Por: Harim Rodríguez D´Santiago
Es una crónica de lo absurdo que, a través de un medio de comunicación -llámese como se llame-, se permita la difusión de “juegos” que incitan a poner en peligro la vida de niños y jóvenes hasta llevarlos a la muerte; sin que los dueños de esa plataforma estén obligados por la ley a asumir responsabilidades penales.
No debería ser admisible, en ningún país del mundo, que exista un medio de comunicación sea televisión, web; llámese Facebook, Instagram o Tik Tok; cuyos propietarios no asuman la responsabilidad de que en su plataforma se difundan contenidos que convoquen al suicidio en medio de un challenge o “desafío” de moda. Nunca habíamos visto tanto nivel de caos generado por algún medio como lo que se viene experimentando con las llamadas redes sociales. Se percibe un gravísimo vacío legal que impide prevenir cualquier tipo de exabrupto publicado a través de este frankenstein tecnológico.
El mundo contempla con inercia la invasión a la privacidad, la manipulación de la opinión colectiva, la imposición de los temas de agenda pública, la seducción personalizada para robar el tiempo de los usuarios; sin tomar medidas determinantes ante la poderosa capacidad de impacto en la salud pública de esas redes.
Los dueños de las plataformas no son ingenuos. Su negocio es un experimento social macabro, con el que buscan medir su capacidad de manipulación sobre los conejillos de indias que se someten a los contenidos de esos laboratorios disfrazados de diversión. Selectivamente programan la censura a todo lo que no conviene a sus intereses, censuran a una madre lactante porque muestra su teta alimentando al bebé, pero no a los criminales que llaman al suicidio colectivo.
Debe legislarse urgentemente al respecto, y así como individualmente deben establecerse sanciones contra los llamados influencers, youtubers, tiktokers o como quieran llamarlos, también los dueños de esas redes sociales tienen que asumir responsabilidad sobre los contenidos colgados en esas plataformas.
Las llamadas redes “sociales” son exactamente lo contrario, porque el algoritmo individualiza a sus usuarios y tiende a radicalizarlos en sus creencias hasta llevarlos al fanatismo; en cualquier tema. La inteligencia artificial que impone el algoritmo está por encima de la compresión del ser humano promedio, por eso es tan poderosa; aunque al parecer aún no lo entendemos.