2021 es el año en que Estados Unidos y la Unión Europea atraviesan una crisis de índole exponencial. El 6 de septiembre de este año se cumplieron 206 años de la carta de Jamaica. Una coyuntura similar ocurría en 1815. El Reino de España comenzaba su tránsito hacia la decadencia geopolítica quedando marginada en el Congreso de Viena donde se dibuja el nuevo mapa político europeo con el Reino Unido como potencia dominante en el mundo económico y en las rutas oceánicas; gracias a su ventaja decisiva en la revolución industrial y el dominio de los mares, la santa alianza (Imperio de Austria, Reino de Prusia y Rusia), el Reino de Dinamarca y su dominio de Groenlandia, y Reino Unido de los Países Bajos con Guillermo I de la Casa de Orange-Nassau. En ambos momentos el liberalismo como modelo civilizatorio vive pasos inciertos.
Primera carta de Jamaica
El 22 de agosto de 1815, el Libertador Simón Bolívar se encuentra en Kingston, capital de Jamaica. Desde su exilio se dirige al presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, señalándole los peligros que podrían correr las libertades de Hispanoamérica, si Napoleón, a raíz de su derrota en Waterloo es bien recibido en esta parte del continente. “En este día han llegado de Inglaterra papeles públicos que anuncian la ocupación de París el 8 del próximo pasado julio por los ejércitos aliados contra la Francia; la restauración de Luis XVIII a su trono, y la evasión de Napoleón Bonaparte. La suerte del mundo se ha decidido en Waterloo”.
Sobre la preocupación de que Napoleón fuese recibido en América, dice Bolívar: “Su espíritu de conquista es insaciable: él ha segado la flor de la juventud europea en los campos de batalla para llenar sus ambiciosos proyectos; iguales designios lo conducirán al Nuevo Mundo, esperando, sin duda, aprovecharse de las discordias que dividen a la América para entronizarse en este grande imperio, aunque para ello haya de correr el resto de la sangre que queda en nuestras venas, como si la de no fuese ya harto desgraciada, harto aniquilada con la guerra de exterminio que le hace la España”.
Congreso de Viena
Del 18 de septiembre de 1814 al 9 de junio de 1815, se llevó a cabo el Congreso de Viena, impulsado por el príncipe y Ministro de Asuntos Exteriores de Austria Klemens von Metternich, bajo dos grandes cánones: el principio monárquico de legitimidad y el principio de equilibrio de poder. Tanto Metternich como el otro gran diplomático presente, el británico vizconde de Castlereagh, comprendían la urgencia de que las potencias vencedoras de la guerra de la Sexta Coalición mantuvieran un equilibrio de poder en Europa y en paralelo previnieran que las ideas de la Revolución francesa cobraran nuevo impulso y generasen nuevas revueltas y conflictos en el continente europeo; por lo cual las decisiones del Congreso estarían marcadas por un firme conservadurismo político que favorecía la restauración inmediata de gobiernos absolutistas. No debemos olvidar que la Sexta Coalición (1812-1814) fue formada por el Reino Unido, España, Portugal, Rusia, Prusia, Suecia, Austria, y cierto número de estados germánicos, para combatir al Imperio francés de Napoleón y sus aliados. Como resultado de esta guerra Napoleón fue derrocado y confinado a la isla de Elba.
El representante de Fernando VII
Pedro Gómez Labrador representó al rey español Fernando VII en los tratados del Congreso de Viena, pero su poca habilidad diplomática lo enfrentó rápidamente con la delegación de la derrotada Francia (apartada de las negociaciones relevantes al igual que España), siendo que la debilidad española impedía a Gómez Labrador ofrecer algún apoyo relevante a Gran Bretaña o Austria para que se consideraran sus intereses. La austeridad de la delegación española le impedía participar también de las cenas y banquetes que eran corrientes en el Congreso, como eventos que permitían entrevistas diplomáticas de alto nivel.
Para colmo, Gómez Labrador pedía a las potencias europeas el apoyo para recuperar Luisiana (vendida por Francia a Estados Unidos en 1803), el reconocimiento de sus derechos sobre las colonias de América, además del envío de un ejército coligado en contra de los rebeldes alzados desde México hasta la Patagonia. Tales planes fueron descartados por los líderes de la Sexta Coalición al considerarlos muy poco realistas para la débil España y que imponían a las grandes potencias unos elevados costos a cambio de escasos beneficios, además que Gran Bretaña (beneficiaria comercial de los «problemas españoles» en América) rehusaba apoyar tales proyectos. Ante esta situación, el jefe de la delegación francesa, Charles Maurice de Talleyrand, consideró «un completo inepto» a Gómez Labrador.
Segunda carta de Jamaica
España no firmaría las resoluciones del Congreso. Fernando VII, cual fiera herida, organiza unilateralmente una serie de medidas coercitivas y una expedición para la Reconquista de la Nueva Granada y la pacificación de las colonias americanas al mando del general Pablo Morillo.
Quince días después de la primera carta, Bolívar contesta una misiva de Henry Cullen, comerciante inglés que vivía en Jamaica; el Libertador expone su visión de toda la América hispana en este documento fundamental del latinoamericanismo. Bolívar parte de la denuncia de las relaciones de dependencia a que eran sometidas las colonias americanas por voluntad de la metrópoli española. Explica que los americanos:
“No ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el Rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias y provincias americanas, para que no se traten, entiendan, ni negocien”.
El fin de la OEA
El 24 de julio de 2021, en el marco del natalicio del Libertador Simón Bolívar, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador planteó sustituir la Organización de Estados Americanos por un organismo que “no sea lacayo de nadie”. En la carta de Jamaica, Bolívar nos dice: “seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia”.
Bolívar le pregunta a Cullen: ¿Quiere usted saber cuál es nuestro destino? Su respuesta es la misma que Latinoamérica y el Caribe debe darle a Estados Unidos: “Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganado, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta”.