La globalización que impusieron a fines del siglo 20 y principios de este, se va diluyendo. Vamos a la fragmentación o bloqueización.También existe la posibilidad de un enfrentamiento más directo, cuando el enemigo a vencer es China
¿Qué está pasando en el mundo? ¿Llegó ya el cambio de época? La pregunta es constante en los diversos centros de estudio, entre líderes de opinión, entre políticos, y todo aquel que se preocupa por este mundo convulso en que vivimos.
Nunca vimos, por lo menos desde la Segunda Guerra mundial, una crisis tan aguda en la gobernanza global. Porque en los tiempos de la Guerra Fría existían acuerdos mínimos para evitar una conflagración mundial que pusiera en riesgo la existencia de la humanidad.
Si la Segunda Guerra Mundial dejó millones de muertos, una tercera, con el incremento del poder destructivo de las nuevas armas, significaría la extinción de la humanidad.
Los líderes de los grandes bloques que emergieron, sensibilizados por la hecatombe que habían visto, supieron actuar con cierta ponderación para hacer vivible el mundo.
Drenaban tensiones en la Guerra Fría, tenían enfrentamientos localizados, pero evitando que se extendieran en demasía.
Hoy, a diferencia de aquellos años, cuando la bipolaridad era evidente y equilibrada, el enfrentamiento se refleja en la confrontación ideológica.
Entonces era más fácil identificar a los participantes de los grandes bandos en disputa.
Hoy la realidad es otra, las grandes potencias, también las intermedias, conviven en el sistema capitalista, el que sobrevivió a la Guerra Fría.
Pero los poderes fácticos requieren justificar un enfrentamiento. Quienes representan y son portaestandartes de los factores de poder global, del hegemón, montan una nueva narrativa.
Así, desde Washington, sus laboratorios de ideas y parafernalia propagandística, presentan el enfrentamiento entre demócratas y autoritarios; entre quienes respetan los derechos humanos y los “otros”.
Claro, ellos son los buenos. Quienes se oponen al injusto orden mundial, a sus arbitrariedades, son los malos.
Allí incluyen a Rusia, China, Irán, Venezuela, Siria, Cuba, Corea del Norte. En fin, todos los que se rehúsan a entrar en el redil.
El problema, para ellos, es que su relato pierde veracidad, cada vez es menos creíble. Ellos mismos incumplen las reglas que establecieron luego de la Segunda Guerra Mundial. Eso lo vemos en el manejo arbitrario del comercio mundial, en la imposición unilateral y arbitraria de medidas coercitivas, en la invasión de países, irrespetando el derecho internacional, en el chantaje a países que no se doblegan a los designios de Washington.
No, no estamos en un escenario similar al de la Guerra Fría. Dentro del Occidente Colectivo mismo hay contradicciones, fricciones. Como señala el portal Le Grand Continent, la democracia formal, representativa, hoy enfrenta serios problemas. Por ejemplo, están llegando al poder, por la vía electoral, partidos extremistas, autoritarios, filonazis; en países como Italia, Suecia, Hungría.
Una segunda diferencia, fundamental, es que durante la Guerra Fría Estados Unidos estaba en todo su esplendor. Hoy presenta severos problemas internos que pueden agravarse después de los comicios presidenciales. Hoy tiene a la República Popular de China cuestionando su hegemonía.
El mundo actual tiene a Rusia como principal potencia militar. Es tan así que la OTAN en su conjunto no ha podido derrotarla en Ucrania.
Y esto nos permite una tercera y crucial diferencia con la vieja Guerra Fría, la otrora bipolaridad se encamina a la multipolaridad donde nadie podrá imponer sus intereses a otros, donde la negociación será el signo imperante.
Eso causa preocupación en Washington. Una de quienes se han pronunciado al respecto es Condoleezza Rice, hoy directora de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford, secretaria de Estado de los Estados Unidos entre 2005 y 2009.
En un documento publicado a inicios de septiembre, la ex funcionaria señaló que Estados Unidos se enfrenta nuevamente a un adversario de alcance global y ambición insaciable, con China ocupando el lugar de la Unión Soviética. Se trata de una comparación particularmente atractiva, por supuesto, porque Estados Unidos y sus aliados ganaron la Guerra Fría, pero el período actual no es una repetición de la Guerra Fría; es más peligroso, asevera.
