Si algo ha signado la vida cotidiana del ecuatoriano en los últimos años, es la violencia. Una violencia que ellos habían desconocido por años. No es que Ecuador, y los demás países latinoamericanos, sean oasis libres de violencia. Eso no es así.
La mayoría de nuestros países, excepto Colombia, —por el tema de la guerra interna que los desangra por más de medio siglo— tienen niveles y estadísticas menores; comparados con los del resto del mundo.
Hay hechos mediáticos, sumamente amplificados por la corporatocracia global, pero no llegan a lo que sucedía y sucede en zonas del África, del Medio Oriente, o de Estados Unidos.
En Ecuador, luego de que Rafael Correa saliera del poder, y la Revolución Ciudadana fuera traicionada por Lenin Moreno; recomenzó un periodo de descomposición social que hoy están pagando.
No es que antes no hubiera violencia, insistimos, en tiempos del correísmo la hubo. Pero tenía un tinte político, como lo hace la derecha latinoamericana cuando no tiene el poder político. Fue violencia el intento de golpe de Estado contra Correa en septiembre del 2010.
Fue violencia el permanente hostigamiento y campañas de calumnias contra Correa y su equipo gubernamental. Los intentos de secesionismo, que desempolvaron algunos líderes en las zonas costeñas. Los ataques contra las sedes de quienes siguen a Correa.
La serie de infundios judiciales contra el líder de la Revolución Ciudadana, algunos tan burdos que la justicia internacional, la Interpol, las desecharon.
Pero en los últimos años, con el descenso en la calidad de vida, el debilitamiento de los planes y programas de atención social, la crisis económica, enrareció la vida del ecuatoriano.
Y, coincidió con el acercamiento, debido a afinidades políticas, ideológicas, de los gobiernos ecuatorianos con los colombianos; antes de Petro. Comenzó a hablarse de la colombianización de la política en Ecuador.
Ya habían surgido iniciativas como la del Grupo de Lima, la Declaración de Quito, donde ambos países tuvieron activa participación para «tratar» el tema de la crisis en Venezuela.
La canalla mediática puso la narrativa. Se debía evitar a toda costa la venezolanización de Colombia y Ecuador. Eso se evidenciaba en las campañas políticas nacionales, locales. Era el tema que se atizaba cuando las protestas sociales crecían.
Pero, desafortunadamente, el 9 de agosto de 2023 asesinaron en Ecuador al candidato presidencial Fernando Villavicencio. Con ello se marca un punto de inflexión en la campaña política hacia el 20 de agosto.
Eso confirmó lo que muchos venían advirtiendo: La colombianización de la política ecuatoriana.
Para algunos intelectuales ecuatorianos, ese temor, ese creer en la narrativa homogenizante contra Venezuela, los hizo perder la perspectiva real. Así lo reconocen Luis Córdova, director del programa de Investigación, Orden, Conflicto y Violencia de la Universidad Central de Ecuador y Pedro Donoso, analista político y director general de la consultora Icare Inteligencia Comunicacional, en un reportaje publicado en la versión en español de la BBC.
Según Donoso, “con el primer asesinato recuerdo pensar que el país se nos iba de las manos. Decíamos que nos íbamos a convertir en Venezuela y esto ya no entra, porque ya somos la Colombia de los 80 y los 90”.
Desde su óptica, el de Villavicencio es el último de una serie de ataques contra políticos. Estos se iniciaron, recuerda, el 2020 con el asesinato de Patricio Mendoza, candidato para las elecciones legislativas del año siguiente.
Pero, insiste, 2023 está siendo más cruento. En mayo agredieron a Luis Chonillo, alcalde de Durán. Semanas atrás liquidaron a Agustín Intriago, alcalde de Manta, quien tenía una gran proyección a nivel nacional.
Para Córdova, lo ocurrido con el candidato presidencial es resultado de una lógica de violencia que no cesa. Veamos, en 2021 la tasa de homicidios fue de 13 por cada 100.000 habitantes, en 2022 subió a 22,6. Según la tendencia del presente año, se espera que en 2023 se llegue a 40 por cada 100.000 habitantes.
De acuerdo al experto, es una manifestación de lo que ocurre en todo el país, enfatizado en las zonas costeñas, especialmente en Guayaquil.
Córdova hace una aseveración preocupante, “los criminales no operan solos, lo hacen con la connivencia de los agentes de seguridad a todo nivel… El asesinato de Villavicencio es producto de la torpe y necia guerra contra las drogas, en la que se sigue militarizando la seguridad pública, se tolera la infiltración del narco en las Fuerzas de seguridad del Estado, jueces, fiscales…”.
