Preocupación, esa es la palabra que grafica el estado de ánimo que arropa a las élites del “occidente colectivo”.
Es así porque ven, sienten irreversible el cambio de época, el fin de un periodo que los hizo disfrutar de privilegios sin que tuvieran mayores contratiempos.
Periodo en que cometieron todo tipo de estropicios contra los países del sur global. Periodo en que cimentaron sus groseras fortunas con la sangre y sufrimiento de millones de africanos, asiáticos, americanos.
Tiempos en que usaron a las clases populares de sus propios países para hacer el trabajo sucio, para que fueran los autores materiales de sus crímenes. Aunque después esos mismos soldados fueran víctimas de sus élites.
¿Acaso no se incrementa el número de suicidios entre veteranos de guerra norteamericanos?
¿No son esas élites las que los llevan al consumo de drogas?
Hay libros, investigaciones, de soldados que pelearon en Vietnam donde se cuenta cómo se promovió el consumo de drogas para que pudieran soportar las inclemencias de esa guerra.
Lo mismo en Irak, Afganistán. Por cierto, en Afganistán los talibanes habían erradicado los cultivos para fabricar opio; luego de la invasión norteamericana los cultivos y la producción se incrementaron exponencialmente.
Promover la drogadicción ha sido una forma de ejercer control social contra sus propios ciudadanos y una forma de minar la salud y consciencia de sus enemigos.
Eso ya lo habían aplicado los ingleses contra China e India, en el siglo 19. Ellos, el Occidente Colectivo, con Estados Unidos a la cabeza, viven de la muerte. De la venta de armas, de la muerte violenta con sus bombardeos o masacres, como hace Israel en Palestina, o la muerte lenta a través del tráfico de drogas, de la drogadicción.
Contra esa cultura necrófila, de adoradores de la muerte, surge desde el sur global otra visión alternativa, de paz y progreso compartido.
Una propuesta que hizo pública Xi Jimping durante su intervención en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Por cierto, la OCS abarca un territorio de aproximadamente 36 millones de kilómetros cuadrados, su población supera los 3.400 millones de personas.
Su participación asciende, aproximadamente, a una cuarta parte del PIB mundial y es del 15% del comercio internacional.
Está integrada por Bielorrusia, India, Irán, Kazajistán, China, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán. Afganistán y Mongolia gozan del estatus de observadores.
Ante representantes de esos países, y otros invitados, el mandatario chino instó a que los países se adhieran a la igualdad soberana, donde «todos los países, independientemente de su tamaño, poder adquisitivo y riqueza, participen, tomen decisiones y se beneficien por igual de la gobernanza global«.
Propuso que todos los países deban respetar el derecho internacional, apostar por la multipolaridad.
El líder chino invitó a que los países promuevan un enfoque centrado en las personas, para lo cual es necesario «una reforma y mejora del sistema de gobernanza global para garantizar que las personas de cada nación sean actores y beneficiarios«.
«Debemos adoptar un enfoque sistemático e integral para coordinar las acciones globales, movilizar plenamente los diversos recursos y esforzarnos por lograr resultados más visibles«, enfatizó Xi Jinping.
La iniciativa fue respaldada por los dignatarios asistentes a la cumbre de Shangái. A ellos se sumaron Nicolás Maduro y otros líderes de todos los continentes.
Y es lógico, ante la propuesta de muerte, de expoliación, que mantienen Washington, sus acólitos, la propuesta de Pekín atrae.
El mundo, sus líderes, más allá de discrepancias ideológicas, que hoy son menores comparadas con los tiempos de la Guerra Fría, se cansaron de la prepotencia norteamericana y sus “colaboradores”.
Es más, los mismos pueblos europeos, víctimas de los “aranceles” y demás caprichos de Trump, o de Biden en su momento, no lo olvidemos, se suman a esa iniciativa.
Hace años, por decir una fecha, desde que Estados Unidos invadió Afganistán o Irak, saltándose los estatutos de la ONU, del mismo Consejo de Seguridad, se hizo común la violación al derecho internacional. Y la gente percibe que así el mundo se hace más complicado.
Se percibe que la Carta de las Naciones Unidas, creada de buena fe por importantes juristas, ha quedado como pieza de museo, en desuso, gracias a las perversidades de las élites en el Occidente Colectivo.
La propuesta hecha pública en la cumbre de Shangai no plantea una transformación del ordenamiento jurídico, institucional, ni siquiera pulverizar la ONU, por el contrario, propone retomar sus principios originarios, hacerlos que funcionen, que se apliquen. Pero Pekín no sólo hace la propuesta, Pekín tiene como sustentar, promover la propuesta, esa propuesta de un mundo mejor.
Empecemos con que China es el principal aliado comercial de unos 130 países en el mundo, y en todos ellos ofrece mejores condiciones que el Occidente Colectivo.
Pekín no promueve golpes de Estado ni puede ser acusado de intervencionismo. Eso le da credibilidad para liderar esa propuesta.
Y es que , una nueva gobernanza mundial es necesaria. Eso no será fácil, no va a ser lineal. El “privilegiado”, el hegemón, intentará defender su estatus, o en todo caso, presionar para llegar en las mejores condiciones posibles a la nueva realidad.
Rusia, que en esta guerra contra la OTAN en suelo ucraniano ha mostrado que su tecnología militar y sus estrategias han superado a las del Occidente Colectivo, es otro puntal en esta consolidación del nuevo orden mundial.