“China no es la Unión Soviética. La Unión Soviética se autoaisló, prefiriendo la autarquía a la integración, mientras que China puso fin a su aislamiento a fines de los años setenta. Una segunda diferencia entre la Unión Soviética y China es el papel de la ideología. China, en cambio, es en gran medida agnóstica en cuanto a la composición interna de otros estados. Defiende ferozmente la primacía y superioridad del Partido Comunista Chino, pero no insiste en que otros hagan lo mismo”, dice.
Rice plantea la interrogante, ¿estamos ante una segunda Guerra Fría? Sino es una segunda guerra fría, ¿qué es entonces?
“Mientras que las eras anteriores de competencia se caracterizaron por enfrentamientos entre grandes potencias, durante la Guerra Fría, los conflictos territoriales se libraron en gran medida a través de intermediarios…El panorama actual de seguridad presenta el peligro de un conflicto militar directo entre grandes potencias. Las reivindicaciones territoriales de China desafían a los aliados de Estados Unidos, desde Japón hasta Filipinas…Luego está Taiwán. Un ataque a Taiwán exigiría una respuesta militar estadounidense, aunque la política de “ambigüedad estratégica” creará incertidumbre sobre su naturaleza exacta”, piensa.
A la ex secretaria de Estado le preocupa la modernización militar convencional de China, la que califica de impresionante y en aumento.
En su opinión, China cuenta con la armada más grande del mundo, con más de 370 barcos y submarinos. El crecimiento del arsenal nuclear de China también es alarmante. Si bien Estados Unidos y la Unión Soviética llegaron a un entendimiento más o menos común sobre cómo mantener el equilibrio nuclear durante la Guerra Fría, se trataba de un juego entre dos jugadores. Si continúa la modernización nuclear de China, el mundo se enfrentará a un escenario más complicado y con múltiples actores, y sin la red de seguridad que desarrollaron Moscú y Washington.
Le preocupa, a la antes amenazante Rice, que un potencial conflicto se de en el contexto de una carrera armamentista con tecnologías revolucionarias, tecnologías que incluyen inteligencia artificial, computación cuántica, biología sintética, robótica, avances en el espacio y otros.
Recuerda que en 2017 Xi pronunció un discurso en el que declaró que China superaría a Estados Unidos en estas tecnologías de vanguardia en 2035.
Eso dice la otrora «halcona». Pero en China, con cultura milenaria, con otra forma de manejar los tiempos y ciclos históricos, ven con cautela el accionar de Washington.
Ellos se preocupan en avanzar de acuerdo a sus planes y objetivos, intentando que los vaivenes e intemperancia de sus adversarios no los perturbe.
Se centran en seguir fortaleciendo la economía, la tecnología, la seguridad y la ideología. Y esto es muy importante, ellos compiten según las reglas en que se desenvuelve el mundo, pero para el fuero interno evitan verse arrollados por la llamada cultura occidental; por este capitalismo parasitario.
Una fuente de tensión, de preocupación para Estados Unidos, fue el déficit comercial respecto al gigante asiático. Washington respondió con incremento indiscriminado de aranceles, luego de cuatro años de su aplicación, el déficit creció.
Y es que es difícil desacoplar la economía de ambas naciones, más allá de discursos incendiarios, sobre todo en tiempos electorales, como en este 2024.
Pese a la diatriba occidental, el comercio entre China y EEUU alcanzó un máximo de 690.600 millones de dólares en 2022. Las exportaciones estadounidenses aumentaron 2.400 millones y pasaron a 153.800 millones; claro, China exportó mercaderías a EE.UU. por valor de 536.800 millones.
Difícil presagiar que el contexto cambie. El problema, más allá de intentos, es de tiempo y costos. Buscar un desacoplamiento industrial de ambos países, más aún, del Occidente Colectivo, implicaría construir cadenas de suministro independientes de China. ¿Están en condición de hacerlo? No.
Además, si con el tiempo lo lograran, significaría un incremento sustancial de los costos.
En respuesta, la Casa Blanca fuerza acuerdos comerciales con sus aliados tradicionales, pero estos no atraviesan su mejor momento, sobre todo en la Unión Europea que se han visto afectados por la guerra que la OTAN, Estados Unidos, montó en Ucrania contra Rusia.
