Estados Unidos, un imperio que exporta derrocamientos
Puede afirmarse que la superpotencia (ahora en declive) ha reinado por un siglo y más en el mundo a través de un producto principal de exportación: los derrocamientos.
Toda su política exterior ha estado centrada en un injerencismo violento, que se ha cebado en los países latinoamericanos, en África y Asia, pero que también ha tocado a las naciones “aliadas” de Europa.
Bolton dice que planificar y perpetrar golpes de Estado es un trabajo; porque esos actos, contrarios a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, los lleva a cabo Estados Unidos en defensa de su propia integridad y de sus intereses. Es, por cierto, el mismo argumento de los autores intelectuales del Holocausto, que Anna Arendt plasmó en la frase “la banalidad del mal”.
La élite política y corporativa de Estados Unidos ha dominado al mundo mediante la estrategia de intervenir en cualquier otro país; ya sea mediante las presiones y sanciones o a través de la violencia directa y el golpe de Estado. Esa es su naturaleza.
Encubiertos o descarados
Las revelaciones no solo de Bolton, sino también del exsecretario de Defensa, Mike Esper, de la exsubsecretaria de Estado Carrie Filipetti y otros exfuncionarios; marcan una diferencia respecto a tiempos anteriores: ya Estados Unidos no intenta ocultar sus acciones ilegales e inmorales, como lo hacía en otros momentos históricos.
Antes tiraban la piedra y escondían la mano por años, décadas o siglos. Solo después de mucho tiempo, cuando ya el dato era ineficaz, permitían “desclasificar los secretos” y contar las barbaridades cometidas, por ejemplo, para derrocar a Jacobo Árbenz en Guatemala o a Salvador Allende, en Chile.
Ahora tiran la piedra y salen a escena varios de los cómplices a pelearse por mostrar la mano. Sin rubor alguno —más bien con orgullo— se disputan el público para contar lo que hicieron para quitar y poner gobiernos aquí y allá.
Sean encubiertos o descarados, lo cierto es que los golpes de Estado, revoluciones de colores, cambios de régimen o como se les quiera llamar; han significado muerte, lesiones, prisión, destrucción, miseria, atraso económico y violaciones a derechos humanos en buena parte del orbe. Todo made in USA.
Derecho Internacional pisoteado
Aunque la estructura diplomática global, las ONG financiadas por Estados Unidos y otras potencias de su eje y la maquinaria mediática propiedad de grandes corporaciones se dedican día y noche a legitimar y normalizar los procederes del imperio en declive; nunca se debe perder de vista que la de Washington no es una política exterior soberana, sino una violación permanente y flagrante del Derecho Internacional.
Las normas más elementales de la convivencia, establecidas después de dos guerras mundiales y muchos otros conflictos armados; se basan en el respeto a la soberanía de los otros países y su derecho a autodeterminarse. Contra esos principios es que actúa, precisamente, la política exterior estadounidense.
En su rol de superpotencia del mundo bipolar de los tiempos de la Guerra Fría, Estados Unidos utilizó los golpes de Estado, las guerras entre terceros países y las conflagraciones civiles para “evitar la propagación del comunismo”. En el escenario unipolar surgido tras la caída de la Unión Soviética, siguió utilizando esos procesos violentos para erigirse en potencia hegemónica e imponer el neoliberalismo.
Ahora, cuando el predominio imperial está en crisis, los golpes de Estado made in USA pretenden evitar su propio colapso.
Venezuela: ejemplo de contragolpes
Venezuela fue por muchos años una prueba de cómo los golpes de Estado debían ser made in USA para tener éxito. Los intentos de derrocar al gobierno de Rómulo Betancourt (1959-1964) fracasaron porque no tenían apoyo de la embajada gringa. Por el contrario, Estados Unidos apoyó al mandatario en su decisión de aplacar las insurrecciones a sangre y fuego.
Lo mismo puede decirse de las dos rebeliones de 1992 contra el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez. Como no tuvieron el visto bueno de Washington, no lograron éxito inmediato (lo hicieron con efecto retardado, pero ese es otro tema).
Otro aspecto en el que Venezuela ha sido ejemplo es en la capacidad de ejecutar contragolpes y arruinar los planes de Estados Unidos.
Lo de abril de 2002 sigue siendo el episodio más resaltante y épico en un largo trayecto de la historia mundial: un presidente derrocado por Estados Unidos volvió al poder 47 horas después. Algo nunca visto, que se creía imposible.
A esto debe sumarse la resistencia a acciones destinadas al derrocamiento del gobierno entre 2014 y 2020, que han incluido intentos de magnicidio, fallidas invasiones, sabotajes eléctricos, nombramiento de un gobierno pelele y —no podía faltar— el montaje de un golpe de Estado tan, pero tan chapucero, que en Estados Unidos prefirieron fingir demencia y solo quedó para el recuerdo un guacal de plátanos verdes.