Marco Rubio, senador gringo por el estado Florida, ha sido designado por el presidente electo, Donald Trump, como futuro secretario de Estado, nombre que se le da en su país al ministro de Relaciones Exteriores.
Rubio, abogado, católico; casado con una colombiana excajera de banco y exanimadora del equipo de fútbol americano Miami Dolphins, es un político ultraconservador de ascenso vertiginoso, que pasó de concejal a legislador en el Capitolio en muy poco tiempo. Hijo de inmigrantes cubanos, trabajadores del sector hotelero, es una suma de elementos que pocas veces dan frutos; pero que a pesar de su rareza en términos proporcionales, son muy bien aprovechados por el sistema imperial de medios masivos de comunicación y difusión de patrones culturales, para alimentar el mito del “sueño americano”.
Este destacado integrante del ala más derechista (aunque parezca imposible, siempre se podrán encontrar más radicales en grupos de radicales) del Partido Republicano, consentido de la Asociación Nacional del Rifle, es una especie de Ronald Reagan, pero bilingüe por su origen latino. Hace poco declaró que va a “promover la paz a través de la fuerza”.
Todo un poeta que, a pesar de ser descendiente de extranjeros, propone la deportación de quienes cruzan la frontera en busca de mejores oportunidades. En su momento respaldó el fallido y ridículo experimento de Guaidó. Al presidente Petro lo ha llamado terrorista y a la expresidenta Cristina Kirchner cleptócrata convicta. En cambio, para Javier Milei, presidente argentino y para Bukele, de El Salvador, todo son flores. Rubio ha demostrado ser muy ambicioso en sus aspiraciones. Ya en 2015 quiso llegar a la Casa Blanca y compitió por la nominación contra su nuevo jefe, a quien llamó estafador. Está clarísimo que Rubio quiere ser presidente de EEUU. Y también es un hecho que Trump sí mandará de verdad-verdad, a diferencia de los habituales tiempos de desconcierto durante la administración de Joe Biden.
Se pudiese vaticinar, entonces, o un choque de trenes o el abandono del cargo por el interés de alcanzar objetivos superiores, como el libre acceso a la silla principal del Salón Oval. Rubio habrá sacado sus cuentas, pues de los 72 secretarios de Estado en lo que va de historia de ese país norteamericano, solamente 6 llegaron a la presidencia: uno finalizando el siglo XVIII y el resto en el siglo XIX. Claro, ninguno de ellos cometió el error de dejarse tomar una foto con Lilian Tintori.