Cómo un asunto extraordinario y propio de quién pretende causar daño a una nación desde sus fundamentos más sensibles, su nacionalidad, el pasado sábado (15.03.2025) se le ocurrió a Donald Trump activar la Ley del Enemigo Extranjero para acelerar deportaciones de venezolanos y venezolanas, y de paso cometer el delito de enviarlos a El Salvador con instrucciones debidas para quien hace de presidente de ahí, pero que no es más que regente de una colonia.
Todo esto, bajo la farsa argumentativa del tal “Tren de Aragua”, esconde el desespero de una élite estadounidense que empieza a ver que el «Golden Age» ofrecido por Trump no se ve por ninguna parte, mientras se va empastelando en cada agenda que desarrolla, cuestión que no pueden evadir por mucha retórica que explayen: una declinación estructural cada vez más profunda a lo interno de ese país.
Tanta ha sido la torpeza de esta maniobra que a la celebración y los choques de manos del extremismo y todos quienes se juntaron para hacer esta barbaridad, ahora vemos todo tipo de acciones de control de daños ya que la narrativa sobre el “Tren de Aragua” es tan falsa como la que afirma que los 238 migrantes llevados en situación de secuestro a El Salvador pertenecen a esta organización criminal extinta en Venezuela.
Hasta el propio Donald Trump se ha lavado las manos ahora, diciendo que todo lo sucedido el sábado 15 de marzo fue urdido por su secretario de Estado, Marco Rubio, dando además declaraciones contradictorias ante las irrefutables denuncias de familiares de los migrantes secuestrados, de no pertenecer a la organización criminal, llegando hasta el extremo de negar haber firmado una especie de proclama que activó la Ley del Enemigo Extranjero como quinta esencia de lo que hicieron ese día contra la migración venezolana y nuestra nacionalidad.
Los objetivos de esta acción parecen limitados. Bien sabemos que uno de los desesperos de Trump y su gobierno es acelerar las deportaciones; y eso implica violar protocolos jurídicos internos e internacionales. Posiblemente mal observaron que dentro de EE.UU. se iba a presentar una ola de choque a la maniobra realizada contra la migración venezolana, en la forma de una decisión de un juez Federal que fue básicamente desacatada, sumada a la defensa que sobre dicho juez asumió ni más ni menos que el presidente de la Corte Suprema de Justicia; generando un conflicto institucional cuando Trump no llega ni al primer trimestre en la Casa Blanca.
Por otra parte, el objetivo de desestabilizar el centro estratégico de la Revolución Bolivariana, la paz y estabilidad nacional, poniendo a operar maniobras de esta naturaleza a los enemigos más furibundos que le llevaron a su fracasada política de la primera administración, está muy lejos de ser alcanzado.
El secuestro de nuestros migrantes venezolanos en El Salvador ha salido tan torpe políticamente que lejos de fragmentar ha amalgamado a toda una nación venezolana que ha rechazado abiertamente dicha acción, activando un poderoso, democrático y pacífico proceso de firmas para repudiar esto y exigir que los nuestros vuelvan a la patria. Este rechazo unánime del pueblo venezolano hace par con el repudio a la situación de la licencia de Chevron y sus objetivos de afectar a la economía venezolana.
De paso toda la línea de trabajo del extremismo de tratar de ofrecer al país entero y sus riquezas como moneda de cambio para fraguar una intervención militar (sea directa, coaligada con otros Estados o a través de una contra estilo Nicaragua), favorable al objetivo de cambio del régimen político, no ha logrado el objetivo de romper la línea de comunicación entre Washington y Caracas, mucho menos quebrar a la institucionalidad democrática del país que más bien repele y rechaza todas estas amenazas y agresiones.
La realidad es que la diplomacia bolivariana de paz ha resultado mucho más efectiva y audaz en la atención de este tipo de tensiones creadas como provocación con objetivos ulteriores muy claros y definidos. Nuestro centro hoy nos ubica en la necesidad de hacer retornar a todos los venezolanos y venezolanas en EE.UU. y, especialmente, a quienes están secuestrados en El Salvador de manos del carcelero al servicio del gobierno de Donald Trump, Nayib Bukele.
Todo esto en un contexto donde hasta la pretensión de sacar a la República Bolivariana de Venezuela de la ecuación energética mundial resulta un imposible en estos tiempos. De ahí las maniobras del «policía bueno» llamado Chevron, parafraseando al buen amigo y profesor Vladimir Adrianza, de buscar que Trump revierta la fecha límite del 3 de abril para que cese operaciones en nuestro país, mientras Exxon Mobil paga y maniobra todo tipo de ataques como «policía malo» tendentes a desestabilizar nuestra patria.
Resulta un circo creer que no existen apetencias de EE.UU. sobre la gran reserva de petróleo de la República Bolivariana de Venezuela, de hecho todos sabemos que Trump miente abiertamente en sus afirmaciones, tanto como lo hacen cuando hablan del “Tren de Aragua” como organización terrorista y señalan a todos los venezolanos y venezolanas de pertenecer a este grupo que fue extirpado en Venezuela por la fuerza del Estado.
Cómo bien lo ha afirmado el Gobierno Bolivariano del presidente Nicolás Maduro, nuestro país seguirá siendo camino y nada ni nadie podrá evitarlo. Siempre consideraremos importante tener una relación de armonía y respeto con EE.UU., pero de su élite depende seguir en el fracasado empeño de modelar, tutelar o cambiar el régimen político de nuestro país, cosa básicamente inaceptable y que contará con nuestro rechazo y desafío.
La República Bolivariana de Venezuela ya pertenece al mundo multipolar, cuya irrupción y existencia ya es real. Eso implica una expansión de nuestra presencia en la ecuación energética en momentos cuando EE.UU. sigue viendo el decrecimiento de sus reservas y la cercanía de fechas próximas que podrían volver más difícil el pago de gasolina a sus ciudadanos, más cuando ya no son pocos los analistas que hablan de una creciente visión hacia una recesión de esa economía.
Que Trump o su gobierno pretendan reactivar una pelea con Venezuela, lejos de ser una demencia, que lo es, resulta una torpeza estratégica de consecuencias incalculables.
Ellos sabrán.