Por: Emb.Alexander Yánez Deleuze
Desde hace varios años hemos venido escuchado -desde los llamados países occidentales, léase EE. UU., Unión Europea y algunos latinoamericanos- la propuesta de que el orden internacional debe basarse en reglas. Esta aparentemente lógica y creíble definición encierra -sin embargo- una falla de origen de fondo y forma. En primer lugar, el campo de acción de lo internacional es suficientemente amplio, dinámico y complejo como para obviar o al menos relativizar el marco jurídico fundamental que lo regula -el Derecho Internacional-. En segundo lugar, afirmar que el orden internacional debe basarse en reglas sugiere la idea de que -aparentemente- no lo estaría haciendo, en consecuencia, “esas reglas” deben fijarse o establecerse. En tercer lugar, si el orden internacional debe basarse en reglas, quiere decir que ese orden o no está definido, o está en proceso de transición -del viejo orden al nuevo- o simplemente hay que construirlo con reglas nuevas, siendo que las viejas ya no serían funcionales.
Una breve revisión de los más importantes hechos geopolíticos, geoeconómicos y geoestratégicos de los últimos 25 años evidencian la aparente maduración de las condiciones históricas globales para el advenimiento de un nuevo orden internacional que podría ser i) el producto de la transición desde el anterior (In-Evolución), o, ii) sustitución radical del anterior (Implosión-Reseteo). En ambas circunstancias, el nuevo orden encierra la variable esencial de la geopolítica del poder, donde la geografía, los recursos naturales y las nuevas tecnologías representan decisivas fuerzas profundas dentro de los procesos y actores en contradicción.
Teniendo esto presente, debemos recordar que justamente en el año 2025, el mundo estará conmemorando los 80 años de la firma y entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas. La Carta de la ONU vendría a ser una suerte de “Constitución del Mundo”, en la cual se establecen los principios fundamentales de la convivencia entre las naciones y, a partir de la cual, se sientan las bases del nuevo orden internacional devenido de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, la Carta de las Naciones Unidas establece tres pilares fundamentales: i) la paz y seguridad internacionales, ii) el desarrollo y iii) los derechos humanos. Podemos entonces decir que las reglas de conducta de la llamada “comunidad internacional» derivan del acervo normativo -constituido a lo largo de varios siglos- del Derecho Internacional -aun en (in)evolución- y, en particular, de los principios voluntariamente pactados entre las naciones al firmar la Carta de la ONU.
Pero la Carta de las Naciones Unidas también nació con una falla de origen, con un problema genético que parece explicar las atrocidades en materia de Derechos Humanos que se cometen -en streeming- contra el pueblo palestino en Gaza o contra los migrantes venezolanos en EE. UU. y El Salvador, entre otros. En efecto, la Carta de la ONU se firmó el 26 de junio de 1945, y 20 días después de su firma, es decir, el 16 de julio de 1945, EE. UU. realizaba la primera prueba nuclear -conocida como Trinity-. No conforme con ello, 21 y 24 días después de dicho experimento, caían sobre Hiroshima y Nagasaki sendas bombas atómicas, convirtiéndose en la más rápida aniquilación masiva cometida contra pueblo alguno. También conmemoraremos este 2025, los 80 años de tan oscuro capítulo en la existencia de la humanidad.
Una conclusión principal sobre estos hechos históricos es que mientras EE. UU. pactaba -con su firma- cumplir con los pilares de paz, de desarrollo y de derechos humanos establecidos en la Carta de la ONU, al mismo tiempo estaba planeando un ataque nuclear catastrófico contra el pueblo del Japón. Cuando hablamos de la falla genética del orden internacional establecido a partir de 1945 -expresado a través de la Carta de las Naciones Unidas- nos estamos refiriendo al doble rasero como gen maligno en las relaciones internacionales.
El doble rasero, o doble estándar, es la expresión más acabada, más palpable y más perversa del engaño institucionalizado, que hoy explica las evidentes distorsiones en la convivencia entre naciones, así como la inobservancia del derecho internacional -en particular- del derecho internacional de los derechos humanos. La pretensión de normalizar el doble rasero -como ejercicio válido lejos de toda consideración ética o moral- en toda la estructura de las relaciones internacionales, y en particular, en el sistema de las Naciones Unidas, no solo está conduciendo a su destrucción -en particular el de los derechos humanos- sino que está abriendo la puerta a la redefinición por vía de facto, de las normas de funcionamiento entre naciones bajo la égida del supremacismo y la arrogancia. Esto es, la degradación de la acción política y social internacional contra los pueblos amparados en reglas o formas propias de ver y entender el funcionamiento del orden internacional, más allá del derecho internacional. Pues que, en efecto, la aplicación del doble rasero en el escenario internacional es -en principio- un asunto de poder. Son las potencias occidentales las que pueden mediatizar -y de hecho mediatizan- el sistema internacional a su conveniencia, si es que no hay alguna estructura, organismo o acción -más allá de la amenaza o del uso de la fuerza- que los contenga. ¿Acaso no es notable la aplicación de sanciones contra la Corte Penal Internacional por pretender pronunciarse sobre el genocidio en Gaza? ¿Acaso no es ensordecedor el silencio de la Unión Europea, y del Consejo de Derechos Humanos ante la aplicación de la Ley de Enemigo Extranjero de 1798 a los migrantes venezolanos y su desaparición forzada en El Salvador, sin debido proceso?
La segunda conclusión fundamental, es que una regeneración moral de la acción internacional de las naciones es necesaria. Esta trascendente tarea será solo posible por la acción coordinada -la movilización unísona y permanente- de los pueblos del sur global. El Equilibrio del Universo, que clamaba el Libertador Simón Bolívar, ya no es solo un mandato del pasado, sino también una exigencia del presente para poder pensar siquiera en un futuro digno para los pueblos del mundo. El Pueblo y el Gobierno de Venezuela, están a la vanguardia de esta causa histórica por la salvación de la humanidad.