Por: Zacarías García
Las presentes notas se presentan como reflexión en torno al “trabajo vivo”, dimensión indispensable en el intento de comprender cada vez más ciertas nociones desarrolladas por Carlos Marx a propósito del origen o la fuente del plusvalor como consecuencia del trabajo de los hombres. Con la comprensión de esta noción pretendemos además, demostrar que desde ella se cumplen los procesos de creación o invención humana, en las artes, las ciencias u otras disciplinas o áreas del trabajo de la humanidad.
Para acometer esta tarea por demás osada, pues no somos filósofos o economistas, nos haremos acompañar de las ideas e interpretaciones muy atinadas del pensamiento de Marx, del filósofo Enrique Dussel (1934, Mendoza, Argentina. Radicado en México, profesor y rector de la UNAM), pensador fundamental de la Filosofía de la Liberación Latinoamericana.
Premisa indispensable será aproximarnos a una definición de “trabajo vivo”. Citando a Marx, de sus fundamentos para la crítica de la economía política” 1857-58, “(…) la única cosa distinta del trabajo objetivado es el trabajo no-objetivado, trabajo que está todavía objetivándose, trabajo como subjetividad”. En esta definición Marx contrapone el trabajo que está presente en el espacio, estos son los objetos como trabajo ya cumplido, pasado; con el trabajo que está presente en el tiempo, vivo, esto es la presencia del sujeto viviente, el trabajador. En ese sentido imaginamos al sujeto trabajador como una confluencia de valores: voluntad, sensibilidad, inventiva, creatividad, iniciativa, ánimo, posibilidad, así como su naturaleza y su ética posible, o como lo define Federico Engels: conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la carnalidad, en la personalidad viva de un ser humano. En relación con esto Dussel considera el “trabajo vivo” como: “subjetividad siempre trascendental en último término a toda función sistémica (por ejemplo, ser “trabajo asalariado” en el capital como sistema)” nos explica también Dussel que lo trascendental de esa subjetividad con relación al sistema, tiene que ver con “una cierta exterioridad”, a pesar o independientemente de que ese trabajador o esa subjetividad participe o este subsumida u explotada de alguna manera en el sistema. Aquí es indispensable entender que esa exterioridad, ese afuera, está referido a lo que trasciende al sistema: lo otro o “el otro”, lo que no se cumple o se agota en el sistema como totalidad, le pertenece al sujeto, “a la viviente corporalidad humana”. Visto así salvar o redimir el “trabajo vivo” es encontrar el sentido pleno de la existencia fuera del sistema de producción capitalista, que concibe al ser humano como una nada que solo adquiere razón de ser o legitimidad cuando negocia, por decirlo así, su “pobreza y subjetividad creadora” con el sistema. Luego de estas aclaratorias, comenzamos a entender al “trabajo vivo” como esa dimensión que trasciende al valor de uso, noción cualitativa y al valor de cambio, noción cuantitativa. Pero más allá, en toda la dinámica de explotación, producción, reproducción cual proceso cíclico que no cesa; no encontramos la idea de creación, esta solo aparece cuando Dussel afirma con Marx: solo el “trabajo vivo” crea plusvalor. Desafortunadamente ese acto creador, resultado de un proceso sumamente complejo, lleno de iluminaciones y sacrificios, se comporta como una de las trampas fundamentales de la historia, en la que cuerpo y la existencia misma es ofrecida a cambio de una muy reducida y dudosa posibilidad de ser. El ser o no ser, no es en nuestro caso, la duda de un “noble” como el príncipe de Dinamarca; se trata en el caso del “otro” al que nos referimos, de negociar su carnalidad y su existencia o no ser.
A propósito de una mayor comprensión del “trabajo vivo”, hacemos algunas citas del propio Marx:
Esta fuerza natural vivificante del trabajo (…) se convierte en fuerza del capital, no del trabajo.
El “trabajo vivo”, antes de alienarse en el capital, en su exterioridad, se pertenece a sí mismo.
El que el trabajo vivo se enfrente al trabajo pasado (muerto), la actividad al producto, el hombre a la cosa, (…) es la contradicción en la que el trabajo se encuentra como trabajo ante sí mismo y en el que el mismo se presenta como propiedad ajena al trabajo.
