Nacido en 1976, Juan David Correa, Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia, es poeta, escritor y editor. Nos recibe en los espacios del Laguito, en Caracas, donde se desarrolla la Feria Internacional del Libro (Filven) Nº 19. Preparado, empático y poco convencional; nos presentó una Colombia decidida a derribar muros y fronteras: un país abierto al futuro.
—Un poeta libertario al frente del Ministerio de Cultura. ¿Cómo fue esto posible?
—Es el reconocimiento por parte del presidente Petro de una sensibilidad generalizada en Colombia. Soy sólo el representante de muchas personas que han trabajado, incluso bajo gobiernos muy adversos, para mantener una idea y un tejido cultural de la diferencia y la diversidad. El gobierno de Petro ha dado ciudadanía y representación a las numerosas organizaciones sociales que han trabajado en Colombia durante setenta años, construyendo una nueva forma de sensibilidad, de imaginación. Soy editor, escritor, estudié literatura en Bogotá. Me dediqué sobre todo a escribir, dirigir revistas, editoriales, crear editoriales y proyectos culturales, y cuando hace tres meses el presidente me llamó para ofrecerme este cargo lo sentí como un reconocimiento a ese camino, e intento poner en práctica lo que he creído toda mi vida. Solemos pensar que si no cambiamos todo, no podremos cambiar nada; pero también podemos cambiar lo que hacemos todos los días. Hay que crear una nueva imagen del poder, de cómo habitarlo, estar con los demás y sentirse más que un ministro, pomposo de poder, una persona que está para servir a los intereses generales, porque un cargo público es para servir a los demás.
—¿Cuál ha sido su camino político y cómo se refleja en sus libros?
—Mi padre es de izquierda, luchó y formó parte de los movimientos estudiantiles de los años 70. Nunca militó en ningún partido, fue libertario, marxista, fue un intelectual de izquierdas, un lector maravilloso, un admirador de Toni Negri que siguió su línea de pensamiento. Mi madre es abogada, escribí una novela sobre ellos; ambientada a mediados de los años 70. Cuenta la crisis de una pareja que se divorcia porque ella aspira a un futuro más pacífico y burgués, mientras que él es más revolucionario. Se llama Todo pasa pronto, publicada por Laguna Libros. Luego, escribí Casi nunca es tarde, también publicado por Laguna. Se trata de una novela negra ambientada a finales de los años 1980 en Colombia. Un período muy violento en el que el narcotráfico penetró en el país y también fue bien recibido por las élites, felices de poder apropiarse de ese dinero y vivir con él cínicamente. La novela cuenta el difícil momento que vivió mi generación en los años 80 y 90. Una generación completamente despolitizada y convencida de que su objetivo en la vida era acumular dinero y adaptarse a una sociedad violada, atacada y que mataba a los agricultores, los indígenas y la población afro. Todo eso lo tenía dentro de mí y se encontró con el empuje de los movimientos sociales y con lo que mi padre, que había trabajado con las comunidades indígenas de la Guajira, en el sindicato de televisión y con mucha gente de izquierda, me había transmitido. Sin embargo, nunca había formado parte de movimientos sociales. Yo era un escritor un tanto solitario. Es a partir de 2010, cuando fue elegido presidente Manuel Santos y comenzaron conversaciones un poco más intensas con las FARC en La Habana, que poco a poco comencé a politizarme. Y cuando perdemos el referéndum, porque gana el “no” a los acuerdos, decido proponer una acción pública, Acción para el acuerdo. Se trataba de ocupar la Plaza Bolívar con manifestaciones artísticas para exigir el respeto a la firma de los acuerdos. No podía entender porqué la sociedad colombiana había dicho no a la paz, dejándose convencer por el discurso de la ultraderecha que había utilizado el miedo y los prejuicios de la parte más conservadora, esgrimiendo argumentos absurdos como el de que el acuerdo de paz había “homosexualizado” a Colombia. Lo absurdo de una derecha que hace oídos sordos a la necesidad de apertura del país, incapaz de comprender que todos podemos vivir juntos y que la diversidad es la clave de nuestro desarrollo. Así fue como me politicé. En ese momento dirigía una revista llamada Arcadia, y en 2018 pasé a dirigir un grupo editorial multinacional, Planeta, y seguí trabajando con el mismo espíritu: inventar un camino diferente donde parece improbable. Creé así una colección de casi 500 títulos: sobre temas de literatura africana, indígena y regional. Un catálogo muy abierto para mostrarle al país que el poder también puede indicar y construir otra forma de estar en el mundo: el poder como poder hacer, poder para hacer.
