La derecha ya ni siquiera disimula sus delitos y tropelías
Magnicidios CA, una empresa floreciente
Está claro que en Estados Unidos es posible fundar una empresa dedicada a la guerra, el magnicidio, el genocidio y el sicariato.
No, no es la típica pandilla gangsteril tipo Al Capone, sino una cosa legal, como si fuera una fábrica de zapatos o un supermercado. Igual que todos los negocios gringos, es trasnacional, se expande con sucursales y franquicias por toda la bolita del mundo.
Los dueños son tecnócratas con títulos universitarios, muy bien trajeados, que se codean con las élites políticas tanto de EE. UU. como de sus países satélites y con los lacayos en todas partes. Tratan los magnicidios, las invasiones, los genocidios y los asesinatos por encargo como negocios, firman contratos y, de ser necesario, acuden a tribunales a reclamar justicia.
Acaban de asesinar a un presidente y ya ni siquiera tratan de disimular. Como la «mano de obra» salió de Colombia (un aventajado socio en la joint venture del crimen); el gobierno de ese país ha salido a defender a sus muchachos.
Y esta es la misma sociedad que quiere imponer sus leyes y su supuesta moralidad al mundo entero.
Robar en nombre de la libertad y la democracia
Lo que se hereda no se hurta, y menos si la facultad heredada es el robo. En el caso del Reino Unido, se trata de un legado histórico. La pérfida Albión, como alguna vez bautizaron a la Gran Bretaña, es un país forjado gracias a la piratería y el saqueo. Así es su pasado y la clase política y empresarial contemporánea se empeña en que así sea también su presente.
Venezuela es hoy una víctima de esta herencia filibustera. Con la complicidad de gente nacida aquí, el gobierno de este antiguo imperio, junto a sus banqueros, están perpetrando un robo colosal contra el pueblo venezolano: 31 toneladas de oro en lingotes.
Para robarse esa fabulosa cantidad de dinero no han tenido que desembarcar tropas ni asaltar galeones. Solo se concertaron para mantener en vigor la absurda ficción del «gobierno interino», de manera que un individuo que ya ni siquiera es diputado, pueda disponer del oro que pertenece al Estado venezolano. Así se lo repartirán el gobierno británico y el banco inglés, mientras le darán alguna propina a los traidores venezolanos que se prestan para la maniobra.
Impunidad o más bloqueo
La derecha venezolana (bueno, quiero decir de gente nacida acá) está hecha a imagen y semejanza de su madre, es decir, de la élite imperialista. Así que cometen toda clase de delitos y aspiran a la más absoluta y permanente impunidad.
Esa ha sido la historia de los últimos años: quienes incurren en golpes de Estado, intentos de magnicidio, planes de invasión, disturbios violentos, sabotajes a las industrias y servicios básicos, robo de empresas y activos nacionales en el extranjero, concertación con grupos criminales, etcétera, exigen que no se les toque ni con el pétalo de una flor.
El más reciente caso de la exigencia de impunidad luego de delitos flagrantes es el del exdiputado Freddy Guevara, un reincidente pernicioso en la violencia, que luego de ser favorecido con una medida de gracia (que le permitió salir de su escondite en la embajada chilena) volvió a las andanzas con las pésimas compañías del hampa paramilitarizada de Caracas.
Ahora, los chantajistas de siempre plantean que para que haya diálogo y se revisen las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo es menester que se libere a este individuo. La impunidad es su derecho, según parece.
Explotación sideral
Un acontecimiento muy mediático ha puesto en evidencia, a escala planetaria (nunca más pertinente esta palabra), el infinito descaro del sistema capitalista neoliberal. Se trata del paseo extraterrestre del billonario Jeff Bezos, actual hombre más rico del mundo.
Este magnate pagó los enormes gastos de su viaje en cohete al espacio exterior y luego, muy contento, se ufanó de haberlo hecho gracias al trabajo duro de los empleados de su compañía, Amazon, y al apoyo de los clientes de dicha empresa.
El desparpajo de Bezos es muy representativo de la época que vivimos. Él es el símbolo de una élite de capitalistas que acumula, en términos individuales, riquezas superiores a las de miles de millones de otros humanos y por encima de países enteros. Mientras el potentado orbita alrededor del planeta, millones de personas padecen hambre y enfermedades que serían curables sin tan solo la riqueza no estuviera tan mal repartida.
El nefasto ejemplo de este hombre se reproduce en otras escalas: nacional, sectorial, local y llega hasta nuestras comunidades y familias en forma de legitimación de la desigualdad y la injusticia social y económica. La explotación económica y la crisis moral del sistema hegemónico alcanzan niveles siderales.