Es allí cuando recordamos aquella reunión de Iván Duque y Lenin Moreno, presidentes de Colombia y Ecuador, respectivamente, en agosto del 2018, cuando hablaban de combatir el narcotráfico.
Nos pareció raro, extraño. ¿Por qué? Porque si hay un país que recibió miles de millones de dólares para combatir el narcotráfico, vía Plan Colombia, desde el año 1999, fue Colombia. ¿Cuál fue el resultado? El incremento en la producción de cocaína, reconocido por la misma ONU.
Más aún, recordemos cuando Donald Trump, durante una reunión en Estados Unidos, regañó públicamente a Duque por no haber cumplido con la erradicación, o, por lo menos, reducción, en la producción de drogas.
Por el contrario, con Duque se incrementó en 50%, según Trump.
¿A alguien con esos antecedentes vas a pedirle ayuda? Raro.
Quizá tenga que ver con un mayor acercamiento de Moreno, a partir de allí, con la Casa Blanca. Y, muy importante, donde van ellos, los norteamericanos, pasó en Afganistán, pasó con el Plan Colombia, se incrementa el narcotráfico.
Ahora, más allá del hecho sobrevenido, del asesinato de Villavicencio, la campaña en Ecuador, por el decaimiento de la actividad política en el país, se desenvolvía en un clima de apatía.
En conformidad con un trabajo publicado en la página web de CELAG, existe un alto nivel de indecisión entre los 13,4 millones de electores que acudirán a las urnas el domingo 20 de agosto.
Allí elegirán presidente y vicepresidente de la República, junto a 137 miembros de la Asamblea Nacional. Es importante recordar que los elegidos sólo ocuparán sus cargos hasta la finalización del mandato, en 2025. No olvidemos que estamos ante unas elecciones extraordinarias, de “muerte cruzada”, invocada por Guillermo Lasso.
Volviendo al informe de CELAG, recuerden que el sistema electoral ecuatoriano prevé dos vueltas para las presidenciales. En caso de que ningún candidato supere el 40 % o 10 puntos de diferencia con su más cercano contrincante, deberá celebrarse una segunda vuelta.
De acuerdo a los últimos estudios de opinión y encuestas, la candidata del correísmo, Luisa González, abogada, lidera la intención de voto con un aproximado de 38% del voto válido. Si logra captar un 2% más, podría ganar en primera vuelta.
La siguen en aceptación Yaku Pérez, sin el respaldo de los movimientos indigenistas que otrora lo apoyaran, pero que hoy cuenta con el respaldo de viejos partidos.
Pérez ha diluido su perfil de izquierdista luego que en las elecciones pasadas apoyara a Guillermo Lasso y hoy es proclive a un tratado de libre comercio con Estados Unidos.
Por los sectores derechistas, el mejor posicionado es Otto Sonnenholzner.
Pero ante el crimen de Villavicencio, el panorama podría dar un vuelco total. Los indecisos podrían optar, ante el impacto y estupor, por salidas radicales.
Luis Córdova, citado líneas arriba, asevera que “un acto de violencia como el de Quito, donde antes no habían experimentado actos de violencia criminal a este nivel, puede provocar miedo en las clases medias y fortalecer propuestas bukelistas, porque puede posicionar en el electorado la idea de que es un candidato de mano dura el que debe ganar la presidencia”.
En esas circunstancias, el beneficiado puede ser Jan Topic, empresario, considerado como un posible outsider, quien durante su campaña ensayó un discurso similar al del salvadoreño Nayib Bukele.
Desde la perspectiva del citado Donoso, la “Revolución Ciudadana puede hábilmente construir un framing (marco de mensaje en política) en el que digan que “esto [la violencia] con nosotros, el correísmo, no sucedía”.
La contraparte podría ser que se activara una corriente en contra, porque «Fernando Villavicencio era el más radical del anticorreísmo…También habrá que esperar qué candidato se pone en reemplazo de Villavicencio, su discurso y adónde apunta».
Se estima que no hay tiempo para desalojar a la candidata del correísmo del primer lugar. El asunto es que si no gana en primera vuelta el anticorreísmo podría unirse y cerrarle el paso en el balotaje.
Hay que ver cómo los involucrados juegan sus cartas. ¿El asesinato de Villavicencio fue una de esas cartas? No sabemos.