Por Pedro Gerardo Nieves
¡Vacaciones en Caracas! gritó Don Eladio, un ricachón barinés, a su familia. La expresión llenó de alegría a los 4 carajitos que se disponían a cenar junto a sus padres.
-¡Allá en Caracas vamos para la playa, los parques, para los cines, para los centros comerciales, museos y para los restaurantes a comer bien sabroso!, celebraron los chamos.
Todos estaban felices menos Domitila, la sirvienta de la casa llegada de las montañas de Calderas en el piedemonte barinés quien era considerada “una más de la familia” pero que al decir de Ramón, el chofer de Don Eladio, era “más metía que una pantaleta e´huequitos”.
-Pues mire Don Eladio que a mi Caracas no me gusta naditica. Cuando fui pallá donde mi tía María Consolación había que subir unos cerros más empinaos que los de mi pueblo y había una malandrera loca cobrando peaje. Y no se comía nada sabroso: pura pasta con sardina y arroz con ñema todos los días sin un pedacito e´topocho siquiera. A llevá vaina fue que viajé a Caracas.
El comentario tendió una nube negra sobre la familia hasta que Don Eladio se limpió el mojito de carne que tenía en el bigote y sentenció lapidario:
-Ay Domitila: es que el pobre lleva rosca en todos lados.
Es una terrible verdad: el pobre carga su peladera de bola encima, le acompaña a todos lados y, peor aún, tiende la pobreza a ser replicada en su círculo social. Pobre se junta con pobre y pelan bola juntos. El rico disfruta las mieles de su riqueza y, aunque viaje a comarcas donde hay estrecheces, su riqueza le redimirá y lo convertirá en un privilegiado que vive mejor que los demás.
Esta no tan filosófica instrucción viene a cuento por la publicación en redes sociales de un atroz video donde unos venezolanos migrantes están a punto de ser desalojados de una cancha en Cúcuta, donde se guarecían.
La miseria humana, que carece de nacionalidad y se globaliza, titula el video “Antimaduristas emigraron a Colombia” o “La resistencia emigró a Colombia” o “Hablan Aleixi, Yuleisi, Wikleman, Yoneiker, El Brayan y Yukeysy”. En la parte derecha tiene una mosca en generador de caracteres que dice “José Sándalo”. En todas partes, incluyendo las vociferaciones del jefe de policía que habla por megáfono al inicio y la voz del “periodista” que se regodea miserablemente en la tragedia, hay un absoluto desprecio por la dignidad de esos seres humanos.
La vestimenta, el fenotipo, el discurso e incluso el lenguaje gestual nos dicen que no son niños ricos que viven bien en cualquier lugar del mundo a donde vayan; tampoco chamos graduados de clase media que huyeron (y se estrellaron) buscando el paraíso de “el sueño americano”; son pobres de solemnidad y dejan entrever que carecen de conciencia de clase: son, y empleo la palabra con rubor, lumpemproletariado.
Exhiben el más absoluto, inhumano y terrible desamparo. Se encuentran en Colombia (uno de los países más desiguales y violentos del mundo) y en medio de su perplejidad nos dan a venezolanos y colombianos unas razones que deben resonar con estruendo en cada conciencia.
“Tengo 2 niños y estoy embarazada”, “Pasamos necesidades” “Yo en Venezuela tuve un jefe colombiano que no tenía papeles y era dueño de negocio ¿por qué yo no puedo hacer eso aquí en Colombia?”, “Exigimos refugio y alimentación”, “Los colombianos entran a Venezuela y tienen pensión, carro, no pagan nada”.
¿Habrá alguno de los 5 millones de colombianos que viven en Venezuela que diga algo?
Cuatro F Impreso