Por: Luis Britto García
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Hollywood representa el fascismo como pandilla de malencarados en uniforme que agitan estandartes y gritan órdenes. La realidad es más perversa. Según Franz Leopold Neuman en Behemoth: The Structure & Practice of National Socialism, 1933-1944, el fascismo es la complicidad absoluta entre el gran capital y el Estado. Donde los intereses del gran capital pasan a ser los de la política, anda cerca el fascismo. No es casual que surja como respuesta a la revolución comunista de la Unión Soviética, y se afirme por el miedo a los efectos de las crisis de postguerra y de la crisis capitalista de 1928, y de todas las crisis subsiguientes.
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El fascismo niega la lucha de clases, pero es el brazo armado del capital en ella. Aterroriza a la clase media baja y la marginalidad con el pavor a la crisis económica, la izquierda y la proletarización y las enrola como paramilitares para reducir por la fuerza bruta a socialistas, sindicalistas, obreros y movimientos sociales. Fascistas italianos y nacionalsocialistas alemanes formaron pandillas de matones, Fasci di Combatimenti y Secciones de Asalto para reprimir, violentamente, organizaciones sociales que ni la policía ni el ejército podían atacar, abiertamente, porque eran legales. A fines del siglo XIX y principios del XX, Estados Unidos reprimía a los trabajadores alquilando a policías privados de la Agencia Pinkerton. Mussolini fue subvencionado por la fábrica de armas Ansaldo y el Servicio Secreto inglés; Hitler financiado por las industrias armamentistas del Ruhr; Franco, apoyado por terratenientes y empresarios; Pinochet por Estados Unidos y la oligarquía chilena.
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La crisis económica, hija del capitalismo, es a su vez la madre del fascismo. A pesar de estar en el bando vencedor en la Primera Guerra Mundial, Italia sale de ella tan destruida que la clase media se arruina y participa masivamente en la Marcha sobre Roma de Mussolini. En la elección de mayo de 1924, Hitler obtuvo el 6,5% de los votos. En las de diciembre de ese año, el 3,0%. Pero en las de 1928, cuando revienta la gran crisis capitalista, obtiene 2,6%, en 1930 gana 18,3%, y en 1932, 37,2%, con lo cual accede al poder y lo utiliza para anular a los restantes partidos. Pero el fascismo no remedia la crisis: la empeora. Durante la era Mussolini el costo de la vida se triplicó sin ninguna compensación salarial ni social. Hitler empleó a los parados en fabricar armamentos que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, la cual devastó Europa y causó sesenta millones de muertos. Franco inició una Guerra Civil que costó más de un millón de muertos y varias décadas de ruina. Los fascistas argentinos eliminaron a unos treinta mil compatriotas. Pinochet asesinó unos tres mil chilenos. Estados Unidos alivió sus crisis económicas con la sistemática agresión militar. Tan malo es el remedio como la enfermedad.
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El fascismo convocó a las masas, pero es elitista. Corteja y sirve a las aristocracias, sus dirigencias vienen de las clases altas e instauran sistemas jerárquicos y autoritarios. El historiador Charles Maier recalcó que hacia 1927, el 75% de los miembros del partido fascista italiano venía de la clase media y media baja; el 15% era obrero, y un 10% procedía de las élites, los cuales, sin embargo, ocupaban las altas posiciones y eran quienes en definitiva fijaban sus objetivos y políticas. Hitler establece Fuhrer-Prinzip: cada funcionario usa a sus subordinados como le parece para alcanzar la meta, y responde sólo ante el superior. Según el Reglamento falangista, el Caudillo responde ante Dios y la Historia, vale decir, ante nadie. Estados Unidos se autoproclama hogar de la democracia, pero sus dirigencias sistemáticamente se reclutan entre millonarios y multimillonarios.
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El fascismo es racista. Para distraer a los trabajadores de la lucha contra el capital, los fascismos esgrimen supuestos enemigos internos y externos étnica o culturalmente diversos, a los cuales hay que esclavizar o liquidar. Hitler postuló la superioridad de la “raza aria”, Mussolini arrasó con libios y abisinios2, y planeó el sacrificio de medio millón de eslavos “bárbaros e inferiores” a favor de 50.000 italianos superiores. El fascismo sacrifica a sus fines a los pueblos o culturas que desprecia. Los falangistas tomaron España con tropas moras de Melilla. Alber Speer, el ministro de Industrias de Hitler, alargó la Segunda Guerra Mundial de dos a tres años más con la producción armamentista activada por tres millones de esclavos de “razas inferiores”. Estados Unidos discriminó tradicionalmente nativos, afrodescendientes e “hispanos”, a los cuales recluta para sus aventuras imperiales y en la actualidad utiliza preferencialmente como mercenarios. Se decía que en la guerra de Vietnam los blancos enviaban a los negros para evitar que los amarillos se volvieran rojos. Con la disolución de la URSS, el pretexto anticomunista perdió fuerza, y la propaganda debe inventar nuevos enemigos. El racismo fascista desemboca en limpieza étnica. Durante gran parte del siglo pasado los fascistas eran antijudíos; ahora son casi, unánimemente, prosionistas e islamófobos.