Y es que con sus aranceles indiscriminados y otros tipos de sanciones, no sólo a China, Estados Unidos dañó las cadenas industriales y de suministro, que ya venían afectadas por la pandemia del Covid- 19.
La globalización que impusieron a fines del siglo 20 y principios de este, se va diluyendo. Vamos a la fragmentación o bloqueización, como dicen algunos estudiosos del tema.
También existe la posibilidad de un enfrentamiento más directo. Ya los laboratorios de ideas, y políticos norteamericanos, la señora Rice entre ellos, dicen sin ambages que el enemigo a vencer es China.
Hacen la comparación con los tiempos de Guerra Fría. Pienso que Washington, y los poderes fácticos que representan, nunca vieron tan en peligro sus intereses, sus privilegios, como en estos días.
Creo que la llamada Guerra Fría, fue más controlada, por el hecho de que era entre dos bloques perfectamente identificados, y que preferían no tensar la cuerda en exceso mientras se respetaran sus áreas de influencia.
Así hubo estabilidad. Más allá de algunos conflictos puntuales, guerras de liberación entre ellas; o la guerra de Vietnam, que constituyó un fiasco para Washington y la llevó a tener más prudencia.
Pero es que hoy se ven superados en las mismas áreas en que antes no tenían competencia. Por eso, desde mayo de 2019, Estados Unidos emprendió una guerra tecnológica abierta contra China.
A partir de allí, empresas como TikTok, ZTE, SMIC, Yangtze Memory y DJI, han sido atacadas, hostilizadas, irrespetando las normas comerciales que ellos dicen defender.
Otro punto álgido en esta disputa es el tema de los semiconductores. Por eso es tan importante Taiwán, la principal productora de los trascendentales componentes.
Por eso incentivan la beligerancia taiwanesa, por lo menos de algunos dirigentes políticos, contra Pekín. Esa defensa a la “soberanía” de la isla no es casual.
Lo hacen por crear un conflicto militar en suelo que la República Popular de China considera propio por razones históricas. Esto significaría que el gigante asiático distraiga recursos en resolverlo; pero también porque si China tomara el control de las grandes fábricas de semiconductores, habría tomado una gran ventaja en la competencia tecnológica.
Por eso, Estados Unidos apuestan por iniciar una destaiwanización en la industria de semiconductores. Ya la taiwanesa TSMC, la más importante en el rubro, viene construyendo una fábrica en Arizona.
Por eso, también, los chantajes a Corea del Sur, Países Bajos o Japón, para que dejen de vender productos tecnológicos o chips avanzados a China.
Pero parece que ese chantaje no tuvo el efecto deseado, ya China accedió a chips y microchips avanzados, en muchos aparatos y dispositivos fabricados en China se ha encontrado esa tecnología.
Algo que Occidente, o la arrogancia de algunos de sus líderes parece ignorar, es que China cuenta con un sistema industrial muy poderoso, que despunta en nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA), sin ella es imposible la modernización industrial, el liderazgo en todos los campos de producción.
Según The Australian Strategic Policy Institute, los entes de investigación chinos lideran estudios en 37 de las 44 tecnologías más avanzadas del mundo.
Hay algo que el Occidente Colectivo parece no tener en cuenta, o no aquilata en su justa medida, y es el tema de las alianzas de China.
Desde hace muchos años, de manera silente, sin prisas, pero sin pausas, Pekín desarrolló una política internacional de acercamiento comercial sin precedentes.
China no impone gobiernos, ni políticos, no chantajea. China ofrece tratos más justos a los países en desarrollo. China no tiene el nivel de rechazo que hoy tiene el Occidente Colectivo.
De otro lado, haciendo gala de una gran sapiencia geopolítica, de leer escenarios por venir, a principios del siglo 21 se acercó a Rusia, logrando lo que no se había podido en tiempos de la Unión Soviética, y de lo que tanto se jactaba Henry Kissinger.
Ambos gigantes se potenciaron mutuamente. Así, China logró asegurar el abastecimiento permanente, confiable, de energía. Llevaron la relación a otro nivel y se aliaron en temas militares, comerciales, científicos.