Sin duda alguna, esa imagen de Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi, juntos, mostrando unidad y acercamiento con acuerdos comerciales, económicos, diplomáticos, energéticos y hasta militares, ha preocupado al hegemón y sus acólitos.
Han habido reacciones de todo tipo, casi todas, por no decir todas, poco acertadas.
Un dirigente experimentado, lúcido, como Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores de Rusia, advirtió que «los países occidentales intentan evitarlo, buscan mantener su dominio, recurriendo ya no a negociaciones ni a métodos de competencia justa, sino al chantaje directo, la presión y las sanciones«.
Pero cree que el proceso del nuevo orden mundial es irreversible por, entre otras cosas, el «abuso colosal del papel del dólar a nivel internacional, las crecientes guerras arancelarias que Washington impone al resto de los países, que no tienen nada que ver con un intento de defender los legítimos derechos de Occidente en la economía y la política mundiales, sino que simplemente se utilizan como herramienta para reprimir a la competencia«.
Y hay un detalle que caracteriza al hegemón, a sus actuales dirigentes y a sus personajillos: la arrogancia.
Arrogancia que lleva a la soberbia y soberbia que degenera en torpeza. ¿Un ejemplo? El pequeño Marco, como Donald Trump llama a Marco Rubio.
El jueves 4 de septiembre, en medio del interesante contexto geopolítico presente, de la propuesta de una nueva gobernanza global, de la consolidación de la OCS, de los BRICS, a Marco Rubio se le ocurrió decir, ante las críticas por el despliegue de fuerzas navales en el Caribe; por las críticas al cuestionado ataque contra un bote, que supuestamente había salido de Venezuela, que a él no le importan los informes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) donde se niega que Venezuela sea fuente de tráfico de drogas: «a mí no me importa lo que dicen las Naciones Unidas, a mí no me importa«, señaló semi histérico.
A Rubio le irritó que un periodista honesto le mencionara que informes de la ONU aclaran que Venezuela no es el más problemático en materia de drogas, que solo 5 % de los narcóticos transitan por Venezuela, mientras que 87 % del trasiego de drogas hacia su país salía por la ruta del Pacífico, desde Ecuador y Colombia.
Rubio, desorientado, intentó desacreditar el informe, atacó al periodista, repitió su perorata contra Venezuela, sin mostrar pruebas, claro está.
Los cuestionamientos a esa respuesta de Rubio, a cómo perdió los papeles tan fácilmente, ha llevado a críticas dentro de los mismos Estados Unidos.
No puede ser que un funcionario de ese nivel tenga tan poco autocontrol, que se vea tan vulnerable a una pregunta elemental de un periodista.
¿En manos de quién están? ¿Cómo pueden pretender competir con líderes del talante de Putin, Xi Jinping, o en el caso de Rubio, con un canciller del nivel de Serguei Lavrov?
Pero, sobre todo, el momento en que lo hace, cuando la opinión pública mundial en sintonía con la propuesta de Xi Jinping, quiere una comunidad internacional que se rija por la legislación internacional, por los principios de respeto, de resolución de conflictos por medios pacíficos, de diálogo, de fortalecer la institucionalidad; en medio de esta realidad, a este personaje se le ocurre patear el tablero.
Muy mal parada deja la credibilidad de su país, porque si el vocifera que irrespeta la institucionalidad, de la que su país se ha beneficiado durante décadas, ¿son confiables para afrontar algún acuerdo a futuro?
Esa infeliz declaración muestra, además de su funesta arrogancia, sus limitaciones como político, como diplomático.
Tiene que ver con lo que escribiéramos hace unos meses respecto a la crisis de dirigentes, de políticos, en el Occidente Colectivo, algo de lo que se lamentó el mismo Henry Kissinger en una de sus últimas entrevistas.
Kissinger, el que se jactaba de haber impedido, por décadas, que China y la entonces Unión Soviética se unieran. Kissinger, que se jactaba de haber logrado mantener a la India dentro de la zona de influencias de occidente, más propiamente dicho, dentro de la influencia de la anglósfera, hoy estaría muy decepcionado de aquella imagen donde aparecen Putin, Modi y Xi Jinping, entre sonrisas, tomados de la mano, firmando acuerdos.
Bueno, eso es el resultado de la arrogancia y torpeza de los dirigentes occidentales, más propiamente de los norteamericanos, de Obama, Biden, y el más estridente, Donald Trump.
Así las cosas, el actual inquilino de la Casa Blanca, el 5 de septiembre, publicó en su cuenta de Truth Social:
“Parece que hemos perdido a India y Rusia ante la China más profunda y oscura… «¡Que tengan un futuro largo y próspero juntos!”
Ah, le falta decir algo más, los países del sur global tienen ahora, en esos tres países, en los BRICS, en la OCS, a quienes los pueden ayudar a enfrentar las arbitrariedades del hegemón, del Occidente Colectivo.
Todo ha cambiado.
Por cierto, el acoso a Venezuela constituye una prueba para los líderes del nuevo orden mundial. Debe haber firmeza para evitar que, usando fake news, pretextos inverosímiles, se atropelle a Venezuela.
Una ataque directo a Venezuela desde el hegemón sería una prueba para estos gigantes, para los países que acompañan la iniciativa de Xi Jinping. Si no actúan adecuadamente, el hegemón se sentiría libre para seguir atropellando, a sabiendas de que no pagará las consecuencias.
En Venezuela se juega una parte importante del futuro de la humanidad, de un nuevo orden mundial más justo , de la nueva gobernanza global propuesta por China. Los pueblos esperan que reine la paz y que los nuevos liderazgos globales emergentes asuman su rol…