Aguas turbulentas en Colombia de cara a las elecciones al Congreso y la presidencia, previstas para 2026. Según el calendario electoral, quienes pretendan presentarse como candidatos al Senado y a la Cámara deberán dejar sus cargos gubernamentales antes del 7 de marzo. Quien aspire a suceder al presidente Gustavo Petro, quien por Constitución ya no puede postularse por un segundo mandato, tendrá hasta el 30 de mayo para renunciar al cargo. La primera vuelta de las elecciones presidenciales tendrá lugar, de hecho, el 31 de mayo de 2026.
Mientras tanto, circulan varios nombres y se reconfiguran grupos y alianzas, pero Petro aún no ha dado indicaciones oficiales sobre quien podría garantizar la continuidad del progresismo en Colombia.
La oposición de derecha, que ya presentó un puñado de cinco precandidatos, cuenta con el apoyo de los poderosos clanes uribistas, comprometidos a hacer posible la prescripción del juicio en curso contra el expresidente Álvaro Uribe (2002-2010), previsto para octubre de 2025, siempre que la pena por corrupción y fraude procesal no termine antes con una condena, que puede suponer hasta 12 años de cárcel.
Mientras tanto, durante una animada sesión del Consejo de Ministros el 4 de febrero, hubo fuertes protestas por dos nuevos nombramientos, el de Armando Benedetti como jefe de Gabinete y el de Laura Sarabia como canciller. El primero, ex embajador de Colombia ante la FAO, fue denunciado en España por violencia intrafamiliar. La segunda, involucrada en una investigación por corrupción, está acusada de actitudes xenófobas hacia la vicepresidenta, Francia Márquez, quien es afrodescendiente.
Tanto Márquez como la ministra de Medio Ambiente, Susana Muhamad, apoyados por otros colegas, contestaron los nombramientos. Petro denunció las falencias de la administración sobre los pasos que aún quedan por dar en el camino de las reformas populares. Reivindicó la soberanía de Colombia frente a Estados Unidos y reiteró que no aceptaría recibir a “personas encadenadas” entre los migrantes expulsados por Donald Trump (un primer grupo ya llegó a Colombia). Al mismo tiempo, defendió el nombramiento de Benedetti: «Todos pueden cometer errores y tienen derecho a una segunda oportunidad«, dijo.
En ese momento, sin embargo, dimitió el ministro de Cultura, Juan David Correa, con quien comentamos la decisión.
-¿Por qué renunció?
-Para mí, el feminismo es central en la política, y el feminismo sostiene, con razón, que lo personal es político. Ante esta situación, me era imposible trabajar con alguien que en España ha sido denunciado por maltrato a las mujeres y que ahora ha pasado a presidir el Gabinete del Gobierno, o con alguien que tiene que responder por otras acusaciones. Sé que todos estamos inmersos en el machismo, que aún tenemos mucho que aprender y que nos llevará tiempo liberarnos de eso, pero mientras tanto, mi compromiso con el feminismo es irrestricto. Creo que la reivindicación de los derechos de las mujeres es fundamental en este mundo. Por eso preferí hacerme a un lado y respetar la libertad del presidente, en esta parte final del gobierno, de nombrar a otras figuras. Como escribí en mi carta de renuncia, donde hago un balance muy positivo de esta experiencia, agradezco la confianza depositada en mí al encargarme este rol.
-¿Cuál es la situación de Colombia en este año preelectoral?
-Hay un ataque permanente a la figura y a la vida del presidente, quien lidera el primer gobierno verdaderamente progresista en el país. Los viejos centros de poder quisieran que volviéramos a utilizar el Estado como negocio, según los dictados neoliberales. El progresismo, sin embargo, no llegó al gobierno para eso, sino para fortalecer el sistema público. En este choque de intereses, alentado y amplificado por los medios hegemónicos, surge también una búsqueda de gestión cargada de emotividad. A los ministros se les acusa de haber incurrido en mora y de no haber hecho nada hasta ahora, lo cual es falso. Este gobierno ha abierto decenas de puertas hacia un horizonte de cambio: una reforma agraria como nunca antes, con la entrega de más de 300.000 hectáreas a los campesinos; una reforma laboral que devolvió la dignidad a los trabajadores y jubilados, con un aumento significativo del salario mínimo. La inflación, el hambre y la pobreza han disminuido. Se ha puesto en marcha un vasto plan cultural para dignificar a los excluidos: campesinos, indígenas, afrodescendientes, jóvenes de las periferias urbanas. Es lógico que esto haya producido una reacción violenta y compleja de los sectores dominantes. Estoy convencido de que Petro pasará a la historia por haber abierto un camino importante de cambio, incluso teniendo en cuenta los inevitables errores que pudo haber cometido un primer gobierno de izquierda basado en la defensa de los intereses nacionales. Un cambio, en mi opinión, imparable, en el que me siento muy orgulloso de haber participado.
-¿Qué esperar del segundo mandato de Trump?
-Trump no sale de la nada. Es producto de ese neoliberalismo que ha hecho un pacto con los sectores oligárquicos, plutocráticos, con el gran capital internacional que ya no tiene horizonte político: mercantilista, brutal, poshumano. Estamos ya en la era de la realización de un proyecto poshumano a través de las redes sociales, la economía de plataformas digitales y la inteligencia artificial. Un capitalismo de vigilancia que ataca las conciencias y los cerebros de millones de personas. Trump es el fruto de un neoliberalismo que no ha conseguido ningún beneficio social para la gran mayoría de la gente, que tiene que pagar por cualquier tipo de derecho social. Trump representa el fracaso de todas las políticas anteriores. ¿Será capaz de convertirse en el gran dictador por encima de las reglas, capaz de dominar al mundo como dice cierta narrativa? No lo creo. Dentro del poder económico hay un enfrentamiento, hay tensiones internacionales, incluso internamente no lo dejan actuar con total libertad. Ha puesto en marcha un tecnofascismo que viola la dignidad de las personas, enviándolas encadenadas en aviones. Una situación insoportable contra la cual, con razón, nuestro presidente protestó.
-Cuando fue elegido, Petro exhibió la bandera de Bolívar. ¿Se ha bajado esa bandera? ¿Cómo ve hoy las relaciones entre Colombia y Venezuela?
-Venezuela tiene una cultura admirable, que es parte de la nuestra. Es parte de un sueño de inclusión de una Patria Grande, de una sola grande nación, desde Panamá a los países que llaman andinos. Lamentablemente no se ha podido realizar. Creo, sin embargo, que necesitamos encontrar mecanismos de integración real, efectiva, que nos hagan tomar conciencia de lo que somos: países con una inmensa dignidad, con un mercado interesante y una cultura que cualquier persona en el mundo envidiaría, y también el corazón de la biodiversidad global.
-La oposición dice que, según las encuestas, la popularidad del presidente está cayendo en picado. ¿La sociedad colombiana ha vuelto a estar dominada por la derecha, influenciada por los vientos que soplan a nivel internacional?
-Sí, hay una hegemonía de derecha, que dura más de medio siglo, alimentada por el servilismo de América Latina hacia Estados Unidos; una hegemonía basada en la imposición de la cultura norteamericana, el capitalismo salvaje, el mercantilismo. Elementos que han terminado por aplanar la riqueza de las diferentes culturas, que hoy deben ser un factor de resistencia frente a la expansión de la plutocracia a nivel global.