Por: Pedro Penso
El fenómeno del fascismo que emergió en la Europa de entreguerras, cobra relevancia en el contexto político contemporáneo. La crisis del modelo democrático liberal burgués que se manifiesta en la ineficacia y fragmentación del sistema político, así como en la incapacidad de ofrecer respuestas a las demandas sociales, sienta las bases para el resurgimiento de las ideologías que retoman elementos centrales del fascismo del siglo XX. Esta reflexión explora elementos claves para entender el fenómeno del fascismo, tales como: el mito del hombre político, el culto a la violencia, el militarismo, el populismo, el antiintelectualismo y el anticomunismo. Estas categorías contribuyen a la comprensión del fenómeno a fin de comprender cómo estas ideas se manifiestan en el presente.
El mito del hombre político en el contexto fascista se fundamenta en la figura del líder carismático, quien se presenta como la encarnación de la nación y su voluntad. Este liderazgo fuerte y centralizado es visto como la solución a la debilidad del sistema parlamentario. En la actualidad, observamos un resurgimiento de líderes que promueven un discurso similar, donde la figura del líder se erige como salvador frente a una crisis de representación. La polarización política y la búsqueda de figuras autoritarias reflejan esta necesidad de un «hombre fuerte» que prometa restaurar la grandeza nacional.
El culto a la violencia es otro elemento central del fascismo que se manifiesta en la glorificación del conflicto como medio necesario para la regeneración nacional. La violencia es vista no sólo como un instrumento, sino como un valor en sí mismo, que puede purificar a la nación de sus males internos. En el contexto actual, el uso de la violencia y la agresión como herramientas políticas se tornó más visible, con movimientos que justifican la violencia en nombre de la defensa de la patria o de valores tradicionales. Esta glorificación de la acción violenta es un eco de las ideologías fascistas que ven en el conflicto una forma de reafirmar la identidad nacional.
Militarismo, estrechamente relacionado con el culto a la violencia, se presenta como una forma de organización social y política que prioriza la fuerza y la disciplina. El fascismo promovía la idea de que el conflicto bélico era esencial para el renacer de la nación. Hoy en día, el resurgimiento de discursos militaristas en diversas partes del mundo, refleja una nostalgia por una supuesta grandeza pasada donde el ejército y la fuerza militar son vistos como pilares de la identidad nacional. Esta tendencia no sólo se limita a la exaltación de las fuerzas armadas, sino que también se traduce en políticas que favorecen la militarización de la vida cotidiana y la resolución de conflictos.
El populismo, caracterizado por la dicotomía entre el «pueblo puro» y la «élite corrupta», es una de las estrategias más efectivas del fascismo para movilizar a las masas. La crítica al multipartidismo y la fragmentación política se traduce en un discurso que busca la unidad nacional bajo un liderazgo fuerte. En el contexto actual, el populismo cobra fuerza en muchos países, donde los líderes utilizan un lenguaje simplista y emocional para conectar con la ciudadanía, presentándose como la única voz auténtica que representa los intereses del pueblo frente a las élites. Este fenómeno no sólo refleja una crisis de representación, sino también la búsqueda de soluciones rápidas en un mundo cada vez más complejo.
El antiintelectualismo es otra característica fundamental del fascismo, que se manifiesta en la desconfianza hacia los intelectuales y expertos. Esta postura considera que los intelectuales como expresión de las élites responsables de la crisis del orden liberal, están desconectados de las realidades cotidianas del pueblo. El antiintelectualismo se mantiene, con ataques a las élites que se señalan como parte de un sistema que caduco. La simplificación del discurso político y la promoción de la sabiduría popular, sobre el conocimiento especializado, son estrategias que buscan deslegitimar a quienes critican o cuestionan las narrativas populistas.
El anticomunismo, que fue una de las banderas del fascismo en su lucha contra el emergente poder soviético. Este pensamiento aún relevante en el discurso político contemporáneo. La actual crisis del capitalismo trajo aquello de «un fantasma recorre el mundo: el fantasma del comunismo». Hasta Donald Trump revivió el macartismo contra el socialismo. Durante el ascenso y consolidación del fascismo en el poder, el comunismo se tornó en el enemigo. La demonización del comunismo se utilizó para unificar diferentes sectores de la sociedad en torno a un enemigo común. En muchos contextos actuales, el anticomunismo se presenta como una herramienta para justificar políticas autoritarias y la represión de la disidencia. La retórica anticomunista no sólo se utiliza para deslegitimar a la izquierda, sino que también se convierte en un medio para consolidar el poder y justificar la eliminación de las libertades civiles.
El resurgimiento de elementos fascistas en el contexto político contemporáneo no es un fenómeno aislado, sino que refleja una serie de crisis que afecta a la democracia liberal burguesa. La búsqueda de un liderazgo fuerte, la glorificación de la violencia, el militarismo, el populismo, el antiintelectualismo y el anticomunismo son características que resuenan en la actualidad y que requieren una atención crítica. Comprender estos elementos es fundamental para abordar los desafíos que enfrentan las sociedades democráticas en un mundo marcado por la polarización y el descontento social. La historia nos enseña que la lucha por la democracia y la justicia social es constante, que la vigilancia y el compromiso cívico son esenciales para evitar la repetición de los errores del pasado.