Por: Federico Ruiz Tirado
(I)
Ha escrito Orlando Villalobos Finol que Julio Escalona Ojeda es una Venezuela y un patrimonio inmaterial. Y lo es, pero el materialismo histórico lo llevó a mirar perplejo, como un colibrí a las cervatanas, el vuelo gravitacional de esas criaturas leves: a los seres del precariado, a los condenados de la tierra.
Por eso aquella mujer te declaró su amor en una servilleta: «Para el monje loco que me habló de amores».
Es más, Orlando, aquí tengo la viva silueta de su rosbustez colgada de un clavo de acero inoxidable, sus ojos de manantial desbocado y el eco, ahora adormecido, de unas antiguas canciones de amor y de rencor (¡esas cosas de la guerra son una vaina!) propios de la lucha de clases y de su ternura rabiosa, de sus alucinantes evocaciones del Hombre del Anillo y su risa y su copete levantado siempre en armas.
(II)
Debo decirlo: estoy llorando no sé si por Ella, la «Mujer Aguacate» que Julio no alcanzó a hacerle el fondo de ojo; pero yo sí lloro por sus alpargatas húmedas bien resguardadas de los gatos de Cortázar, y lloro por ti, Julio, ah mundo por tu Escalona, celebrando un recuerdo: caminando a orillas de un puente en el otoño de aquel París canalla que flotaba en las aguas pestilentes del Sena y la energía en su mano Majikari.
La mano zurda, según el despistaje y el conjuro urgentes que debió hacer en medio de turistas y antropólogos feministas y veganos.
(III)
Aún tibio en su lecho de luna y de peroles, de una especie —digo yo— de paisaje imaginario, el hombre se despide del país que lo habitó. Pero aún estamos del lado de esos ranchos terrosos y somos eso y más: sentir tu galopar nos agrupa en torno al fuego y la ceniza, qué carajos, allá vas soldadito inmenso.
Julio, cuyo vientre imaginario lo arroja ahora hacia una muerte imaginaria que nos deja roto el corazón, añadido en simbiosis cosmogónica, haciéndose en el cielo de su mundo imaginario y libre desde tiempos soñados por gentes imaginarias y campesinos imaginarios que inventaban relojes de arena imaginaria; para despertar al vecindario de los sueños vanos, la utopía; esa cosa cristalina que es la utopía de los copleros del Tocuyo y de la Liga de Miguel Leonardo, de Jorge padre y Jorge hijo y Delcy hija, Silvio Villegas y Carmelo y el hombre, el señor de las Nieves; y los aguazales imaginarios de Carora y los suburbios de París y las Comunas avivando la leña del próximo invierno imaginario de Alfredo Maneiro: ese Gordito, otro de los nuestros, que avistó en La Azulita signos de la fascinación de la guerra entre los yagrumos y las nubes espesas.
Extraterrestres del otro mundo, uníos, en esta hora de la horda y de nuestra muerte, amén de los viejos himnos, de los rifles y la cartografía guerrillera.
(IV)
El joven roble, su cantera añeja, la histórica contienda, el tendido que miraba en la borra del último café en la montaña; el fusil, la cantimplora, la brújula oxidada, la imaginación imaginaria de Nicanor Parra, y una dolorosa canción de Rocío Durcal que nos humedeció los ojos en la plaza de Beethoven. Nada entre nosotros dio lugar a la disputa, sólo aquella mujer de pies de río y piedra de caño que se nos fue de las manos por nuestros caprichos en una ciudad de Brasil.
Las proclamas imaginarias de Bertolt Brecht en la Taberna de Eugenio; escandalosamente imaginaria de aquella Mérida fría y subversiva, y su palabra corpórea que volaba el dique del lugar común nada imaginario de la academia y sus cartílagos secos, rancios de telarañas y tratados, que guiaron a los guarimberos de toga y birrete a dar muerte a los bosques de Ticoporo (¡malditos!); de manuales de economía submarina que, de vez en vez, arribaba musgosa a joder la playa de Ocumare más allá de la política runcha, y se convertía en pradera para ser quemada gracias también a las bendiciones de la Arquidiócesis de los herederos de un trapo sudoroso conseguido en Pepe Ganga; vendido como el Sudario de Cristo a precio de gallina flaca, como si ella se pesara en oro-pesos.
En fin, hermano, como alguna vez soñó Elliot viendo los dorados rastrojos arrasados por los muchachos del verano, hoy te vas para renacer en los poemas más cojonudos de esta noche sin astros ni estrellas titilando en el cielo versado; surcando los agujeros negros, la vía láctea, las grietas; por donde el ozono ha desteñido la capa y la copa y la cepa hasta agriar el césped y cortar el yogurt.
(V)
Tu ecología del saber está con nosotros y así los conucos, la vieja unidad de las izquierdas, la tierra de nadie de la u u u UCV; y el sueño de los huertos en familia germinados con semillas niñas y muchachas descalzas de colores.
(VI)
Te escribiré con Osuna, el Shespier de Altagracia; te haremos el grafiti en los muros de la patria tuya que es la nuestra.
Querido Julio/ tan hermano/ tan poeta/ tan hombre valiente en la paz y refriega. Tan maestro/
Queda tu palabra calma/ vigorosa/ en los ríos, montes y calles de la vida/ místico y guerrillero/ gallito de copete alzao/ siempre apostaste por la dignidad y el amor/ te la jugaste/ montate en los techos de mi barrio/ dinos en tu canto/ hacia donde soplan los vientos de la victoria. (Osuna, el Willy)
Una vez en Brasil
En un Foro Social Mundial
Te busqué la lengua entre tanto
charlatán y filibustero
y alzaste la mano
en plena rebeldía Majikare
Concentrados
en la buena vibra Saltamos Jodimos
Y Francisco Mieres
Se unió en defensa
De nuestra causa perdida:
aquella profesora creyente de la Tecnología
popular
que no nos paró
bola nunca jamás (Federico, el Perico).
Desde aquí con Nicolás, el Maduro, con Fernando, el Rojas, ellos y esta mujer de alpargatas y azúcar fermentada, tan tersa diciendo qué fino, qué fino, vamos roncar a un clip de tu distancia.
Todos nosotros te queremos tanto que ya hueles a patria querida en los vericuetos siderales.