
La Drug Enforcement Administration (DEA) nació en 1973 con un objetivo oficial: combatir el narcotráfico internacional. Más de cincuenta años después, la pregunta sigue abierta: ¿ha cumplido esa misión, o se ha convertido en un instrumento de poder de la política exterior de Estados Unidos?
– El discurso oficial
En su narrativa, la DEA se presenta como la primera línea en la lucha contra el narcotráfico global. Con más de 60 oficinas en el extranjero, entrena policías, coopera en operativos de interdicción y despliega inteligencia en casi todos los continentes. Washington la describe como una agencia indispensable para contener un flagelo que trasciende fronteras.
– La otra cara: injerencia y soberanía
Pero en América Latina y otras regiones, la DEA no siempre es bienvenida. Gobiernos como el de Venezuela (2005) y Bolivia (2008) denunciaron su labor como “caballo de Troya”, más centrado en vigilar y presionar a los Estados que en desmantelar verdaderas estructuras criminales. Tras la expulsión de la DEA en esos países, surgieron cifras y narrativas oficiales que sostienen que la producción y tráfico disminuyeron, lo que alimentó un debate incómodo: ¿quién se beneficia realmente con la presencia de esa agencia?

– Casos emblemáticos
Colombia y el Plan Colombia (2000): miles de millones de dólares invertidos en fumigación y operaciones militares. Sin embargo, la producción de cocaína no desapareció: se desplazó y, en muchos casos, creció.
México y la Iniciativa Mérida (2007): la cooperación antidrogas coincidió con una escalada de la violencia y el fortalecimiento de cárteles cada vez más armados.
Afganistán: pese a dos décadas de ocupación y operaciones, la producción de opio alcanzó niveles récord mientras la DEA mantenía presencia activa.
– ¿Antidrogas o geopolítica?
Diversos analistas sostienen que la DEA actúa como un “instrumento blando de intervención”: no solo combate cárteles, también recopila inteligencia, crea dependencia institucional y gana acceso privilegiado a las fuerzas armadas y policiales de otros países. En la práctica, su poder puede rebasar el de los propios ministerios de seguridad locales.
– La pregunta incómoda
Si su misión central es frenar el tráfico de drogas, ¿por qué en tantos países con presencia activa de la DEA el narcotráfico se mantiene o incluso crece?
La contradicción alimenta la sospecha de que la DEA, más que derrotar al crimen organizado, se inserta en el tablero político global como un actor con fines estratégicos.
– Conclusión
La DEA es presentada como guardián mundial contra las drogas, pero su historial abre un debate inevitable: ¿estamos frente a una agencia antidrogas o ante un brazo geopolítico de Washington? Mientras tanto, el narcotráfico sigue fluyendo, y la soberanía de varios países queda en entredicho.