La victoria absoluta de Donald Trump, candidato antisistema del capitalismo financiero, colocó de pronto a tirios y troyanos en una dimensión donde, al menos por cuatro años, reinará la incertidumbre. Este empresario, protagonista de escándalos sexuales, financieros y mentiroso compulsivo, hace un tiempo tomó por asalto el Partido Republicano, organización baluarte de los valores históricamente defendidos por los sectores más conservadores de Estados Unidos.
Ni aliados naturales, ni enemigos reales o supuestos podrían asegurar que, a partir del 20 de enero, cuando este personaje tome posesión como inquilino reincidente de la Casa Blanca, tendrán el panorama claro en lo que respecta a compromisos, acuerdos, tratados y toda clase de convenios comerciales, militares, ambientales o de cualquier otra índole en los que Washington tenga algo que apuntar.
Los más temerosos del futuro inmediato deben ser, sin duda, la mayoría los socios de Estados Unidos en la Unión Europea y casi todos los firmantes de la Organización del Atlántico Norte, considerados por Trump como maulas y vividores del presupuesto estadounidense. Y en ese saco también está incluida la Ucrania de Volódomir Zelenski, milmillonario receptor de fondos y material bélico.
Sin embargo, vale decir que también hay gente muy contenta con el regreso de Trump. La extrema derecha mundial anda de fiesta. Elon Musk, por ejemplo, no solo ganó un dineral con el resultado del 5N, sino que además ha garantizado, gracias a su inversión de cientos de millones de dólares en la campaña electoral, la obtención de un mayor peso político ante el presidente recién elegido.
Más al sur, tres angelitos destacaron en sus alabanzas pro trumpistas escritas en inglés en sus cuentas de X: Nayib Bukele, Jair Bolsonaro y Javier Milei. Y en lo que respecta a Venezuela, asomaron la cabeza Julio Borges y su archienemigo, Henrique Capriles. El filósofo del Zulia, Manuel Rosales, como era de esperarse, se destacó al desearle a Trump “que su liderazgo se erija en faro de esperanza y prosperidad”.
Y qué decir de Edmundo González Urrutia y su exjefa, María Corina Machado. El primero ya se ofreció como “un aliado confiable”. Y la segunda le recordó a Trump que “siempre se ha contado” con él.
Sea como sea, y para desencanto de muchos, ni este Trump es el mismo de 2016, ni lo es su país; ni tampoco el mundo. Sobre su cabeza pesa el hecho de ser un delincuente convicto y de estar sujeto a una serie de casos judiciales en proceso. La masa trabajadora estadounidense espera que cumpla con las mejoras prometidas (empleo, costo de la vida, acceso vivienda…), cese de la intervención y gasto en conflictos armados (Ucrania, Gaza), control de la inmigración… Asuntos a los que las élites del Partido Demócrata no dieron respuesta durante el fallido gobierno de Joe Biden y Kamala Harris, la gran dupla perdedora.