Por: Federico Ruiz Tirado
El presidente Nicolás Maduro despejó la maleza del trigo, y desgranó públicamente la mazorca, situando la esencia de la histórica controversia en los respectivos y principales planos del paisaje Esequibo.
Frente a la más plural y diversa representatividad nacional (autoridades, gobernadores, alcaldes, cámaras de comercio, partidos políticos, sectores culturales, académicos, religiosos y militares, plenamente habilitados e identificados con el concepto de la autoridad democrática venezolana), sentenció que el 3 de diciembre se aclarará el panorama: «Todos los gobiernos que tengan que venir en el 2030, 50, 60, 80, tendrán en sus manos el dictamen y el mandato del pueblo».
Esta proclamación no es de ningún modo una falacia: es uno de los más sólidos elementos del constructo democrático bolivariano, aunque para quienes se han atrincherado en un costado oscuro y esquivo del modelo establecido en la Constitución, bien como usufructuarios resentidos o como agentes —enmascarados, rociados de cierta escarcha de legalidad— del quiebre, la amenaza, la desestabilización, el golpismo y la tan cacareada aspiración de «cambio de régimen», esta postal que pinta en perspectiva la soberanía nacional es la equivalencia de una contorsión con severos daños colaterales, una conjuntivitis perpetua que los condena a la ceguera innoble.
Zombi hasta el final
Ni arte ni parte: en contrario, son la ponzoña de un zombi turulato que sobrevive en su deambular y de vez en cuando salta en procura del zarpazo «final».
Cuando Maduro exclama «queremos respeto para Venezuela», esta cofradía del mal tiembla de odio doblemente: porque no es únicamente por la interpelación que acusa, es, sobre todo, por la voz que expone en nombre de un país, la Venezuela toda: esta patria concebida por Hugo Chávez desde los ideales emancipadores de Simón Bolívar, se expresa en la voz del Presidente que la jauría pretende devorar.
Maduro, pieza de caza
A la voz de Nicolás Maduro le quieren otorgar la sepultura que el odio de clase ha reservado desde el sarcófago ambulante del fascismo transoceánico, ese de la Argentina de Videla o del Chile de Pinochet, envuelto en papel celofán o camuflado en los portes de Javier Milei o Gabriel Boric.
«Nuestros Libertadores y Libertadoras dieron su vida por la liberación de nuestras tierras, vencieron hasta el último bastión del imperio español». Esta recordación en forma de épica eriza al fascismo.
Para un ingenuo transeúnte resulta imposible de comprender el descaro que enarbola María Corina Machado en la petición urgente de una intervención militar en Venezuela. Le ruega a los EEUU que @Venteya. Acaba con esta pesadilla. Ven, destrucción ya, hasta el final, tío Sam.
IDEA made in Miami
Su clamor no es una mentira verdadera, pero si una señal altisonante del lobo nada sonriente que anda suelto en los parajes del antiguo valle.
En Miami, sucursal del circo principal, esta mantuana antañona, encofrada en el inefable grupo IDEA, un tarantín repleto de marionetas decadentes, secas por el odio, partidarias del holocausto en Palestina y ventrílocuas del Decreto Obama, resuellan pestes contra Venezuela.
Esta secta porta la genética de la más genuina y pura sangre universal del fascismo cruzado, de la logia refosilizada y esponjada de cristianismo medieval, inquisidor, supremacista, y sus parentelas se exhiben ya sin eufemismos y carátulas de hule.
Península y fascismo
En una de sus cartas de presentación más snob, el fascismo muestra a Milei proclamando el sepulcro de la batalla cultural, que no es cosa distinta al modo rabioso como lo habría puesto en escena Mario Vargas Llosa en su tercera edad, vestido de torero o de Conde y en medio de la algarabía del conservadurismo español que ansía clonar el ADN de Francisco Franco para que los españolitos que vienen al mundo, parafraseando a Antonio Machado, «los guarde Dios» de nacer con trazas islámicas, africanas y sudacas.
El túnel del tiempo
El pasado histórico puede ser olvidado según las circunstancias. Es una de las premisas del fascismo desconocerlo, pero hoy día, a través de la pantalla encendida de la masacre en Palestina, la amenaza nuclear de Israel, las pantomimas de la derecha española y el sexy show de Milei y la blusa desabotonada de María Corina Machado, las cosas se parecen cada vez más a lo que aparentan ser.
La premisa del pasado es considerada también como un ejemplo más de los muchos imaginarios que hemos fabricado para ayudarnos a dar cierto sentido a la aparente insensatez de la existencia, y para protegernos del posible trauma ocasionado por tener que enfrentar la finitud radical, han dicho algunos historiadores.
El pasado es una de las pocas certezas de la experiencia humana. Es un hecho ocurrido, vivido, y, a menos que sea tratado por Carlos Saura, mediante un recurso cinematográfico llamado flash back, puede exhibirse full color y en cámara lenta, o en tiempo real, en línea, como el golpe de Estado en (sub) desarrollo que intentan María Corina Machado y el Comando Sur, aspirando a la autoproclamación de la ExxonMobil en sustitución de PDVSA.