Que el ex-twitter de Elon Musk se ha convertido en la plataforma social de extrema derecha que apoya oficialmente las políticas xenófobas del ultraliberal Donald Trump, quedó claro durante la entrevista de los últimos días con el magnate de EEUU, del que Munsk es partidario y financista oficial
Venezuela vuelve a estar en los titulares internacionales. ¿Por qué tanto interés por los acontecimientos de un país alejado del «primer mundo», si la mayoría de quienes hablan de él ni siquiera pueden señalarlo en los mapas geográficos? ¿Por qué tanta furia y tantos “pronunciamientos” por el sistema que gobierna Venezuela, incluso por parte de aquellos en Europa que están totalmente desinteresados en la política? ¿A partir de qué mecanismos se desatan estas “pasiones”?
Intentemos enumerar brevemente algunos puntos a este respecto, tanto desde el lado de la burguesía como desde la óptica de quienes pretenden combatirla.
Venezuela es un paradigma, un nuevo paradigma -económico, político, simbólico- para el siglo XXI. Un laboratorio que también deben considerar quienes mantienen la vista fija en el modelo europeo.
Venezuela es el punto de fractura más alto que se produjo en el modelo capitalista tras la caída de la Unión Soviética. Un ejemplo concreto de que las cosas se pueden cambiar, no solo con las armas sino también con el voto, siempre que se asuma el costo de defender el programa propuesto, aunque se «limite» a algunos cambios estructurales, combinando los principios del socialismo con la voluntad popular.
No hay que subestimar la fuerza del ejemplo, decisivo durante el siglo XX (el siglo de las revoluciones), en el que todos los oprimidos por el sistema capitalista «querían hacer como en Rusia». La fuerza del ejemplo, que el imperialismo ha tratado de destruir, distorsionar u ocultar desplegando un gigantesco aparato multifacético, como se ha visto contra Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Es necesario reflexionar profundamente sobre el significado de la motivación dada, en 2014, por el demócrata Obama para definir a Venezuela como «una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de Estados Unidos», que debe ser aplastada con la imposición de medidas coercitivas unilaterales e ilegales. La amenaza del ejemplo.
El peligro que viene de Venezuela -un país en el que las esperanzas del socialismo se renuevan mediante la transmisión de la memoria histórica, la memoria de los insurgentes, a las nuevas generaciones- es el de recordarles quienes se consideran comunistas de Europa la cuestión ineludible que está en juego, pendiente desde el gran ciclo de lucha de los años 70: ¿por qué toda esa fuerza organizada fue destruida con la complicidad de los partidos reformistas de izquierda? ¿Por qué en Europa las fuerzas alternativas no han logrado abrirse paso, ni con las armas, ni con las urnas? ¿Por qué cuando surgió una oportunidad, como ocurrió en Grecia, los líderes de la izquierda decepcionaron las expectativas y terminaron arrodillándose ante las grandes instituciones europeas? Y, sobre todo, ¿por qué incluso algunos recién elegidos de izquierda en las instituciones europeas se muestran más dispuestos a defender “la democracia” de los golpistas autoproclamados y no la voluntad de las clases populares venezolanas, y consideran al socialismo una «dictadura»?
Podemos identificar al menos tres puntos de fractura principales, cruciales para la construcción de un nuevo paradigma imperialista para el siglo XXI: la guerra en la ex Yugoslavia, la guerra más importante y sangrienta en el viejo continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que estalló a principios de los años 90; la masacre de Ruanda, que estalló en África en 1994; y la involución del conflicto histórico por el derecho a existir del pueblo palestino. A esto siguió la destrucción de Irak y Libia, con los asesinatos de Saddam Hussein y Muamar el Gadafi.
A partir de ahí, tomaron forma algunos «axiomas» dominantes para imponer la «balcanización» del mundo, la estrategia del «caos controlado» tan bien esbozada en los programas de relanzamiento de la OTAN. Mientras tanto, destaca el papel de los medios de comunicación en los conflictos, actuando como pioneros en las guerras imperialistas.
En los Balcanes, se trataba de enturbiar las aguas, mostrar a los mercenarios a sueldo del imperialismo estadounidense como «fuerzas del bien», y de diseñar el papel de «autoridades imparciales» para los organismos internacionales subordinados a ellos. Se trataba sobre todo de chantajear a quienes querían analizar la situación basándose en el choque de intereses sobre el terreno, un choque de intereses geopolíticos para un nuevo control del mundo sin la Unión Soviética. En esto, en Europa, el camino ya había sido abierto por el posmodernismo, que hacía parecer tema de dinosaurios cualquier referencia a conceptos marxistas que permitieran identificar el campo en el que ubicarnos.