Y, lo más importante para el tema geopolítico, construyeron alternativas al hegemón. Los BRICS, hoy en innegable expansión, representan el ejemplo más acabado de lo que decimos.
Los BRICS ya no son sólo un bloque comercial. Con sus acciones inciden en la construcción de un mundo mejor, más justo; son esperanza para decenas de países que han sido víctimas de la prepotencia occidental.
Desde mayo de 2019, Estados Unidos emprendió una guerra tecnológica abierta contra China. A partir de allí, empresas como TikTok, ZTE, SMIC, Yangtze Memory y DJI, han sido atacadas, hostilizadas, irrespetando las normas comerciales que ellos dicen defender
Los BRICS están destinados a desplazar la hegemonía del dólar. En reemplazarlo por una moneda común del bloque, quizá anclada en el patrón oro, o en una canasta de divisas.
De hecho, el comercio en monedas propias crece entre los países BRICS y sus aliados. Ya el yuan desplaza al euro en cuanto a uso comercial en el mundo.
En ese contexto, en ese futuro que se avizora, Estados Unidos calienta el planeta. Ellos y sus fichas intentan, lo seguirán haciendo, crear conflictos en todo el mundo. Embochinchar el planeta para intentar preservar su preponderancia. Esa parece ser su consigna.
Vivimos tiempos de guerras híbridas, de agresiones económicas, tiempos distintos a los de la Guerra Fría. Ya no son, repetimos, conflictos controlados, sin enfrentamiento directo entre las grandes potencias. Nunca como antes el riesgo de algún accidente con armas nucleares estuvo tan latente.
Nunca antes la OTAN se había atrevido a agredir a Rusia, o la entonces Unión Soviética. Nunca se habían atrevido a robar reservas o activos de otros países como a Rusia, a Venezuela.
Nunca se habían atrevido a secuestrar dirigentes políticos o importantes empresarios rusos o chinos. Nunca había existido injerencia tan descarada en los asuntos internos de otros países. Por ejemplo, Washington metiéndose en la reforma judicial de México. Ni hablar de la injerencia en las elecciones venezolanas.
Nunca se atrevieron a violentar una embajada de otro país, como la mexicana, perpetrada por las huestes de Noboa en Ecuador.
Jamás se habían visto actos de piratería como los perpetrados contra aviones venezolanos.
Ni las provocaciones en el mar de China por Estados Unidos y sus aliados. Nunca se había volado un gasoducto como el Nord Stream 2.
Esto ya no es una Guerra Fría, esto elevó su temperatura. Yo creo que estamos en una “Guerra Tibia”. Híbrida. Con enfrentamientos cada vez más peligrosos para la estabilidad mundial.
Hoy existen más y nuevos actores, donde lo ideológico no es lo fundamental. Hoy es más peligroso, el contexto geopolítico mundial, por eso se calienta más, porque uno de los actores, el hegemón, siente que pierde privilegios, que es desplazado. Cosa que no ocurría en la Guerra Fría.
En Europa, sesudos analistas se rasgan las vestiduras porque ven que hoy, Europa, Occidente, “pierde el protagonismo del mundo” que tenía desde el siglo XIV, que son desplazados por China y Rusia.
Lo dicen en medio de la crisis de Volkswagen y el incremento de conflictos sociales y políticos en los países de la Unión Europea.
Hace años que los europeos han sido relegados, pero ellos parecen haberse dado cuenta recién. Su victimario ha sido Estados Unidos, ya hemos escrito bastante sobre eso.
Hoy son peoncitos usados a conveniencia de Washington, que no dudaría en ponerlos como carne de cañón, buscando recalentar el escenario global.
Los poderes fácticos, Estados Unidos, intentan ralentizar el cambio de época, que ya es inevitable. ¿Cómo? Creando guerras con China y Rusia. Guerras proxy, como en Ucrania. Quizá apurando el expediente Taiwán. Intentando avivar tensiones entre China e India. Tal vez atacando aliados de estos países para obligarlos a involucrarse.
Ellos viven de la muerte, de las guerras. Ya la Guerra Fría, tal como la conocimos, no les sirve. Hoy calientan más el planeta. La Guerra Tibia les resulta más funcional, aunque pongan en riesgo la existencia del planeta.