En una entrevista con Fox News el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, dijo que no le gusta perder y que en caso de victoria del opositor demócrata, Joe Biden, en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, es posible que ni siquiera reconozca el resultado. Luego definió al oponente, a quien las encuestas otorgan 15 puntos de ventaja, un viejo inestable «mentalmente destruido».
Una gran batalla entre dos dementes, considerando que en su libro, Mary, la nieta de Trump, define a su tío como «un narcisista sociópata». Ciertamente, un ejemplo de lo que es en concreto la “democracia” de EE. UU., un sistema de lobby que permite a un desplazado mental convertirse en presidente de la república, siempre que tenga una gran billetera y que sea funcional para los intereses predominantes del mercado.
Las afirmaciones bélicas de Trump no deben tomarse a broma, sino como una posibilidad concreta de evadir las leyes estadounidenses, con fraude, arrogancia y con la política de hechos consumados; como lo hace con las normas internacionales. De hecho, ¿sobre qué base puede el vaquero del Pentágono ponerles precio a las cabezas de dirigentes bolivarianos en Venezuela, y ofrecer 5 millones de dolares por el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno?
Sin embargo, si él llega a molestar al establishment, la fuerza impulsora detrás del sistema, esos mismos intereses unirán sus fuerzas y lo presionarán. Esto le sucedió a Obama, cuyo ímpetu inicial se redujo notablemente: en primer lugar en términos de política exterior, pero también con respecto a la tímida reforma de salud.
También le sucedió a Trump, cuando insinuó que quería abandonar la OTAN, demasiado caro para los intereses de «Estados Unidos primero» [“America First”]. Pero, para ponerse «primero», Estados Unidos necesita mantener activa la interconexión de intereses que mueve el complejo militar-industrial en el escenario mundial, mediante una gran telaraña que traspasa las fronteras.
El oponente Biden no tiene dudas sobre esto. Y así, a pesar de la enorme competencia que hay entre Estados Unidos y Europa, en el estado actual de los intereses geopolíticos y la orientación de los gobiernos europeos, la última reunión de la OTAN volvió a confirmar la alianza con sólidos acuerdos económico-militares.
Por su posición geopolítica, por las rutas comerciales que la cruzan, y por sus importantes recursos energéticos, Europa es un área de interés fundamental para Estados Unidos que, desde la Segunda Guerra Mundial, han estado invirtiendo en bases militares y armamentos; y cuyo gasto militar total sería suficiente para alimentar a todo el continente africano.
Alemania, donde las tropas estadounidenses se han asentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, primero para evitar un reinicio del nazismo, y más tarde como fuerzas antisoviéticas, es el primer contribuyente al gasto de la OTAN, el segundo es Italia, la tercera economía más grande de la zona euro.
Y hoy el Pentágono busca aprovecharse precisamente de Italia, vinculada a Estados Unidos por poderosos intereses económicos y financieros que continúan subordinando su política exterior y militar. El objetivo es explotar las fricciones dentro de la UE para contrarrestar la presencia de China y Rusia en el choque de intereses que se desarrolla en la crisis post-pandemia.
En mayo, EE. UU. e Italia concluyeron uno de los mayores acuerdos militares, a saber, un contrato de 6 millardos de dólares para 10 fragatas de la Armada de los EE. UU. que el grupo Fincantieri, controlado en un 70% por el Ministerio de Economía y Finanzas de Italia, construirá en Estados Unidos, donde se encuentran sus tres sitios de construcción.
Lockheed Martin, la principal industria militar de EE. UU., también integra cada vez más la industria militar italiana más importante, Leonardo, también controlada por el Ministerio de Economía y Finanzas de Italia, en el complejo militar-industrial de Norteamérica.
Leonardo suministra materiales y servicios a las agencias militares y de inteligencia de EE. UU., y gestiona la producción de cazas F-35 en Italia para Lockheed Martin. Otra gran parte del negocio se refiere a los gastos de «misiones militares» en el extranjero y la voz sustancial de los contratistas, ahora cruciales en las guerras híbridas y tercerizadas.
Erik Prince, el empresario contratista, ex jefe de la compañía Blackwater, que proporcionaba mercenarios a la CIA y al Departamento de Estado, todavía está en el negocio con Trump. Después de la autoproclamación de Juan Guaidó en Venezuela, dio a luz un plan para derrocar al gobierno de Maduro con un ejército privado de 5.000 contratistas.
Adam Isacson, del Centro de Política Internacional dijo que en América Latina, donde Estados Unidos realiza más del 40% de los programas de entrenamiento militar extranjero, los mercenarios chilenos, ecuatorianos, peruanos y colombianos, de hecho son más convenientes y ventajosos. Y debe considerarse que aproximadamente una cuarta parte del ejército norteamericano está compuesto por soldados de origen latino.
Y Estados Unidos está apuntando a la comunidad latina la campaña de marketing y frijoles impulsada por Trump junto con Robert Unanue, ejecutivo de la marca Goya, la más comprada por los latinos, que apoya al magnate, mientras que los demócratas protestan y sabotean.
Muchos mercenarios, disfrazados de consultores o técnicos de alto nivel, también seguirán al Comando Central Europeo de EE. UU. (EUCOM), con sede en Stuttgart, que desde Europa acompaña al Comando Sur en el despliegue naval cerca de las aguas de Venezuela, una maniobra decidida con el pretexto de «lucha contra el narcotráfico».
El jefe del Comando Europeo de los Estados Unidos es el General Wolters, comandante supremo de la OTAN. Y, ya en abril, con el pretexto de la lucha contra el coronavirus, barcos militares franceses e ingleses viajaron al Mar Caribe, hasta Guyana.
En Europa, los grupos de presión pro-atlánticos son los más activos en la realización de campañas contra el gobierno de Maduro, apoyados por grandes agencias humanitarias como Amnistía Internacional que, en los últimos días, ha relanzado las acusaciones de violación de derechos humanos en Venezuela, basada en el informe de Michelle Bachelet a la ONU. Lo que está ocurriendo en la post pandemia es un juego global para reposicionar los equilibrios de poder, y Venezuela es un actor fundamental en la redefinición de un mundo multicéntrico y multipolar.
Sea cuál sea el nivel de subordinación al Comando Sur, de las fuerzas armadas que en América Latina, perpetúan la filosofía de la Escuela de las Américas, se evidenció con la visita de los dos generales, el brasileño y el colombiano, arrodillados frente a Trump.
Un ejemplo de cómo va la cosa en Europa, es el libro El arte de la guerra en la era posmoderna. La batalla de las percepciones, escrito en inglés por dos oficiales superiores del ejército italiano, el general de brigada Fabiano Zinzone y el teniente coronel Marco Cagnazzo, con prólogo del general estadounidense J.T. Thomson.
Un libro que habla sobre la guerra híbrida y la necesidad de «influir» en las percepciones del enemigo, pero teniendo en cuenta que siempre es posible que surjan dos elementos: un evento radical inesperado y el «factor humano». En el caso de Venezuela, ese factor lo da el pueblo consciente y organizado, que ha aprendido a no dejarse manipular.