El general en jefe fue fundamental en la historia de la Revolución Bolivariana
Emblema popular de la amalgama cívico-militar
El general en jefe Jorge Luis García Carneiro es uno de los más resaltantes símbolos de la unión cívico-militar por la que tanto trabajó el comandante Hugo Chávez desde que llegó al gobierno, en 1999.
Las primeras figuraciones de García Carneiro en esos primeros tramos del gobierno fueron en actividades relacionadas con el Plan Bolívar 2000, expresión contingente del empeño de Chávez por sacar a los militares de sus cuarteles y hacerlos participar en la atención de las tremendas necesidades de la gente más pobre.
El hombre, que ya por entonces era general de brigada, se fajó junto a sus oficiales y soldados a transportar alimentos y construir viviendas, sin dejarse afectar por la campaña sucia de la burguesía y las clases medias, canalizada por la maquinaria comunicacional que los tildaba de «generales vende-papa».
Su rol como figura de la amalgama cívico-militar alcanzó un nivel sobresaliente a propósito del zarpazo contra la Constitución de 2002. En esos días complejos, demostró que esa unión era muy superior a las caricaturas que pretendieron presentar los adversarios.
La lealtad en las horas cruciales
Cuando muchos traicionaron los ideales con los que se habían comprometido, García Carneiro se paró más firme que nunca.
Cuando muchos «arrugaron» y buscaron acomodo con quienes habían dado el golpe de Estado, García Carneiro se sumó a un pelotón de pueblo, se subió al techo de un tanque de guerra y disparó su voz con un megáfono.
Mientras ciertas mentes perversas comenzaban a ejecutar una típica escalada represiva, García Carneiro dejó claro que no se trataba de una postura institucional de la Fuerza Armada.
Superado ese momento, siguió ejerciendo la fidelidad con el liderazgo de Chávez, marcando así una notable diferencia con otros que también fueron héroes del 13 de abril. La lealtad no se le agotó en el camino, ni siquiera en los momentos más trágicos y dolorosos.
Una gestión eficiente
El general en jefe puso su mayor empeño en todos los cargos que desempeñó, tanto civiles como militares: comandante del Ejército, ministro de la Defensa, Ministro para el Desarrollo Social y, en los últimos trece años, gobernador del Estado La Guaira, antes llamado Vargas.
En esta última responsabilidad destacó ampliamente, al punto de que se le ha catalogado como uno de los mejores mandatarios regionales que haya tenido el país desde comenzaron a ser electos, en 1989.
La labor del gobernador fue más notable por las terribles condiciones en las que se encontraba el estado litoralense luego de la catástrofe socionatural de finales de 1999 y de un fenómeno de menor dimensión, pero bastante destructivo, en 2005. Las gestiones de los anteriores mandatarios regionales (Alfredo Laya y Antonio Rodríguez Sanjuán) no fueron la mejor de las bases para la administración del general.
Durante la gestión de García Carneiro no sólo se recuperó el estado en forma general, sino que se dieron pasos hacia su consolidación como un polo turístico, recreacional y deportivo en las vecindades de Caracas, todo ello a pesar de las enormes dificultades económicas que ha sufrido el país, especialmente después de la partida física del comandante Chávez, producto de la caída de los precios petroleros, la guerra económica interna, las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo de Estados Unidos, así como la pandemia de Covid-19.
Adversarios reducidos a la miseria argumental
Una de las más evidentes demostraciones del éxito de García Carneiro en los diferentes roles que tuvo durante las últimas dos décadas es la baja ralea de los argumentos que salieron de las bocas de sus adversarios a propósito de su fallecimiento.
Imposibilitados por la realidad de descalificar su gestión como gobernador, reconocida como muy buena o excelente, incluso por opositores, a los detractores no les ha quedado otra opción que los ataques ad hominem y los insultos más miserables.
Ya es reiterativa esta triste manera de hacer política. Tanto que no provoca gastar tiempo en comentarla, pero —en cierto modo— es obligatorio hacerlo para dejar constancia del tipo de personajes que encabezan política y mediáticamente a una oposición sin rumbo.