Para entender la coherencia interna del plan de inversiones de 2 billones de dólares propuesto por Biden el pasado 31 marzo para ser aprobado por el Congreso; hay que conectarlo con otros dos planes anunciados igualmente por el presidente: una solicitud al Congreso el 9 de abril de 715.000 millones de dólares para el presupuesto del Pentágono para 2022 y el “Plan para construir seguridad … en asociación con los pueblos de Centroamérica” de 4 mil millones de dólares que durará 4 años. Los EEUU intentan contrarrestar el crecimiento de China presentado como “principal desafío” y “disuadir” la capacidad de Rusia de no dejarse agredir en sus intereses vitales. Plantean construir armas hipersónicas para competir con las más avanzadas que ha construido Rusia, renovar su Armada con submarinos dotados de misiles balísticos y barcos no tripulados y reactivar la moribunda OTAN. La política exterior errática de Trump ha agudizado la pérdida de influencia mundial de los EEUU.
Sus fracasos en Venezuela, Bolivia, México, Cuba, Argentina, Nicaragua, Siria, Irán, Yemen, Ucrania, Corea, Rusia y China; sus disputas con sus aliados europeos y sus agresiones a los entes multilaterales y pactos internacionales, han debilitado su propio hegemonismo. Por si algún alucinado lo dudaba Biden ha recordado que su único objetivo es reforzar el capitalismo. Su método es poner a toda marcha el motor de la economía norteamericana que es el complejo militar industrial y sus derivaciones auxiliares en la industria civil.
La modernización de aeropuertos y la fabricación de aviones favorecerá a Boeing y Lockheed Martin, los dos principales contratistas del Pentágono. La reparación de diez puentes estratégicos favorecerá al gigantesco grupo de ingeniería Jacobs; que trabaja para el Pentágono y el Comando de Operaciones Especiales.
Quanta Services contratista de, al menos, los ejércitos de Chile y Colombia; privatiza la red eléctrica de Puerto Rico. Modernizará la distribución eléctrica que se hundió en Texas. Northrop Grumman se beneficiará de la modernización de puertos y la fabricación de nuevos buques de guerra.
El gran monopolio industrial militar Raytheon, del que es empleado el General Austin —Secretario de Defensa—, sacará provecho, tanto de la venta de misiles y radares para el control de las autopistas, que Biden modernizará, como de drones para vigilar a los migrantes latinoamericanos pobres. Lockheed Martin venderá al mercado civil baterías de litio para los automóviles eléctricos previstos en el “capitalismo verde” del Partido demócrata. General Motors, ya produce camiones militares eléctricos “ecológicos” que usan hidrógeno como combustible; cuyas tropas asesinarán de manera “ecológica” en cualquier parte del mundo. Su director de actividades Full Cell, Charlie Freese, ya se frota las manos pensando en los nuevos contratos del gran plan inversionista conducido por el Estado. En su crisis el capitalismo abandona su verbología ultraliberal para pasar a la intervencionista keynesiana donde el Estado tiene un rol rector central. Los propagandistas burgueses tratan de hacer pasar por “izquierda” esta nueva estrategia. No es más que un intento de salvar el capitalismo de los monopolios, de naturaleza reaccionaria, antisocial, antiobrera y enemiga de la paz en el Planeta. Venezuela debe aprovechar esos aires keinesianos para reforzar el rol dirigente del Estado revolucionario en la diversificación productiva, modernización tecnológica, revolución agro industrial y alianza estratégica con sus socios confiables de América Latina y el Caribe, Europa, Asia y África.
Por: Jose Antonio Egido