Aún es muy temprano para descifrar la errática conducta de Edmundo González Urrutia. Los analistas políticos consultados, del segmento que también le mete un poco a la psiquiatría, a la psicología y al esoterismo (obligados la crisis a matar cuanto tigre salga) concluyen prematuramente que el excandidato, otrora en las sombras, podría ser, o víctima del síndrome de Estocolmo, o de la posesión de un espíritu burlón, en el que se muy mala mezcla de bufón de palacio real (¿La Zarzuela o La Moncloa?), de Judas, Pinocho o el vil Micer Cepparello, personaje del Decamerón de Giovanni Bocaccio.
Quienes defienden la tesis de la patología mental arriba citada, que en ocasiones puede detectarse entre quienes han sido mantenidos en situación de rehenes por un tiempo prolongado, destacan su clara tendencia a lanzarse en los brazos de oscuros personajes que viven en Madrid a todo trapo, luego de haber logrado zafarse de las garras de la señora que, como gran hermana, dirigía y supervisaba las escasas acciones que se atrevía a tratar de cumplir. “Salió de Guatemala para caer en Guatepeor. Es que a pesar de que dice no quererlo, la verdad es que le encanta que lo acoquinen”, señaló uno de los sesudos especialistas consultados.
Sin embargo, otros expertos consideran más en serio la segunda opción. Según este grupo, González Urrutia está poseído por esa especie de demonio antes descrito, que lo hace ser un embustero contumaz e irrecuperable. “Les ha mentido a todos”, comentan.
Antes de poner pies en polvorosa, a su exjefa, María Corina, le juró que no iba a dar “¡ni un paso atrás!”, consigna que gritó bastante cuando, como socio de la Coordinadora Democrática, apoyó el Carmonazo y el paro petrolero del año 2002, con la esperanza de sacar de Miraflores al presidente Hugo Chávez. A Pedro Sánchez le prometió no retratarse con sus archirrivales de la derecha ibérica. Y a estos, es decir, a los franquistas del Partido Popular y nazis de VOX, les dijo tener la fórmula probada para sacar del poder a los “chavistas esos del PSOE”.
En fin, pocos días bastaron para Edmundo se haya convertido en un huésped bastante incómodo, que ha puesto a pelear a todo el mundo allá en el Reino de España.
«Ante las diversas versiones que circulan respecto a una supuesta coacción ejercida por funcionarios del Estado español, incluyendo al embajador Ramón Santos, hacia mi persona, deseo aclarar de manera categórica lo siguiente: No he sido coaccionado ni por el Gobierno de España ni por el embajador español en Venezuela. Las gestiones diplomáticas realizadas tuvieron como único propósito facilitar mi salida del país, sin ejercer ningún tipo de presión sobre mí», sostuvo en un escueto comunicado con el cual, en lugar de aclarar, terminó por empastelar más su frágil compromiso con la verdad.