¡Hugoo…!
¡Chávezzz, corazón del pueblo!
Una voz. Un eco. Una pausa. Una seña al fondo y un micrófono: la palabra hecha militante y el coro convertido en un arma poderosa para aupar al Gigante.
El 04 de octubre de 2012 la avenida Bolívar de Caracas protagonizada el acto más emotivo de la historia: era el cierre de campaña de Hugo Chávez a la reelección. Todo estaba convertido en un río de gente que en medio del Cordonazo de San Francisco esperaba al candidato de la Revolución Bolivariana.
En aquella tarde que nublaba con su cielo las siete avenidas repletas de pueblo; estaba él y su voz. Su voz y su lealtad. Y esa familiar voz era el preludio de la conexión más grande entre el líder y su gente.
¡Aquí llegó: Hugooooooo Chávez!
Entonces no importaba la lluvia sobre los cuerpos sudados. Tampoco los abrazos ni los apretones de manos: el cuerpo se erizaba de la emoción frente a la llegada de Chávez. Y allí seguía intacto uno de los hombres más leales al ideario revolucionario.
Ese día cantó, se mojó el pantalón de siempre y hasta bailó. Quizás ese momento fue uno de los más felices de su vida. Con esa energía quedó grabado su nombre para siempre: Darío Vivas.
Darío era Darío. Sin sustítutos, ni reemplazos. Auténtico: querendón, metódico, aguerrido. En una palabra: un camarada. De descansar poco y de trabajar mucho. Aficionado de la organización y movilización.
Con él se organizó la batalla y se movilizó la victoria. Fiel a su entrega por la causa y consecuente a sus principios. Sus más cercanos colaboradores dicen que «era un roble,hombre de mil batallas. No se quejaba del trabajo».
El camarada todo lo ofreció en aras de la Patria. Sus banderas y enemigos fueron siempre los mismos: «mis enemigos son quienes apoyan al imperialismo norteamericano y mis banderas las que se izan por la causa revolucionaria».
Sin más, ni menos. Era él en plural.
Darío le dio voz a la alegría hecha combate. Le dio eco al amor de un pueblo por Hugo Chávez y le puso melodía a la Caracas caribe que hoy lo inmortaliza con esa terquedad que lo convirtió en uno de los imprescindibles de la historia.
Siempre fue un vivo: le ganó a la tristeza, a la incomprensión y al desánimo. Constante en la primera línea de batalla. La juventud lo lleva como un referente de gallardía, compromiso y valentía.
Hoy la voz de Darío retumba desde el infinito para cantarnos:
Llevo tu luz y tu aroma en mi piel;
y el cuatro en el corazón.
Llevo en mi sangre la espuma del mar.
y tu horizonte en mis ojos.
No envidio el vuelo ni el grito al turpial.
soy como el viento en la mies.
¡Viva Darío!