La derecha muestra a cada paso sus inmoralidad y descaro. Aquí, cuatro ejemplos captados un mismo día
Qué negocio el de las farmacéuticas
Las grandes compañías farmacéuticas y los políticos que están al servicio de las corporaciones en Estados Unidos, Europa y en muchos otros países, están bloqueando las iniciativas para que se liberen, aunque sea temporalmente, las patentes de las vacunas contra la covid-19.
En España, por solo mencionar un ejemplo, los partidos ultraderechistas Popular y Vox, así como el «socialista» PSOE, votaron en contra de esta idea.
Alegan los defensores de la libre empresa que las firmas farmacéuticas han invertido mucho dinero en investigación y desarrollo, por lo que merecen recibir las retribuciones económicas justas. Pero los informes elaborados por varias universidades europeas revelan que 97% de los fondos utilizados por la alianza AstraZeneca fueron aportados por el Gobierno del Reino Unido y por la Comisión Europea, que es un órgano multiestatal, lo que significa que son recursos públicos, salidos de los contribuyentes.
Este es el típico negocio del gran capital: reciben auxilio de los Estados para crear un producto que luego explotan con exclusividad y que los mismos Estados o los particulares deben pagar para usar. Y quienes osen plantear algo como la liberación de las patentes porque estamos en medio de una pandemia mundial, son tachados de socialistas, comunistas, populistas o demagogos enemigos de la libre empresa. ¡Qué negocio!
Vargas Llosa y la unidad sin asco de las derechas
Otra escena internacional reveladora de la total inmoralidad de las derechas es el pragmatismo con el que son capaces de unirse sus pedazos cuando se trata de impedir el triunfo de un candidato o un movimiento político que represente una amenaza para los intereses del capital.
El caso actual proviene de Perú e involucra al notable escritor Álvaro Vargas Llosa, emblema de la intelectualidad conservadora de América Latina y habitual participante en las campañas mediáticas contra Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Vargas Llosa, el mismo que prácticamente renunció a su nacionalidad peruana cuando perdió las elecciones presidenciales ante Alberto Fujimori; el mismo que alzó su voz contra el mandatario cuando ejecutó el llamado autogolpe; el mismo que no se ha ahorrado adjetivos de su preciado repertorio contra Fujimori y su hija, Keiko, ahora llama a los peruanos a votar por ella, para impedir la victoria de un candidato de izquierda que ha dado la sorpresa en la primera vuelta, Pedro Castillo.
La abominación y el miedo contra el pueblo llano y contra cualquier propuesta política con algún sentido social que siente la burguesía peruana es de tal potencia que son capaces de unirse en torno a una familia a la que también rechazan con las vísceras. Vargas Llosa encarna a esa clase social que nada quiere saber de la mayoría pobre, aunque en momentos como este les hacen llamados a respaldar a quien sea, con tal de evitar un gobierno de izquierda o algo parecido.
Es la unidad sin asco de las derechas, argumentada por un frustrado aspirante a ser el virrey del Perú.
Matacura: ¡otro ridículo más!
En redes sociales se informó que el autoproclamado hizo un nuevo cambio en su equipo de gobierno paralelo, al sustituir al periodista Leopoldo Castillo en la directiva paralela de Telesur.
Los bromistas que pululan en Twitter y sus alrededores dijeron que el despido fue justificado porque Castillo, apodado «el Matacura» no logró transmitir por las plataformas de Telesur ni siquiera uno de sus patéticos programas de entrevistas y mucho menos consiguió tomar el control del canal nuestro americano, a pesar de que algunos de los gobiernillos de la derecha regional se empeñaron en ayudarlo.
Ahora, el autoproclamado ha designado a uno de sus secuaces de mayor confianza para que haga el trabajo que Castillo no pudo llevar a cabo. Parafraseándolo, el suyo fue ¡Otro ridículo más!
El castigo justo a un «experiódico»
La cuarta escena que muestra las miserias de la derecha global y local es la histérica reacción al fallo tribunalicio que condena al medio de comunicación El Nacional a pagar 13 millones de dólares al diputado Diosdado Cabello por haberlo difamado y haberse negado a reconocer que las acusaciones publicadas eran falsas.
Como es ya habitual, el dueño del «experiódico» (valga la palabra inventada, pero es que ya no es un periódico, sino un aparato de propaganda sucia) se ha dedicado a victimizarse y a decir que la medida es contra la libertad de expresión y de prensa.
En realidad, la sentencia es apenas una de las muchas que deberían producirse en contra de una empresa que difama, extorsiona y chantajea ya de manera consuetudinaria porque ese es su verdadero modelo de negocio.
El dictamen es un justo castigo a la mala praxis periodística en la que el diario que alguna vez dirigió Miguel Otero Silva actúa en complicidad con lo peor de lo peor de la prensa mundial, como el bodrio franquista ABC, de España; y El Diario de las Américas, propiedad del banquero prófugo Nelson Mezerhane. Puras joyitas.