Pudiéramos continuar haciendo citas de Marx en las que se nos corrobora la “trampa” en la que el capitalismo en su devenir ha mantenido a la sociedad.
Ahora nos conviene aproximar estas reflexiones a nuestros intereses más gremiales, digámoslo así; preguntarnos además si es que ¿puede efectivamente “el arte”, cuyos oficiantes han padecido y negociado su ser de manera semejante a los otros trabajadores: ser ejemplar en la redención del “trabajo vivo”? Intentando respuestas, es en este momento donde nos conviene reconsiderar en todos sus alcances la noción de “exterioridad” antes referida, esa que a pesar de los compromisos, los contratos y todas las negociaciones, le van a permitir al creador proyectar o, por que no, fundar mundos alternativos más acordes con su subjetividad y los intereses más vitales de su comunidad. Se trata del rescate del “plusvalor”, más allá de su significación como concepto económico; desentrañando de él todos los contenidos y valores más intangibles, haciéndolo efectivamente fuente de los propios logros, tanto del creador como de comunidades que imaginamos pudieran participar en la creación de sus “otras” opciones de mundos posibles, con todo y lo utópico.
Ese rescate del “plusvalor” como fuente de los propios logros por parte de los artistas o de cualquiera; nos aterra, pues nos recuerda a la libre empresa. Se hace necesario, entonces, reorientar esos logros a favor de valores diferentes al valor de uso, de cambio, valor agregado y cualquier otra noción generada en las dinámicas del sistema capitalista. Nos referimos al trabajo creador como metáforas de la existencia más sensible y liberadora. De nuevo, así como recurrimos al recuerdo y nos referimos a Simón Bolívar para fundamentar y fortalecer nuestras reflexiones de patria, independencia o autodeterminación, convocamos nuestra ejemplaridad fundamental a propósito del descondicionamiento social y la vida recuperada para el trabajo creador: Armando Reverón; de cómo aun en el sacrificio del “conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la carnalidad, en la personalidad viva de un ser humano”, aun a ese precio, él logra desalienarse y esto suena paradójico: la locura como opción para desmantelar la trampa fundamental de la civilización.
No es común referirse a Reverón como ejemplo de posiciones políticas o de confrontación con el “sistema”; no procedía del pueblo, pudiéramos considerarlo como referencia de las más altas culturas de la Venezuela de su tiempo, no se trató de un explotado; pues el país mismo en condiciones de “subdesarrollo” que pudieran haber sido referencia de barbarie (el caso Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos), estaría lejos de participar de la industrialización como consagración de la explotación planetaria. Pero justamente, dentro de esa realidad atípica que nos ha caracterizado, se genera cual situación experimental su ruptura con ese contexto del que procedía (pudiéramos referirnos a esa Venezuela como la del poder de las empresas transnacionales), además de su encuentro con el mundo seminal y fecundo que encontró en el pueblo. Todo nos dice que el caudal de valores que se despliegan en su experiencia son absolutamente otros, diferentes y opuestos en cierto sentido a los que abandonó. La vigencia y el alcance de su obra la entendemos por su significado trascendente e indispensable, le ha aportado consistencia al imaginario, fortaleciendo los rasgos de identidad más allá de los oficialismos y las determinantes de la cultura dominante.
Nos demostró también, que hay otras estéticas posibles, que están imbricadas con elementos de ética comunitaria y que no hay fronteras entre la tradición, el arte popular y las expresiones más osadas de la creación y la vida. Muy importante: en una suerte de desdoblamiento, se mostró ante su clase como el otro que no podía ver y que era portador de los valores que ellos de alguna manera habían perdido. En su aventura es un redentor del “trabajo vivo”, tanto que le arrebata el término a la teoría económica y lo reivindica como su propiedad. Visto así, el beneficio de su vida y todos los valores allí reivindicados, son la vida misma como posibilidad de realización invalorable del ser humano. Nos pudiera quedar, tal vez, la duda de si no se tratará de la anarquía que ocasionalmente nos llama la atención, pues el descondicionamiento social como alternativa para la creación plena y el “trabajo vivo”; desconoce los condicionamientos y determinantes, afirmándose en sus anclajes éticos fundamentales.