Por: Roberto Betancourt A.
En la larga disputa, tanto estratégica como tecnológica, entre Irán e Israel es posible apreciar enseñanzas fundamentales, basadas en su excepcional historial, que les ha permitido potenciar sus capacidades en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) en escenarios de restricción, dependencia o vulnerabilidad.
Ambos países, en condiciones abiertamente dispares, han demostrado que sus respectivos sistemas de innovación son un factor de supervivencia y, al mismo tiempo, un instrumento de proyección internacional. Irán, que ha sido sujeto a casi 3 mil medidas coercitivas multilaterales en 45 años, con un acceso ampliamente restringido a financiamiento y colaboración científica, ha logrado desarrollar capacidades propias en nanotecnología, biotecnología y ciencias de la salud, computación de alto rendimiento y ciberinfraestructura, lanzamiento orbital e ingeniería satelital; por mencionar algunas. En contraste, Israel ha logrado consolidar una economía innovadora mediante una sinergia efectiva entre defensa, emprendimiento tecnológico y cooperación internacional.
Irán ha logrado consolidar y ampliar una base científica nacional gracias a una inversión pública constante (más de 6 millardos de dólares en 2024, superior al 1 % de su PIB), el fomento de universidades tecnológicas y una planificación que prioriza tecnologías de uso dual (con aplicaciones en los sectores militar y civil). Los logros alcanzados evidencian que, aun en condiciones de aislamiento, es posible lograr niveles notables de resiliencia; siempre que se proteja y se incentive a la comunidad científica nacional y se destinen recursos estables a largo plazo. Esto demuestra que la autonomía tecnológica es un imperativo estratégico que emancipa a la nación toda, en lugar de una preferencia ideológica.
Igualmente, Israel ha demostrado que la cooperación entre los sectores militar y civil es capaz de dinamizar el tejido productivo. Gracias a iniciativas como Talpiot (cantera de talentos en el ámbito científico-militar) o las incubadoras de innovación financiadas por el Estado, ha conseguido trasladar avances militares a ámbitos civiles (y viceversa), con lo que ha transformado su sector de ciberseguridad y sus empresas emergentes de vigilancia en bienes de exportación a nivel global. Esta convergencia entre seguridad e innovación plantea desafíos éticos evidentes y requiere la formulación de marcos jurídicos para mitigar el uso irresponsable de tecnologías sensibles.
Otra lección importante es entender el rol de la diplomacia científica. Israel, además de invertir anualmente el 6 % de su PIB en I+D+i, participa activamente en programas de cooperación de alto nivel, como Horizonte Europa, el CERN y convenios bilaterales con EE. UU., India y la Unión Europea. Por su parte, Irán ha recurrido a la cooperación Sur-Sur y suscrito alianzas con China, Rusia y nuestro país. Esta diferencia marca una brecha crítica: la exclusión científica limita el acceso a información, insumos e infraestructura y obliga a crear sus propios canales de intercambio y publicación científica, como ya está iniciando Irán con revistas nacionales indexadas y plataformas digitales de acceso abierto (como el Islamic World Science Citation Centre, IranDoc o Civilica, que reúne más de 700 mil ponencias y artículos de acceso abierto).
Para lograr la autonomía tecnológica son necesarias políticas sostenidas y coherentes, identificar las áreas críticas de dependencia, cartografiar las capacidades nacionales, formar talento especializado, proteger a los científicos y tecnólogos como bienes estratégicos de la nación, así como generar confianza en la ciencia a nivel social, promoviendo la percepción pública de su utilidad y la apropiación colectiva de sus beneficios. Nuestra Gran Misión Ciencia, Tecnología e Innovación Dr. Humberto Fernández-Morán ha anticipado esta forma de acción.
Para concluir, como ya advirtiera el revolucionario anticolonial martiniqués Frantz Fanon, cada persona, cada nación, debe inventar su propio camino.
En la ciencia, como en la soberanía, el Sur Global no puede esperar a que lo integren, sino que debe construir, con creatividad y propósito, su propio camino hacia el futuro.