Como un baño de agua helada en medio del peor invierno le ha caído de repente al imperio el rechazo de la mayoría de los pueblos latinoamericanos que se han negado a aceptar la insensata orden de exclusión, que con esa misma arrogancia con la que somete hoy a Europa en su demencial guerra contra Rusia, el Gobierno del presidente Joe Biden ha pretendido impartirle a los países del continente americano, para impedir la asistencia de las repúblicas de Cuba, Nicaragua y Venezuela, a la novena Cumbre de las Américas que se llevará a cabo dentro de pocos días en la ciudad de Los Ángeles, allá en Estados Unidos, precisamente por lo impensable que era para una potencia hegemónica como esa que los que ha considerado desde siempre como su patio trasero se rebelaran masivamente contra sus mandatos.
Más de dos tercios de los treinta y cinco países que integran la comunidad interamericana y caribeña han anunciado que no asistirán a dicha cumbre de mantenerse en pie la excluyente y arbitraria propuesta. De los restantes, solo seis (incluido EEUU) han confirmado su voluntad de asistir al encuentro. Mientras que diez han mantenido una posición neutral a la espera de la evolución de los acontecimientos.
Una admirable rebelión contra el gigante del norte, signada no solo por el carácter antiimperialista que expresa esa reacción colectiva de los pueblos latinoamericanos, sino también por un claro sentido de apego al derecho internacional y a la madura noción de dignidad y soberanía que impera en nuestro continente, aún más allá de las normales diferencias ideológicas que puedan existir en la región.
Se trata del triunfo de la sensatez y de la justicia sobre la arbitrariedad de aquellos que se niegan a aceptar el escenario multilateral como un espacio para el debate abierto de las ideas entre pueblos soberanos, como tiene que ser, y no como el ridículo club de vasallos que deben arrodillarse sumisos ante un ente poderoso que se considera con derecho a someter a los demás a sus designios, como pareciera creerlo el Gobierno norteamericano.
Ciertamente falta aún mucha agua por correr bajo los puentes y muchas pueden ser todavía los cambios en ese escenario. En todo caso, que lo sepa, pues, el mundo; la Latinoamérica de hoy no es patio trasero de nadie.
Por: Alberto Aranguibel