—Petro tiene pasado en la guerrilla del M-19. ¿Cree que su experiencia le da una ventaja para forzar la dinámica tradicional del sistema político que ha sometido a las clases populares colombianas desde 1948?
—El presidente hizo una lucha muy importante para disputar el poder. Es un debate muy serio, que se puede consultar en su biografía publicada por Planeta. El libro muestra cómo un niño de clase media baja, un adolescente en la Colombia de los años 70, en el contexto del golpe de Estado contra Allende en Chile y una tensión similar a la que se produjo en Italia con el enfrentamiento entre las Brigadas Rojas y el Estado, conoce la represión y la clandestinidad. Creo que el recorrido del presidente Petro fue muy personal dentro de la organización clandestina: al principio fue un representante de la lucha popular en Zipaquirá, la tierra que lo vio crecer, una lucha legal. Luego, cuando vio que todas las opciones políticas se estaban agotando, pasó a la clandestinidad durante unos años. Una decisión legítima, pero que le costó cara en su posterior carrera política, en la que siempre tuvo que responder a acusaciones de ser «un guerrillero». Creo que Colombia debe empezar a ser un país que honra su palabra, que respeta los acuerdos, no podemos seguir creyendo que negociamos para no cumplir los acuerdos. “La promesa se cumplirá” fue uno de los lemas del M-19, que el presidente Petro todavía aprecia hoy. Es un hombre que abrió el diálogo, que nos salva de nosotros mismos. La sociedad se beneficiará de acompañar un tipo de dirección como la suya, que reconozco plenamente. Aunque nunca he militado ni he estado presente en su campaña política, lo apoyo desde 2018, haciendo públicas mis opiniones. Él es capaz de discutir temas importantes que otros no han tenido el coraje de abordar. Un valor indiscutible en un mundo regido por el miedo y el control social, como decía Foucault. Un mundo en el que cualquier cosa publicada puede ser objeto de escándalo, castigo, vigilancia. En cambio, creo que es hora de “desvelar”. Se pueden decir las cosas con respeto, pero los problemas hay que denunciarlos. Lo que está sucediendo en Palestina debe denunciarse con palabras claras: no es un conflicto, sino un crimen, un genocidio, el deseo de borrar una cultura. La lógica de querer imponer siempre una idea a otra no nos permite avanzar juntos. Por eso decidí introducir el tema de la hospitalidad en esta Filven. Un concepto que proviene de la antigua Grecia y que fue tratado por el filósofo Jacques Derrida de una manera que me parece cercana. Un valor intrínseco de dos países como los nuestros, Venezuela y Colombia, que no deberían tener fronteras, porque son parte de una misma cultura.
—El presidente Petro, al asumir el cargo, mostró la espada de Bolívar, que en su momento había «recuperado» el M-19, prometiendo devolvérsela al pueblo cuando volviera a tener la palabra. ¿Qué medidas se están tomando para poner fin a la campaña de odio contra Venezuela desatada por gobiernos anteriores?
