿y qué? Referido al atentado terrorista contra el avión de Cubana en 1976.
Aplaudan a su majestad, el emérito (el retorno de un soberano choro)
La ruina moral de la ultraderecha, la derecha y la falsa izquierda que gobiernan en Europa se pone de manifiesto en lo que ha ocurrido en España con el retorno del llamado rey emérito, Juan Carlos de Borbón, luego de dos años dándose la gran vida en Dubai.
La prensa alcahueta presentó el regreso como una vuelta desde el exilio y algunos hasta osaron comparar al monarca con los españoles que, durante el siglo pasado, debieron migrar por la Guerra Civil y otras calamidades. Una comparación que insulta de la manera más cruel a quienes escaparon de la dictadura de Francisco Franco.
En realidad, este sujeto no estaba exiliado sino prófugo, luego de haberse revelado la gran cantidad de actos de corrupción en los que se vio envuelto durante su largo reinado, que comenzó justamente bajo el ala del tirano Franco.
En la España que también nos quiere dar clases de justicia y derechos humanos, el Borbón mayor (un soberano choro) fue a pasar un rato de esparcimiento en un yate, con toda su real familia, mientras el rapero Pablo Hásel sigue en prisión por haber “injuriado a la monarquía”.