Por Juan Manuel Parada
Siendo el pueblo portador originario del poder, quien se da las instituciones eligiendo a sus representantes por medio del voto, objeto de una férrea dictadura de corte financiero, comercial, militar y comunicacional, que manipula sus mentes y emociones con el uso de algoritmos en las redes sociales, es posible afirmar el imperio de la corrupción política en un mundo donde elegir ya no es un acto subjetivo, personalísimo, que aspira la afirmación de la vida buena, sino el resultado de la coacción de una élite que afirma el poder en sí mismo, para garantizar y reproducir sus riquezas.
Es así como vemos masas o sectores de una comunidad eligiendo a sus verdugos, esos que perpetúan la afirmación de la muerte en la explotación del trabajo mal remunerado, el desempleo, el exterminio del planeta, y anteponiendo los intereses de las transnacionales –y sus países aliados– sobre los intereses de la gente.
Vuelta a la semilla: el poder reside en el pueblo
Decimos con Dussel que el ejercicio del poder es ético cuando afirma la voluntad de vivir como esencia de la vida misma, correspondiéndose de manera recíproca con el sujeto que le delega la soberanía por medio del voto. Sencillo, el principio fundamental de la ética en la política es la afirmación de la vida; su propósito, reproducirla y garantizarla. Cuando ello ocurre, se legitima la institución y el representante crece en auctoritas, porque manda obedeciendo. Si sucede lo contrario, estamos en presencia de un poder corrompido, fetichizado, escindido de su raíz, que es el pueblo.
La comunidad política (potentia), fuente original del poder, semilla de las instituciones desde donde se desarrollan las políticas públicas (potestas), mantiene su condición inalterable, y es responsabilidad de quien le representa en tal ejercicio corresponderle con acciones que satisfagan sus necesidades y deseos, oyéndole siempre y obedeciendo su mandato, reconociéndole como su fuente eterna.
Contradicción actual: soberanía vs. imperialismo
Un Estado nación como Venezuela, que se plantea en democracia la plena soberanía nacional y la construcción de un nuevo modelo económico, establecidos ambos en el Plan de las Siete Transformaciones y en su propia Constitución (surgidos ambos de procesos constituyentes y en sintonía con los deseos fundamentales del pueblo), corre el riesgo en cada proceso electoral de sucumbir ante los intereses del enemigo de la patria: el imperialismo y sus siervos locales, en tanto son ellos quienes ejercen la dictadura global financiera, comercial, militar y comunicacional.
Razón por la cual el liderazgo revolucionario acude de manera permanente a la consulta política para definir las grandes decisiones y construir los consensos medulares que agrupen a la nación; de este modo se logra como resultado adicional, legitimidad y adhesión popular, que permiten solidez en los planos político y cultural.
Tanto el comandante Chávez como el presidente Maduro han vuelto a la semilla del poder en los momentos decisivos de este siglo. Elecciones, referendos, consultas, congresos, asambleas, todo cuanto implique la escucha del pueblo para definir el rumbo del país, respetando su poder de perfilar su propio destino, y fortaleciendo el modelo político en la simbiosis permanente potentia-potestas. Antídoto probado contra los intentos de golpe en todas sus formas.
Democracia.Nets: una nueva institucionalidad
En el umbral de una nueva era –que el presidente Maduro ha definido como la nueva época de transición al socialismo (.nets)–, se hace urgente la reinvención de ese mecanismo que sostiene la relación virtuosa entre el delegado del poder y el soberano real, es decir, entre pueblo y gobierno, en aras de profundizar la democracia, la cual –a la luz de los nuevos factores que se posan sobre el tablero de la política (dólar, petróleo, guerras, RR. SS. tierras raras, tecnofeudalismo)– luce cada día más pálida y disminuida.
Lo que hoy es materia de la filosofía política en los más importantes recintos del debate mundial, en Venezuela es acción popular, día a día en los territorios, por medio de asambleas en comunidades, para diagnosticar los problemas que afectan la vida, elaborar mapas de soluciones, promover proyectos que van a una consulta organizada por el Consejo Nacional Electoral, elegir por medio del voto secreto y directo, recibir recursos y ejecutar obras.
Democracia sin algoritmos que favorezcan un modelo de dominación, liberada de apetencias personalistas o partidistas; democracia que convoca a las grandes mayorías para beneficiarlas con una política pública consecuente de la discusión colectiva.
Democracia que se va perfilando en la praxis comunitaria y que –en un hecho altamente revolucionario– mantiene la potestas en la potentia misma, es decir, una nueva institucionalidad que profundiza en el pueblo su papel protagónico.
He allí la importancia de las comunas y de la territorialización del poder. Saltando del papel fundacional de este importante espacio de la geometría del poder nacional, hacia el terreno del ejercicio real del poder, tomando decisiones que impacten positivamente la vida comunitaria, equivocándose y aprendiendo, sin tutores ni apoderados.
Es un inicio, un buen primer paso que se expresa en la administración de recursos económicos y en la administración de la justicia con los jueces de paz.
Negar el esfuerzo y la intención de esta nueva realidad es –en primer lugar– negar a quién es portador eterno del poder y –por tanto– asumir una posición antiética de la política.
Cuestionar la práctica de esta incipiente iniciativa, con juicios de valores formados en la institucionalidad burguesa, es desconocer que los procesos sociales y culturales son fenómenos que se van gestando con la paciencia de un universo al que le ha costado 13.500 millones de años formarse.