En el pétalo más hondo de “Viajera del río” navega Serenata Guayanesa, como oculta, como afinando sus acordes con las fuerzas del agua. No sé cómo decirlo porque nunca la prosa expresará la música. Te diría entonces que busquemos la serenata entre los cielos de Jesús Soto o en los dedos de Antonio Lauro. En cualquier rinconcito de Bolívar está Serenata Guayanesa, desde hace 50 años, cuando alguna flor silvestre brotó lozana de una roca, para hacer frágil lo áspero y perfumar el hierro y la montaña.
Te lo digo yo que recogí piedritas redondas, como metras de Dios, por las faldas de los cerros Bolívar y San Isidro. Hay una historia que por estos días cuentan mucho de la creación de la agrupación musical hace medio siglo. Pero otra historia está en las paredes y el musgo. Te juro que de noche, cuando ya no queda un alma por allí, se escuchan las melodías de Serenata Guayanesa por la plaza Centurión. A veces, me cuentan algunos poetas, cuando la agrupación andaba por Europa, los parroquianos la oían en las madrugadas del malecón. Jamás se van de aquí –me contaron- pregúntale al Orinoco, no al paseo, porque este es su confidente y nunca te va contar el misterio de esas voces que se oyen río abajo.
A veces, Serenata Guayanesa viene bajando del Roraima y ya emerge del arcoíris en el que los dos ríos se abrazan.
Está allá y aquí. En el lucero que alumbra la suerte de los mineros y en la octava estrella de la Angostura libertaria. En la banda que cruza el pecho del general Piar y en el turbante de la Negra Isidora. En Guri y Macagua y Tocoma y Caruachi y en los ojos de la muchacha que te ofrece miel y merey.
Serenata Guayanesa es el “sol de oro” de Ciudad a Bolívar. Y es esa ceiba que custodia la avenida. Nunca una música se identificó tanto con una región. Ni una agrupación con su entorno físico y espiritual. Sin ser regionalista sino auténtica. Si Serenata está en el extranjero, allá su Guayana está con ella. Y no me pidas que te explique ese misterio porque no se puede explicar el canto de los pájaros. Ni se debe. Serenata es Guayana y Guayana es su serenata. Su color. Su sabor. Su olor. Su textura. Lo saben los turpiales y las orquídeas del Auyantepuy desde hace mucho tiempo, como medio siglo hace de eso, dice la leyenda, bajo este sol de oro.
Por: Earle Herrera