Por: Beatriz Rondón
Quizás el agua es, entre otros elementos, el más esencial en la existencia de la vida en la tierra y aún no sabemos si en otros ámbitos del universo.
A través del tiempo, ha sido adorada por diversas culturas y creencias. Es por esa razón que su influjo se ha hecho notar en la literatura, donde diversos escritores han reflexionado sobre su belleza y poder; poder a veces milagroso o devastador. El agua no sólo nos da la vida, es el origen de la vida, que tiene un transcurrir indescifrable.
Desde la conciencia humana, nuestra relación con el agua ha sido profunda y enriquecedora. Venimos del líquido amniótico que es fuente y procreación de vida.
La historia de la filosofía y las manifestaciones culturales milenarias y los cultos religiosos lo confirman: el agua es símbolo de vida, purificación y esperanza, valores que son un denominador común que nos une y que deberíamos tener siempre presente como un valor intrínseco de la humanidad.
En la literatura, el poeta Goethe mantenía que el alma es de agua. Quizá tenga razón. En el Popol Vuh: “En el principio no se manifestaba la faz de la Tierra. Solo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión. No había nada junto que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo. No había nada que estuviera en pie; solo el agua en reposo, el mar solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia. Sólo agua”.
Lenguaje de agua en los decires populares: nadar entre dos aguas, con el agua al cuello, como dos gotas de agua, ahogarse en un vaso de agua, se viene un aguacero, son efectos de su hablar. El agua en la literatura es un lenguaje de la naturaleza con distintos dialectos y con significados diversos.
Hay sucesos extraordinarios en la literatura relacionados con el agua. Uno de ellos es aquel de las gotas de Cortázar, cursando por la ventana. Otro es en la obra de García Márquez que merece un recuerdo eterno, relacionado con la fundación de Macondo cuando comienza a manifestarse la ”prosperidad” de un pueblo mítico: los cuatro años, once meses y dos días de lluvia es un episodio que ocurre en Macondo al final del libro; tras un periodo de “progreso” y ascensión económica de la ciudad por medio de la Compañía Bananera, o sea, la industria que viene con los extranjeros para la ciudad. La lluvia es también el medio que interrumpe las actividades temporariamente y, posteriormente, para siempre, pues la lluvia demarca la destrucción y catástrofe total de Macondo, una decadencia eterna hasta su desaparición total”, dice la brasileña Natalia Maynard Cadó en un importante ensayo titulado El olvido y la lluvia: la soledad en un universo llamado Macondo.
El diluvio universal presente en Caín, de José Saramago, es un apocalipsis en cuyos pasajes bíblicos está el agua como un castigo divino y el mandato de Dios a Noé de construir el Arca; no sólo para salvarse él, sino algunas de las especies que irían a reproducir un nuevo mundo terrenal, donde el agua ocuparía espacios en la tierra creando ríos, mares y océanos.