—El pueblo no olvida. Colombia ha tenido una migración económica desde los años 1950. En la década de 1980, sufrió una violencia brutal que obligó a huir a miles de personas, muchas de las cuales llegaron a Venezuela, donde fueron acogidas y se crearon barrios de colombianos. Esta mañana fui a visitar el de Nuevo Horizonte, muy bonito. No debemos olvidar que, en todo el mundo, hemos sido objeto de estigma. Colombiano es a menudo sinónimo de cocaína y narcotráfico, del mismo modo que palestino es a menudo sinónimo de «terrorista». Y lo mismo empezó a pasar con los venezolanos. Me sentí ofendido e indignado ante mensajes xenófobos que atribuían problemas de seguridad a la presencia de venezolanos. Estigmatizar a toda una población por determinados comportamientos individuales es uno de los absurdos que produce la sociedad del control, que de esta manera tiende a cosificar y aniquilar lo diferente. Coincido con el presidente en la necesidad de resignificar y transformar las crisis en oportunidades, para crear una nueva forma de comunicación. Para mí era muy importante venir a Filven. Por absurdo que parezca, dada la cercanía geográfica, no conocía Caracas. Una ciudad maravillosa que además cuenta con una hermosa arquitectura y una poderosa fuerza natural. Un país que forma parte de nuestro horizonte, del que debemos apropiarnos. Nos convencieron de que en América Latina debemos proceder por separado, que somos diferentes, cuando somos un territorio común. Por eso insisto en la idea de crear una importante comunidad simbólica que imponga una nueva realidad, reconociendo los múltiples rasgos comunes que unen a las distintas regiones. Colombia no es un lugar alejado del mundo, pero sí forma parte plenamente de él. Nuestro conservadurismo tiene que ver con los cierres impuestos después de la Primera Guerra Mundial cuando, por ejemplo, se emitieron decretos para no recibir extranjeros. Esta falta de diálogo con el mundo nos ha convertido en una sociedad que tiene mucho miedo, miedo a los demás. Así, nos comportamos como el hombre descrito en la bella novela de Dino Buzzati, El desierto de los tártaros. Él espera la llegada de los bárbaros, que no llegan, no llega nadie, pero el sigue especulando quién vendrá a invadir la posición. Es este sentimiento del que debemos liberarnos, este miedo que lleva a la exclusión. El gran tema de la inmigración, que afecta al mundo, hay que superarlo con imaginación. El tema del cambio climático, que ya es una emergencia climática, hay que imaginarlo de otra manera, y también el tema de las drogas, que es la gran crisis que tenemos en Colombia. No podemos enfrentarlo con la lógica de la “guerra contra las drogas”, que ha convertido en enemiga la naturaleza de nuestros países: como si la coca o la marihuana, plantas sagradas de los pueblos originarios, fueran el enemigo. El hecho de que la coca se transforme en cocaína no es un problema creado por las plantas. La vicepresidenta Francia Márquez le dijo al vicepresidente de la Unión Europea: pido saber qué acciones se han tomado contra los grandes bancos europeos que reciben dinero y capital de estas economías ilegales. Si uno va al Cauca colombiano, donde hay mucha coca, no ve Ferraris, ni grandes hoteles ni piscinas, ni lujos de ningún tipo, sino campesinos empobrecidos, perseguidos y estigmatizados por ser «cocaleros», cuando son agricultores, blancos de un sistema que debe cambiarse para que la humanidad salga de la crisis.
—Hablando de conservadurismo. Como se desprende de los resultados de las últimas elecciones regionales, los poderes fuertes se oponen al cambio para seguir imponiendo los intereses del gran capital internacional. ¿Cómo se resiste a nivel cultural y de movilización popular?
—Vivimos en una época distinta de cuando la generación de mi padre, en la que había un nivel diferente de tensión. La juventud del mundo se rebeló, compitió con una fuerza diferente: era necesario, entonces, competir con esa fuerza para imponer una hegemonía diferente. Hoy en Colombia, creo que el discurso de la juventud es diferente y que hay que imaginar otra forma de hacer revolución desde lo cultural. Si miramos las protestas de 2019 o 2020, vemos que los jóvenes han recuperado uno de los primeros lemas del 68 francés: la imaginación en el poder. Las calles, entonces, se llenaron de música, de lecciones de filosofía al aire libre, de poesía… Creo que el camino de la cultura debe ser éste: contrarrestar la hegemonía dominante no con piedras, sino con puertas abiertas. Y preguntar: ¿no quieres entrar? No importa, dejamos las puertas abiertas. ¿No estás de acuerdo en que haya trabajo, salud, educación pública y gratuita para todos? Lo sentimos, nosotros sí lo estamos. ¿No quieres ser hospitalario? Lo sentimos, pero lo somos. ¿Quieres ser violento? Lo sentimos, no lo somos.