Vale la pena recordar que en Italia existía entonces un gobierno dirigido por un excomunista: Massimo D’Alema, que decidió una intervención armada con el apoyo «bipartidista» de todas las fuerzas políticas. Una agresión que violaba el derecho internacional y el artículo 11 de la Constitución italiana, en el que se «repudia la guerra», y que daría lugar a una serie de violaciones del derecho internacional, realizadas en nombre de la llamada «comunidad internacional».
En las guerras de los Balcanes, para difundir la estrategia del «caos controlado», el imperialismo avivó las llamas de las diferencias étnicas, que coexistían pacíficamente bajo el socialismo. En Ruanda se trató de ocultar bajo la máscara del conflicto étnico, “debido al carácter salvaje de los negros”, los términos de una confrontación interimperialista determinada por la necesidad de que los EE.UU. impusieran una nueva hegemonía para asumir directamente el control de los recursos de África, sin la mediación de socios europeos.
Pero, en este caso, lo que más se tiene que destacar es el papel de los medios de comunicación, incluso los populares -como la Radio des Mille Collines- a la hora de fomentar el odio étnico, construir noticias falsas y prestarse a difundirlas para construir el “caos controlado”.
Incluso hoy, la izquierda es víctima de esa propaganda defectuosa y de una subestimación neocolonial hacia la historia concreta de los países africanos. Ruanda es un Estado de terror, pero se vende al mundo como un Estado ejemplar, con un gobierno ejemplar, donde Europa quisiera expulsar de sus fronteras a los inmigrantes rechazados. Al igual que la entidad sionista, parece intocable.
Los medios de comunicación y las instituciones internacionales tratan a ambos con guantes de seda, enfatizando un proceso de “reconciliación” inexistente gobernado por fuerzas internacionales. Una narrativa inventada, enteramente dirigida al mundo exterior. Sirve para dar vía libre a los camareros del imperialismo -y en particular a Paul Kagame, el presidente inmutable de Ruanda que se considera «hermano de Benjamín Netanyahu»- para permitirle hacerse con la región del gran Congo, rico en recursos preciosos para el imperialismo. Ambos aprovechan su carta blanca para cometer un genocidio, repitiendo el papel de «víctimas del genocidio».
El paradigma de la «víctima merecedora», aplicado también con la interpretación del «genocidio de Ruanda» es, por otra parte, otra pérfida clave de interpretación del mundo, que vemos actuar como una pantalla frente al genocidio palestino, mientras que se ha impuesto el apartheid y la limpieza étnica.
El papel pionero de los medios de comunicación y del aparato de control ideológico, muy sofisticado en las complejas sociedades europeas, apareció claro en la construcción del enemigo a derrotar, como en el caso de Sadam Hussein y Muamar Gadafi, útiles para hacer aceptar, en la llamada opinión pública internacional, mentiras groseras como las de la ampolla mostrada como prueba de supuestas «armas de destrucción masiva».
En el «laboratorio bolivariano», en estos 25 años de existencia de la revolución popular iniciada por Chávez, se han experimentado todos estos intentos imperialistas: desde las llamadas «revoluciones de color» inauguradas en la ex Yugoslavia, hasta la intoxicación mediática multiplicada por el crecimiento exponencial de las redes sociales: espejo de la gran concentración monopólica de la propiedad privada en lo económico, que reside en pocas manos.
Que el ex-twitter de Elon Musk se ha convertido en la plataforma social de extrema derecha que apoya oficialmente las políticas xenófobas del ultraliberal Donald Trump, quedó claro durante la entrevista de los últimos días con el magnate de EEUU, del que Munsk es partidario y financista oficial. Un dato que permite comprender los múltiples ciberataques a la revolución bolivariana, las amenazas del magnate de la red al presidente Nicolás Maduro y su apoyo a la golpista Machado, admiradora de Milei y Netanyahu.
Lo que debería sorprender es la adhesión al campo golpista venezolano y a quienes lo apoyan; de ciertos «demócratas sinceros» europeos, incluso algunos de los que se esconden detrás de la «pureza anticapitalista». Y, verdaderamente, parece que estamos reviviendo el clima espantoso de la masacre en Ruanda (y de la propaganda nazi), observando la campaña de odio y de linchamientos que se está extendiendo en las redes sociales, incluso en Europa: por ejemplo contra el ex líder de Podemos, Juan Carlos Monedero, y contra el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero.