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Fascismo y capitalismo tienen rostros aborrecibles que necesitan máscaras. Los fascistas copian consignas y programas revolucionarios. Mussolini se decía socialista, el nazismo usurpó el nombre de socialismo y se proclamaba partido obrero (Arbeite); en su programa sostenía que no se debía tolerar otra renta que la del trabajo. Por su falta de creatividad, roban los símbolos de movimientos de signo opuesto. Los estandartes rojos comunistas y la cruz gamada, símbolo solar que en Oriente representa la vida y la buena fortuna, fueron confiscados por los nazis para su culto a la muerte.
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El fascismo es beato. Los curas apoyaron a los falangistas que salían a matar prójimos y fusilar poetas. El Papa Pío XII bendijo las tropas que Mussolini mandó a la guerra; nunca denunció las tropelías de Hitler. Franco y Pinochet fueron idolatrados por la Iglesia. Los cultos evangélicos respaldaron a Bolsonaro quien, modestamente, se hizo rebautizar como “Mesías”. Todos los movimientos disidentes, como la Teología de la Liberación o el de los Curas Obreros, fueron adversados por las altas jerarquías eclesiásticas y los Estados autoritarios.
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El fascismo es misógino. La misión de las mujeres se resume en Kirche, Kuchen, Kinder, vale decir, iglesia, cocina, niños. Nunca figuró públicamente una compañera al lado de sus líderes; quienes las tuvieron, las escondieron o relegaron minuciosamente. Nunca aceptaron que una mujer ascendiera por propio mérito o iniciativa. Hitler las encerró en granjas de crianza para parir arios; Mussolini les asignó el papel de vientres para incrementar la demografía italiana; Franco y Pinochet las confinaron en la iglesia y la sala de partos. En la actualidad, mujeres como Marine le Pen y Giorgia Meloni comandan movimientos protofascistas, pero sus ideas siguen adscritas al patriarcalismo.
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El fascismo es antiintelectual. Todas las vanguardias del siglo pasado fueron progresistas: la relatividad, el expresionismo, el dadaísmo, el surrealismo, el constructivismo, el cubismo, el existencialismo, la nueva figuración. A todas, el fascismo las trató como “arte degenerado”, salvo al futurismo italiano, al cual perdonó por su culto al poderío y a la violencia. El fascismo no inventa, recicla. Sólo cree en el ayer, un ayer imaginario que nunca existió. El fascismo asesinó a Giacomo Matteoti, encarceló a Antonio Gramsci, forzó a Bertold Bretch y a Fritz Lang a exiliarse, fusiló a García Lorca e hizo morir en la cárcel a José Hernández. Pinochet asesinó a Víctor Jara. Cuando oigo hablar de cultura, saco mi pistola, decía Goering. Cuando escuchemos hablar de fascismo, saquemos nuestra cultura.
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En inteligente artículo, relata James Petras, el capitán de la Guardia Nacional José Guillén Araque advirtió al presidente Maduro que «el fascismo debe ser derrotado antes de que sea demasiado tarde». Pocos días después, el oficial era abatido por un francotirador en Maracay, el 16 de marzo de 2014, presumiblemente víctima de una modalidad de asesinato selectivo cada vez más frecuente en Venezuela. Concluye Petras que “el fascismo, básicamente el terrorismo armado, con el fin de derrotar por medios violentos al gobierno democrático, es una amenaza real e inmediata en Venezuela. El día a día, los altibajos de la lucha callejera y los incendios nos dan una dimensión real de la amenaza. Como lo hemos señalado, los respaldos estructurales y organizativos de fondo, que explican el auge y el crecimiento del fascismo son mucho más significativos. El desafío de Venezuela es lograr cortar las bases económicas y políticas del fascismo”.
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Durante más de una década alerté contra una infiltración paramilitar que fue progresivamente dominando varios rubros de las actividades ilegales y legales en Venezuela3. Durante ese lapso, repetidos sucesos advirtieron que el terrorismo de derecha, organizado y financiado desde el exterior y por nuestras oligarquías locales, actúa desenfadadamente como actor político en nuestro país. Por ello, debemos asumir un enorme esfuerzo político, social, económico, estratégico, diplomático y sobre todo cultural para conjurarlo.