Por: Alessandra Pradel Mora
En México, las tareas que tienen las organizaciones populares y la izquierda en el poder son históricas. El Humanismo Mexicano y la Cuarta Transformación, dirigidos por Andrés Manuel López Obrador (amlo), despejaron caminos hacia la conquista de derechos y vida digna para millones de mexicanos. Las recientes elecciones presidenciales lo confirman: más de 35 millones de votos respaldaron la continuidad política, dirigida ahora por Claudia Sheinbaum, quien será la primera mujer presidenta de esta nación.
Desde 2018, con el triunfo de amlo, comenzó a instaurarse una serie de políticas que pretendieron recuperar la soberanía nacional y la distribución un poco más justa de la riqueza social. Sin embargo, en el marco de la historia, los gobiernos progresistas tienen asuntos que referir: “la luna de miel” entre la pequeña burguesía y la burguesía, prácticamente, desde la caída del campo socialista trata de una constante. Gobiernos de centroizquierda anduvieron la historia de los tres últimos siglos deliberando (aunque aún continúan) qué tan a la izquierda pueden llegar y cómo deben hacerlo; esta lógica evidencia el desenlace político e ideológico, por ejemplo, en Europa que se pinta de nazifascismo, mientras que América Latina ondula entre el horror y la esperanza.
La burguesía es una y tiene múltiples formas de gobernar, desde las democracias representativas hasta los regímenes de terror. Quien dude de su carácter, puede escuchar al español Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha Vox, durante el segundo encuentro de la Conferencia Política de Acción Conservadora (cpac), realizado en México: “compartimos con Israel enemigos mortales”.
Bajo la consigna Make Mexico Great Again, en explícita alusión a la campaña de Donald Trump —quien mandó un mensaje grabado al encuentro realizado este año—, la ultraderecha internacional, agrupada en la cpac, orientó a la burguesía mexicana en el establecimiento de sus principios políticos (transfóbicos, homofóbicos y racistas), además plantearon la formación de un nuevo partido político que participará en las elecciones de 2027, bajo el lema “Dios, patria, familia y libertad”.
La burguesía está organizada y sabe quién es el enemigo: “si queremos enfrentarnos al socialismo del siglo XXI, necesitamos libertarios… Si queremos enfrentarnos al progresismo, necesitamos conservadores”. En ocasiones, se llama a sí misma conservadora, en otras, fascista, pero la finalidad es siempre la misma: imponer la “democracia” del capitalismo, la que controla y permite adueñarse de la riqueza de los pueblos.
Por esto, los esfuerzos populares e institucionales de la izquierda en México no pueden estancarse en el plano del reformismo que elevan en lo inmediato el nivel de vida del proletariado, pues, se sabe que en cuanto sus ganancias y sus propiedades se vean afectadas, la burguesía arrebatará cualquier concesión y dejará traslucir plenamente su verdadero rostro: entre tantos otros, el de Bolsonaro, Milei y Bukele. Al contrario, la izquierda mexicana debe transformar las estructuras económicas y políticas a favor del trabajo y no del capital, con la derogación total de todas las leyes aprobadas durante la era neoliberal.
En estos momentos, la propuesta de reforma al Poder Judicial en México busca, en primer término, la elección popular de los jueces y magistrados; es una respuesta al lawfare. Al respecto, algo se aprendió, si en las décadas anteriores el poder judicial fue un refugio y trinchera de la burguesía más reaccionaria y conservadora, ahora deberá ser democratizado. Sin embargo, aún falta camino que recorrer, pues, la respuesta ante este atrevimiento por parte del pueblo mexicano se desenvuelve en varios ámbitos: los empresarios, que condenan la reforma y amenazan con cambiar sus reglas de juego; los miembros del poder judicial, que utilizan a los trabajadores de esa institución como brazo de choque; y, Estados Unidos en un abierto injerencismo, advirtiendo que la reforma es “riesgosa para la democracia”.
Los próximos pasos de la izquierda mexicana serán decisivos; el nazifascismo busca, desesperadamente, caminos en cualquier parte que aspire su emancipación. Anda soterrado, cuando el proletariado construye su historia, pero sin perder sus objetivos esenciales: desorganizar y confundir al pueblo, llevarlo al extremo de la desesperanza.