La ultraderecha se mercadea como “los buenos” y perpetra toda clase de barbaridades
Ahora nos quieren salvar (¿O será salvarse…?)
La ultraderecha venezolana (es decir, nacida acá) anda en una de sus conductas bipolares típicas: luego de fracasar en sus reiterados esfuerzos de llegar al poder político destruyendo al país, ahora dicen que quieren salvarlo.
A lo largo de más de dos décadas, este segmento de la política nacional se ha vendido a sí mismo como “la gente decente y pensante”, como la “sociedad civil” enfrentada a la barbarie del chavismo, pero al revisar detalladamente los hechos lo que se observa es que han sido autores materiales o intelectuales de toda clase de actos violentos: golpes de Estado; intentos de magnicidio; oleadas de disturbios cada vez más sangrientos; sabotajes petroleros y eléctricos; intentos de invasiones mercenarias y paramilitares; guerra económica; presión para generar migraciones (y, luego, criminalizarlas); y solicitudes reiteradas de bloqueo y medidas coercitivas unilaterales.
Todas esas vías de hecho (como las llamaría un abogado) son presentadas ante el mundo como protestas justas y heroicas contra un régimen dictatorial. Los medios del capitalismo hegemónico, las organizaciones internacionales y las falsas ONG atestiguan que esto lo hacen los ultraderechistas porque son “los buenos” de la partida.
Obviamente, esa versión no ha tenido dentro de Venezuela el efecto que habían calculado, razón por la cual la oposición en su conjunto anda de capa caída, en uno de los peores momentos de su historia. Es en ese contexto en el que aparecen los líderes del ala pirómana a venderse como palomas de la paz y a ofrecer fórmulas para salvarnos. ¡Dios nos salve de esos salvadores!
Gente de bien en Colombia: al grito de ¡Plomo es lo que hay!
El formato es el mismo, con la diferencia de que en Colombia la ultraderecha tiene a Álvaro Uribe, un líder que hace recordar a los más prominentes de la historia del fascismo, como Hitler, Mussolini o Franco. Así de peligroso es.
A raíz del paro nacional que se inició en abril, y de la respuesta represiva del gobierno de Iván Duque, ha salido a flote lo peor de la estructura abominablemente desigual de la sociedad colombiana: los integrantes de la oligarquía (tradicional y nueva), junto a las narcoburguesías y unas clase medias completamente alienadas, se han lanzado, sin ambages, a sofocar las manifestaciones populares y, más allá de eso, a imponer a sangre y fuego su dominio sobre los pobres, los campesinos, los indígenas, los líderes sociales y cualquiera que sea tachado de terrorista, comunista o castrochavista.
Ni siquiera se han ruborizado al usar los dispositivos del paramilitarismo para disparar contra manifestantes desarmados, con el argumento de que la “gente de bien” tiene derecho a defender sus propiedades y su orden social. Al grito de “¡Plomo es lo que hay!”, quieren darle al pueblo un escarmiento lo suficientemente intenso como para que no vuelva a rebelarse.
Pueblos elegidos por Dios y por los imperios
En algunos casos, los dirigentes de la ultraderecha no solo se consideran la “buena gente”, sino que van más lejos: dicen que son los elegidos de Dios. Y con ese título divino se dedican a robar territorios, asesinar, detener ilegalmente, torturar y bombardear, todo ello en medio de la más absoluta impunidad.
El Estado sionista de Israel es el máximo exponente de esta categoría de países con licencia para matar, cuya conducta reincidente es ignorar todos los llamados y las órdenes emanadas de los organismos internacionales. Se sienten guapos y apoyados, no tanto porque sean los elegidos de Dios (eso siempre estará en duda) sino porque son los consentidos del imperio estadounidense y sus aliados o satélites europeos.
Los países obligados a convivir en el mismo vecindario con Israel son sus principales víctimas. En estos últimos días, la peor parte le ha correspondido a Palestina, pero en otras oportunidades les ha tocado a otros.
Prensa libre para gente de bien
Por supuesto que muchas de las fechorías de la “gente de bien” y de los “países elegidos” no podrían ejecutarse tan libremente si no fuese porque la prensa hegemónica del capitalismo los ampara.
Lo hemos visto en Colombia, donde se presentan las protestas de la colectividad como actos terroristas cometidos contra los ciudadanos productivos. El discurso de la ultraderecha es validado por la maquinaria comunicacional al punto de que se cuestiona el derecho de los indígenas a estar en ciudades como Cali.
Mientras tanto, la parte de esa maquinaria que opera desde los “países desarrollados” trabaja arduamente para desviar la atención hacia un país diferente a Colombia y Palestina. Y así vemos cómo un noticiero estadounidense y un pasquín español descubrieron venezolanos que entran a EEUU cruzando a nado el río Grande, “huyendo de la dictadura de Maduro”.