Como en los negocios piramidales legales, el hampa atenaza a la sociedad desde la escala local hasta la planetaria
Primer nivel: malandros de barrio pobre
El negocio del malandraje se ha perfeccionado. Los rateros y ladronzuelos ya son anécdota. Todo choro en ejercicio debe estar integrado a una banda y aceptar la «gerencia» de los Kokis, los Vampis, los Garbis y los Wislexis.
El que aspire a tener su propia banda debe empezar, preferiblemente de niño o adolescente, «trabajando» como atracador, secuestrador, garitero o sicario al servicio de los jefes (luceros y pranes). Si demuestra capacidad (imagínese usted cómo se mide esto) llegará alto en esa estructura, es decir, trepará hasta ese nivel en el que el malandro se vuelve influencer, suele aparecer como tendencia en redes sociales y recibe gran atención de los medios de comunicación al servicio del negocio de la delincuencia multinivel. “Prensa libre”, le dicen.
Pese a esa apariencia de ser grandes personajes, en realidad, los supermalandros de barrio pobre no son sino el primer escalón en el zigurat de los grandes capos de esta industria. Son meros instrumentos de todos los que están en los pisos de más arriba.
Segundo nivel: malandros políticos sifrinos
Por encima de los pranes de barrio están los malandros políticos, que recurren al servicio de los primeros para las operaciones más sucias y violentas. Están obligados a hacerlo porque el malandro político, casi siempre sifrino (aunque hay excepciones) es estructuralmente cobarde, de modo que no es de los que se va a terciar un fusil y se va a ir a la montaña, como hicieron los jóvenes de izquierda en los 60 y 70.
En otra demostración del avance gerencial del negocio hamponil, estos personajes subcontratan la violencia con los del primer nivel. Así funcionaron las guarimbas de 2014 y 2017 y así han tratado de avanzar con la caotización de Caracas a punta de acciones psicópatas.
Al tener sus propios mercenarios, los malandros políticos sifrinos pueden seguir con sus disfraces habituales de pacifistas y meritócratas. Es decir, “gente de bien”, como les dicen en Colombia a los clase media que practican libremente tiro con blancos móviles en manifestaciones.
Lo mejor de este nivel es que cuando se inicia alguna acción judicial contra un malandro político sifrino, automáticamente pasan dos fenómenos: se transforma en un preso, perseguido clandestino o exiliado político (según sea que esté detenido, escondido o sacrificándose en Madrid, Nueva York o los barrios ricos de Bogotá); lo segundo es que, una vez tras las rejas, le caen las siete plagas de Egipto, se convierten en pacientes de diez o veinte enfermedades graves y salen los gobiernos, los organismos internacionales, las ONG y los medios a exigir su inmediata liberación, sin condiciones y con disculpas e indemnización incluida.
Tercer nivel: malandros millonarios
Las investigaciones han demostrado que en el tercer piso de la estructura mafiosa están unos “empresarios” propiamente dichos, es decir, dueños de empresas registradas como tal, no como los anteriores niveles, que se manejan con bandas y partidos políticos.
Estos sujetos se dan vida de magnates en Estados Unidos y otras naciones ejemplares, ofreciendo servicios especializados, tales como matar presidentes, invadir países, sabotear servicios públicos y otras actividades muy necesarias cuando se quiere un “cambio de régimen” o cuando un antiguo gobernante aliado se ha puesto caprichoso.
Es curioso, pero no lo es: estos empresarios del terrorismo (¿o cómo, si no, podemos llamar sus especialidades?) actúan a la luz del día y sin ocultar su particular oficio en los países que dicen estar siempre desvelados en el combate del terrorismo. ¡Qué cosas!
Cuarto nivel: malandros globales y satelitales
En la punta de la pirámide están los malandros globales y alguno que otro de sus satélites. Ellos son los que deciden por dónde va a avanzar el negocio y a ellos les llega el grueso de las ganancias de todos los anteriores tramos.
En lo más alto están los gobernantes de turno en Estados Unidos aunque parece ser una realidad que por encima de ellos está el llamado complejo industrial-militar-financiero-mediático que los quita y los pone allí. Todo lo que hace la estructura completa, desde un magnicidio en Haití hasta una plomazón en la Cota 905, obedece en el fondo al mismo negocio: ponerle las manos a las materias primas de los países menos desarrollados, llenarse los bolsillos con el tráfico de drogas y no permitir que nadie ose cuestionar su negocio multinivel. Todo ello bajo el paraguas de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Perfecto.