Por: Federico Ruiz Tirado
(I)
Tejer es un arte ejercido solitariamente. Silencio, se necesita, una especie de biorritmo interior sereno. No necesariamente es una práctica psicoanalizable en un sentido clínicamente estricto. Aunque en el ámbito sociocultural, según he averiguado, sí lo sería; porque no hay quehacer humano en este mundo que esté lejos del alcance de la lupa freudiana, sea mediante la carga simbólica de sujetos literarios, como una de las Buendía, la que tejió su propia mortaja, o entre las cuatro paredes de un consultorio con un retrato de Lacan al fondo; sería un sinsentido dar una puntada sin hilo.
(II)
Que sirva está divagación para comenzar a abordar el artículo de Enrique Ochoa Antich sobre la intrincada materia electoral que mantiene a la oposición en una suerte de sala de espera del dentista, o lo que sería aún peor: cobrando los tiquetes de la rifa que ha publicitado Diosdado, por razones políticas humanitarias, para cancelar la consulta al odontólogo.
(III)
Creo que se las quiere echar de especulador nada precoz, me dice la muchacha de la panadería donde acostumbro ir para verla; por su hermosa nariz y sus razonamientos políticos fugaces. Escribe con coherencia y sintaxis, señor Federico. Pero lo que hace es autofusilarse. Se repite a sí mismo como si se peinara frente al espejo después de peluquiarse, me dice, o repitiendo los cálculos de otros que no saben sumar con porcentajes.
Ese Anti(che), como así lo bautizó ella desde que EOA escribió sobre el Diosdado «fascista», lo que anda buscando son 5 minuticos de felicidad, tal como la canción de Julio Jaramillo, me dijo con picardía.
(IV)
Ochoa Antich es de los pocos en la oposición que escribe bien y expone sus argumentos. El artículo contra Diosdado, incluso, ostenta una pluma cultivada en la erudición que hizo brillar a Oswaldo Barreto, a Petkoff, a Carlos Raúl Hernández y a muchos «teóricos» del MAS que, lamentablemente para ellos y sus lectores, no conocieron la caída humorística de Cabrujas, por ejemplo.
Antich, sin embargo, parece representar, paradójicamente, muy bien el principio de Julio Ramón Ribeyro; esa tentación del fracaso que al escritor peruano lo consagró como uno de los narradores más brillantes de su época; pero que a Ochoa lo condenó a la tragedia de no saber a dónde ir y, de paso, a tomar el tren equivocado.
Cuando el pasajero toma un tren que no va a ninguna parte, equivale a que nada se puede tejer sin hilo.
(V)
Ojalá Ochoa encauce su rumbo. La reflexión escrita es un vehículo sin duda para salir del laberinto, con o sin pasos hacia ese porvenir rezagado en un pasado de pasadizos sombríos.
Pero la escritura, en su caso, como insiste la muchacha de la panadería, no puede ser un huevo sin sal. Ni el despecho más contrariado se sobrelleva con tanta contrariedad. A veces le falta una dosis de alegría, una balada de Rudy la Escala. A Enrique le ocurre algo por dentro. Cada vez que habla cree que está diciendo una verdad grecolatina, que el suyo es el eco de Robespierre y eso no le permite tener sentido del humor.
Cómo le dijo un día Zapata a Roberto Malaver: «Hay gente seria, porque no tiene nada inteligente que decir».
(VI)
La idea del referéndum consultivo por el Esequibo es políticamente interesante, me dice acertadamente Ildefonso Finol. Y yo se lo transmito a Ochoa, que tiene con qué, porque es necesario difundir masivamente información actualizada sobre un tema que incumbe a todos, a algunos tirios y a algunos troyanos.
Comprometer a la gente, a los nacionalistas, a los revolucionarios y, sobre todo, a establecerle límites formales contemplados en la Constitución Nacional a esa derecha opositora fascistoide que quiere incendiar a Venezuela, deslegitimar a la autoridad democrática, y promover invasiones imperiales.
Enrique Ochoa Antich tiene ante sí una agenda de acción que ya, por cierto, su compañero de andanzas, la ha asumido con sus rictus de sabelotodo: Ecarri lo ha proclamado gritando, sin bajarle ni un decibel al tono de su altanería.
Vamos, Ochoa, te llegó tu cuarto de hora.