Se derrumba a diario el cuento de que EEUU y la derecha de aquí y de allá se preocupan por la democracia y los derechos humanos
Sobre derechos humanos: depende de quién dispare
La preocupación de la derecha por el respeto a los derechos humanos es una de las mentiras más insolentes de nuestro tiempo, empezando porque sus grandes violadores son los países del norte hegemónico, que se han arrogado la condición de jueces y garantes.
Aparte de eso, la actitud desigual con la que Estados Unidos, los países europeos y las clases políticas conservadoras latinoamericanas abordan el tema, según el país del que se trate, descalifica por completo esa supuesta inquietud.
Los últimos días han sido demostrativos de esta doble moral: los mismos gobiernos, organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales que denuncian supuestas acciones contra los derechos humanos en Venezuela, Nicaragua o Cuba, alcahuetean sin rubores las tropelías del gobierno de Colombia, tal como ya lo habían hecho antes con respecto a los propios EEUU, Ecuador, Brasil y Chile.
Hasta el aparato farandulero del capitalismo hegemónico es así. Cuando se trata de montar seudoacontecimientos para desestabilizar a Venezuela, las grandes figuras del show business participan solícitas, mientras cuando las protestas ocurren en naciones bajo gobiernos de derecha, se hacen los desentendidos, incluso si se trata de su propio país, como ha sido el caso de varios ídolos colombianos de la música de consumo masivo.
La independencia de los poderes o hagan como digo, no como hago
El caso de la destitución de unos magistrados de la Corte Suprema y del fiscal general de El Salvador, por parte de la Asamblea Legislativa ha generado una extraña crisis interna de la derecha, pues el líder de la operación es uno de los suyos, Nayib Bukele.
Lo curioso del reclamo que le dirigen a Bukele es que se basa en aquel principio antipedagógico por excelencia que reza «haz lo que yo digo, no lo que yo hago».
En efecto, hay pocos países menos calificados moralmente para hablar de autonomía de poderes que EEUU, donde el presidente de turno tiene una enorme influencia en la designación de los jueces de la Suprema Corte y atribución directa para nombrar al fiscal general.
Por otro lado, los mismos países y fuerzas políticas que cuestionan la decisión mayoritaria del congreso salvadoreño, aplaudieron el decreto de tierra arrasada de Carmona en 2002; festejaron las arbitrariedades cometidas en Ecuador para quitar a todo funcionario o juez relacionado -con o sin razón- con el expresidente Rafael Correa; cohonestaron el infame golpe de Estado en Bolivia; y respaldan como supuesto presidente encargado de Venezuela a un señor electo diputado con 90 mil votos, en 2015, cuyo período como parlamentario ya expiró.
Elecciones libres, pero cuidado si gana un castrochavista
Otra de las grandes farsas de las «democracias liberales» es la relativa a las cacareadas elecciones libres y creíbles.
Venezuela ha sido una prueba permanente de esto, pues EEUU y sus satélites y lacayos (incluyendo la oposición local) pretenden establecer que las elecciones solo son válidas cuando gana la derecha.
Ahora tenemos en Latinoamérica un caso en desarrollo. En la primera vuelta de Perú ganó el candidato izquierdista Pedro Castillo, favorito para triunfar también en el balotaje. Frente a ese hecho, todos los demonios de la política, la mediática y la intelectualidad neoliberal se han lanzado a demostrar su verdadero sentir acerca de las elecciones: deben ser libres, siempre y cuando gane su candidato, en este caso la impresentable Keiko Fujimori. Si gana el adversario, todo vale, incluso el golpe de Estado y el magnicidio.
Libertad de prensa, la gran fake news
Un engaño que se retroalimenta es el de la preocupación que supuestamente aqueja a la derecha por la libertad de prensa y de expresión, como premisas básicas de la democracia.
Dos eventos han permitido ver de cerca esta mina de hipocresía.
El primero es el criminal silencio mediático en torno a la escalada represiva del gobierno de Iván Duque contra los manifestantes que rechazan su vil propuesta de reforma tributaria y muchas otras políticas antipopulares que ha implantado o pretende implantar.
La maquinaria mediática ha ocultado dolosamente la realidad y ha tratado incluso de tergiversarla; presentando como expresiones de apoyo y celebración lo que han sido firmes protestas reprimidas con armas de fuego por «sugerencia» directa de Álvaro Uribe.
El segundo evento fue la difusión de una serie de denuncias sobre abuso sexual que señalaron a figuras de la farándula y la intelectualidad opositora.
Los casos se conocieron a través de las redes sociales y derivaron en un debate sobre los alcances de este tipo de acusaciones, en especial después de que uno de los mencionados optara por suicidarse.
Lo cínico del asunto es que hayan salido recurrentes difamadores, expertos en calumnias y fake news, a pontificar sobre la necesidad de investigar concienzudamente y verificar los datos antes de acusar a alguien públicamente. Y ni siquiera se sonrojan al hablar de unos principios éticos a los que han pisoteado toda la vida.