El dominio neocolonial del imperialismo estadounidense sobre la región latinoamericana y caribeña ha conocido fases sucesivas; y hoy enfrenta otra. Un hito importante fue la Conferencia de Chapultepec en febrero y marzo de 1945; que formalizó el rol latinoamericano de simples suministradores de materias primas y recursos naturales al desarrollo industrial de la potencia que emerge de la Segunda Guerra Mundial como cabecilla indiscutida del mundo capitalista y primera potencia mundial, los EE.UU. La disciplina férrea a la que han sido sometidos los países en su rol de auxiliares de la economía de los imperialistas se ratificó en la X Conferencia Panamericana de Caracas de 1954; cuando fue apoyado el plan criminal del Secretario de Estado John Foster Dulles; de derrocar el gobierno guatemalteco de Jacobo Arbenz por haber osado expropiar una parte de los terrenos de la compañía gringa United Fruid Company. En Venezuela la consecuencia de esta conferencia fue el golpe de Estado de octubre de 1945 entre los adecos de Rómulo Betancourt y el embajador estadounidense Corrigan para impedir el fortalecimiento de una burguesía nacional que había emergido en el gobierno de Medina Angarita; que podía establecer un plan de desarrollo nacional en base a los intereses de dicho sector burgués centrado en la creación de un mercado capitalista propio. El golpe del trotskista Betancourt significó la entrada en una fase de desarrollo sometido a los intereses de la familia Rockefeller, más allá de la simple exportación petrolera, implantando la exportación de mineral de hierro a los EE. UU., el ensamblaje de vehículos norteamericanos, cierta agro industria y manufactura, el comercio a escala; y la creación de una pequeña sociedad de consumo para los productos estadounidenses. Dado que estos planes generales contribuyeron a aumentar en la región las desigualdades, impedir el desarrollo económico real y aumentar la pobreza que era temida por la CIA como “caldo de cultivo” para la revolución social al estilo de lo sucedido en Cuba; el presidente Kennedy propuso otra fase de relación neocolonial llamada la “Alianza para el Progreso” en 1961. En la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social de Punta del Este el comandante Che Guevara denunció: “¿Por qué no se dan dólares para equipos, dólares para maquinarias, dólares para que nuestros países subdesarrollados, todos, puedan convertirse en países industriales, agrícolas, de una sola vez?”. El representante norteamericano, Douglas Dillon, prometió inversión de veinte mil millones de dólares a condición de que Latinoamericana tomase “las medidas internas necesarias”, es decir, mantener su status neocolonial y no tomar el camino revolucionario. Era un “plan de chantaje” dijo el Che que no rechazó esa inversión e incluso pidió treinta mil millones para conseguir “una real mejoría en los niveles de vida de todos sus doscientos millones de habitantes”. A Cuba, el embargo no la dejó desarrollarse y llegó “la revolución social en América”; como la había previsto el Che. Sobre todo, después de la “década perdida” de los 90 en la que la voracidad imperialista hizo de la región un exportador neto de capitales a los centros imperialistas; como lo han puesto en números los sociólogos James Petras y Henry Veltmeyer en su libro “Imperio e imperialismo”. La derrota del Tratado de libre comercio por los presidentes Chávez y Néstor Kichner que quería hacer de la región una zona aún más dependiente de las inversiones de capital y extracción masiva de plusvalía al servicio de las multinacionales imperialistas; definió otra fase de relacionamiento marcada por el surgimiento de instituciones multilaterales nuestroamericanas, por primera vez desde la Conferencia de Panamá convocada por el Libertador Simón Bolívar en 1826; saboteada por cierto por el emergente “vecino del Norte”. Hoy el debilitamiento de la subordinación neocolonial a resultas de la resistencia de Cuba, Nicaragua Venezuela y Bolivia, el surgimiento de gobiernos independientes en México y Honduras y medio independientes en Argentina, Perú, Chile y El Salvador y las perspectivas de crisis en los regímenes neocoloniales de Colombia y Brasil llevan a Biden a convocar una “Cumbre de las Américas” que nace semimuerta. Es cierto que los presidentes Boric, Fernández, Castillo y López Obrador carecen del empuje de los Torrijos, Rafael Correa, Salvador Allende, Velasco Alvarado y Cristina Fernández; pero también es cierto que gracias a la resistencia heroica de la Revolución Bolivariana conducida por el presidente Maduro, el PSUV y el Polo Patriótico y los países hermanos del ALBA se ha creado una correlación de fuerzas para ubicar a la región entre los polos que constituyen ya un mundo más democrático, pluralista y civilizado que el antiguo dominado por un feroz imperialismo belicista, egoísta y saqueador.
5 junio 2022.