Ambos son atacados porque se niegan –abierta o silenciosamente– a prestarse a ataques neocoloniales contra la democracia venezolana, que no acepta ser puesta bajo protección, como quisieran hacer los gobiernos de la Unión Europea.“El pueblo de Venezuela es un pueblo pacífico, alegre y combativo. Los pueblos del mundo estamos dispuestos y dispuestas a defender sus decisiones soberanas de cualquier intento de injerencia”. Este es el objetivo de la “Campaña global por la democracia y la soberanía: EE.UU. fuera de Venezuela, lanzada desde la ALBA , la Asamblea Internacional de los Pueblos, el Instituto Simón Bolívar y la Asamblea de Pueblos del Caribe, y que también se difunde en las principales lenguas que se hablan en Europa -español, portugués, italiano, inglés, francés, y árabe-. También desde Europa, además de organizar manifestaciones y debates en respaldo a la revolución bolivariana, los pueblos responden así a las poderosas estrategias políticas y diplomáticas que, desde los medios de comunicación hegemónicos, han tratado de instalar una idea de ilegitimidad del reciente proceso electoral venezolano. No hay que sorprenderse porque el imperialismo intente bloquear el camino de los pueblos con una guerra híbrida, y que esta guerra se haya desatado con furia contra Venezuela, un país donde manda el pueblo, y no mandan los apellidos. Venezuela -dice el comunicado de la Campaña Global- tiene un lugar privilegiado en el contexto geopolítico regional y global: “por su importancia en la producción mundial de petróleo, sus bienes comunes puestos al servicio del pueblo, por el lugar que ocupa en el mundo multipolar junto a los países emergentes, y por supuesto, su liderazgo de un proyecto de unión e integración regional en América Latina y el Caribe que da continuidad a la derrota del ALCA y mantiene vivo el horizonte de soberanía continental lejos de los designios de Estados Unidos”. De la misma forma, los pueblos saben que la mejor defensa de los resultados electorales del 28J es visibilizar precisamente la enorme fuerza social que el proyecto de la Revolución Bolivariana tiene consigo, y el enorme apoyo popular que desde los barrios, comunidades, comunas, en lo urbano y lo rural, sigue teniendo el proyecto inaugurado por el comandante Chávez en 1998 y que hoy continúa con éxito el presidente Nicolás Maduro.
Parece que estamos reviviendo el clima espantoso de la masacre en Ruanda (y de la propaganda nazi), observando la campaña de odio y de linchamientos que se está extendiendo en las redes sociales, incluso en Europa: por ejemplo contra el ex líder de Podemos, Juan Carlos Monedero, y contra el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero
Solo quienes no saben mirar de frente la lucha de clases y las múltiples formas en que la burguesía intenta imponer su hegemonía, cambiando las cartas sobre la mesa para distraer a los sectores populares de sus verdaderos enemigos, pueden tener una actitud «tibia» ante los ataques a la revolución bolivariana. Ataques desatados por una oposición golpista que intenta lograr por la fuerza lo que no puede en las urnas; mientras construye nuevos mundos de fantasía con presidentes autoproclamados en las redes sociales. Y así, incluso algunos gobiernos progresistas que han experimentado de primera mano las consecuencias de estas estrategias imperialistas, dudan al reconocer la claridad del voto en Venezuela. El sistema electoral en Venezuela sigue siendo el mismo, considerado a prueba de fraude incluso por quienes lo denigran. Lo que ha cambiado, sin embargo, es el equilibrio interno de estos gobiernos, presionados por los distintos sectores que pretenden derrocarlos y preocupados por las relaciones comerciales y geopolíticas con Europa, Estados Unidos y las grandes instituciones internacionales. Por esta razón, la Campaña Global, se dedica a desarmar algunos de los principales “argumentos” y olvidos selectivos que desde inclusive los sectores progresistas se han venido instalando desde el 28 de Julio: “con la certeza de que la única forma de preservar la paz que caracteriza al pueblo venezolano, es defender la democracia y la soberanía del país frente a los ataques que, desde Estados Unidos y países cuyos gobiernos están alineados con el imperialismo -en la región y el mundo- continúan desarrollando en contra de Venezuela”.
Entretanto, se multiplican los pronunciamientos de los veedores internacionales que avalan la transparencia e integridad de las elecciones presidenciales, como lo hicieron en España 50 acompañantes de regreso de su visita a Venezuela que, a través de un comunicado, condenan la injerencia externa de los gobiernos de la Unión Europea.
Desde las “democracias” europeas, y con el respaldo de ex chavistas hoy prófugos de la justicia en los países europeos, se intenta repetir la farsa de una nueva autoproclamación, segunda parte, encabezada por una golpista que jamás ha respetado la constitución bolivariana: María Corina Machado. Un personaje que acciona en la red de fascistas, organizada desde los Estados Unidos para repetir la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), la conferencia anual de los conservadores estadounidenses, y que utiliza dinero público, como la “ayuda humanitaria para los migrantes venezolanos” para organizar la desestabilización. Una admiradora de Milei y Netanyahu que, sin precisar fecha, acaba de anunciar a su socios europeos “el inicio de una extraordinaria campaña dentro y fuera de Venezuela”, y “una estrategia súper robusta” para poner fin al gobierno chavista. Entretanto, los gobiernos de Europa, empezando por el de extrema derecha en Italia, que sigue aprobando leyes liberticidas contra los sectores populares, denuncian “la represión de la dictadura chavista” contra los “angelitos” que queman y matan, en nombre de la “libertad”.