Pedro Gerardo Nieves
La música constituye un verdadero peligro y todo aquel que porte un cuatro, una guitarra, un violín, debería ser considerado más peligroso que quienes cargan metralleta, fusiles o pistolas. ¿O es que no recordamos que Silvio Rodriguez en su pieza “Te doy una canción” nos explicita que las composiciones se pueden dar “como un disparo, como un libro, una palabra, una guerrilla…”?
Esto lo piensan los opresores de pueblos y actúan en consecuencia. No anteponen versos y canciones a las composiciones de los bardos musicales ni refutan con comedidos argumentos el texto de las canciones. Qué va.
Con todo el poder que da la maldad y con la fuerza que les proporciona el aparato de odio instalado en el mundo para dominar, cargan todo su arsenal político, jurídico y militar contra los musicantes que entonan canciones que hablan de independencia, soberanía y Revolución.
Así también, en ese orden tenebroso, reclutan a artistas de masas que sirven a multitudes su mensaje narcotizante: Voltea para otro lado, no te des cuentas que estas sometido, drógate con el consumo fetichista e incluso, créete un revolucionario por el simple hecho de estar mechúo, parece ser el guión que aplican. Pero esa es otra historia.
A Víctor Jara, cantautor orgullo de la patria chilena, le cortaron la lengua para que no cantara y le partieron los dedos para que no tocara su guitarra. No conformes, los pinochetistas lo sometieron a indecibles torturas y, para que se apagara para siempre su humanidad maltrecha, le asestaron 40 balazos. Su pecado: cantar.
“Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor, presión moral, terror y locura», escribió Jara en su último poema, «Somos cinco mil», cuando ya la muerte se cernía sobre ellos, los inocentes.
A Julián Conrado, comandante de la poesía y la canción necesaria en Colombia, le libraron alertas de todos los colores en la capocomplaciente Interpol y la narcocomplaciente DEA ofreció 2.5 millones de dólares por la captura de ese “asesino terrorista”. La persecución finalizó cuando, en un controvertido episodio, fue capturado en Venezuela y por poco lo entregan a sus próximos asesinos, sino es por el ensordecedor clamor de los pueblos que abogaron por la vida y libertad del flacuchento y bondadoso cantor.
Nuestro Alí Primera, perseguido hasta la saciedad pero protegido por los ojos y brazos ubicuos del pueblo, le llovieron persecusiones, maltratos y vejámenes. Nunca declinó su voz; por el contrario, hizo con su canto lo que millones de dirigentes de izquierda no lograron mediante dogmas, combates y piezas oratorias: llenó de amor el mensaje revolucionario y lo esparció como generosa semilla cantada a todo el pueblo de Venezuela y de Nuestramérica.
¿Habrá una canción más bella, triste, poética, social y necesaria que “Las casas de cartón? Lo dudamos. Y he aquí que esta canción compuesta por el inmortal Alí fue masificada como sonoro llamado a la conciencia por el grupo Los Guaraguao.
Hoy, muchos años después, cuando la dialéctica histórica propende al despertar de la conciencia, y luego de que en 2009 Los Guaraguao realizaran un concierto en Honduras frente a miles de personas, son detenidos y deportados de dicho país, en una operación que demuestra lo que dijo Alí: «…un hombre armado de una canción y una poesía humana, es un hombre desarmado para la envidia y para ser un hombre malo”.
Honor a la música, que es la vida, y a los cantores armados de conciencia, como Los Guaraguao.