Escribo estas líneas a menos de 50 días de las venideras elecciones presidenciales, previstas para el 28 de julio, y todo apunta a la repetición del libreto opositor. Esta vez sin masa crítica en la calle, pero con mayor agresividad en el ilusorio mundo digital, pues al parecer la propuesta de la oposición filial de la Casa Blanca apunta a ganar las elecciones por anticipado en la dimensión virtual para poder justificar acciones de violencia cuando se vean derrotados en la realidad (tangible y auditable) de las urnas electorales.
No es esta una preocupación surgida de la nada. Obedece a un patrón repetitivo, alimentado por una enfermiza obsesión por llegar al poder a toda costa, y aún más, por el inagotable (y turbio) financiamiento de una potencia que, a pesar de estar quebrada a lo interno, se gasta millones en eliminar un caso de “mal ejemplo regional” que le puede contagiar el peligroso virus de la soberanía a sus vecinos.
Tal presunción podría hacerse cierta, pues la conducta de los tutelados de Washington sigue apegada al guion escrito desde el norte. La verdad es que gane quien gane en el proceso electoral estadounidense de noviembre, sea el casi reo Donald Trump, o repita el nebuloso Joe Biden, la intromisión estadounidense en nuestros asuntos no cesará.
He aquí un ejemplo de lo que afirmo. Cuenta Jorge Castañeda en su libro, La Utopía Desarmada que, en la década de los 80 Ronald Reagan, cuando presidía el imperio, se gastó cerca de 30 mil millones de dólares para acabar con la naciente Revolución Sandinista, victoriosa en una nación (Nicaragua) que en ese entonces contaba con más o menos 3 millones de habitantes. Saque usted la cuenta, lector, de cuánto billete destinó por persona el Departamento de Estado en su intento por cambiar a su gusto el destino de una nación.
Y a medida en que se acerquen los comicios del 28 J, el riesgo de que aparezca cualquier loca intentona de crear el caos se acentuará. Porque, a diferencia de otras naciones y momentos históricos, en nuestro caso la oposición de la extrema derecha criolla carece de liderazgo con visión de Estado. Su objetivo es hacerse del control del país para, además de exterminar al chavismo, tratar de saldar su deuda con sus patronos del Norte.